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Vidas extraordinarias
La mujer oculta tras Fernán Caballero
Cecilia Böhl de Faber, la persona detrás del seudónimo, escribió valiosas novelas que reflejaban la España tradicional. Su vida es un ejemplo de las ocultaciones de tiempos pasados

«No sirve el halago, / ni tampoco el palo, / ni sirve ser bueno, / ni sirve ser malo». Bajo esta frase, que parece hablar tanto del destino de sus personajes como de su propia existencia, se esconde Cecilia Böhl von Faber y Ruiz de Larrea, aunque el mundo la conoció como Fernán Caballero: el nombre masculino que eligió para firmar sus obras y que transformó la literatura española mientras asistía, casi con desgarro, a la desaparición de la sociedad que más amó. Su vida comenzó lejos del sur, que acabaría retratando con devoción. Nació el día de Navidad de 1796 en Morges, Suiza, en un entorno literario poco común para una mujer de su tiempo. Su madre, Frasquita Ruiz de Larrea, dominaba el inglés y el francés, tradujo «Manfredo» de Byron y escribía bajo el pseudónimo de Corina, un guiño directo a las ilustradas europeas. Su padre, el diplomático Juan Nicolás Böhl von Faber, era un defensor del teatro del Siglo de Oro y el romancero castellano.
Böhl von Faber recibió clases privadas de una profesora belga y estudió en Hamburgo. Pronto, la familia se instaló en Cádiz, puerto de comerciantes y de palabras, donde descubrió los colores y las voces de Andalucía: la cadencia del habla popular, los refranes, los patios llenos de sombra y azahar.
Tres matrimonios, tres pérdidas
Se casó tres veces, y las tres conoció la pérdida. Su primer marido, el capitán del ejército español Antonio Planells, murió a los pocos días de la boda. El segundo, el diplomático Francisco Ruiz del Arco, marqués de Arco Hermoso, falleció también prematuramente. El tercero, Antonio Arrom de Ayala, se suicidó tras una serie de desgracias económicas.
Esa precariedad la obligó por primera vez a publicar en la Prensa periódica para procurarse un sustento. Enviudada por tercera vez, consideró ingresar en un convento que le asegurase un hogar estable, pero desistió al descubrir que se le prohibiría leer cualquier libro que no fuera piadoso o devocional. Para ella, aquello equivalía a renunciar a respirar.El mundo que marcó su obra era otro: la Andalucía rural, sus rituales, su habla y su estructura social. Más tarde, en sus cartas, Cecilia confesó su angustia al ver cómo «las costumbres se disuelven» y «las virtudes viejas se apagan ante un siglo sin alma». Su literatura, con su retrato minucioso de la España tradicional, no fue solo observación: fue también nostalgia, advertencia y anhelo. Al pintar un país de valores inamovibles intentaba salvar lo que veía perderse.
Apoyada por sus amigos europeos, eligió un nombre de pluma que sonaba a hidalgo castellano: Fernán Caballero, tomado del título de una villa de Ciudad Real. Con ese disfraz, su primera novela, «La gaviota» (1849), inauguró el costumbrismo moderno. La mezcla de retrato costumbrista y sensibilidad romántica fue bien recibida por el público, que leyó por primera vez cómo la vida cotidiana de los pueblos –dichos, fiestas, paisajes...– entraba en una novela, elevando lo humilde a categoría estética y narrativa. Otras obras siguieron: «Clemencia», «La familia de Alvareda» o «Relaciones», recogidas recientemente en una «Narrativa escogida» (2025) por Enrique Rubio Cremades para la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro en una edición muy bien cuidada.
Una vida sin fama
Volviendo a Böhl von Faber, su vida personal no conoció la fama de su escritura. Vivió en condiciones modestas, casi de pobreza. La reina Isabel II la protegió durante un tiempo, concediéndole una pensión vitalicia y un pequeño alojamiento en el Alcázar de Sevilla, donde vivió rodeada de flores y gatos.
La revolución de 1868, que expulsó a Isabel II y transformó por completo el panorama político, desbarató las certezas de la autora. El mundo que idealizaba se desmoronó. Sus novelas comenzaron a perder lectores. Las nuevas generaciones buscaban algo menos nostálgico. Con el tiempo, su nombre cayó en un relativo silencio, eclipsado por los grandes novelistas realistas que vinieron después: Galdós, Valera, Clarín. Como si la historia hubiera girado demasiado deprisa y dejado atrás. Sin embargo, su papel como precursora resulta indiscutible. Böhl von Faber fue la primera voz femenina moderna de la literatura española.
Murió en 1877, a los 80 años, discretamente, como había vivido.Lo que sabemos de ella procede de un tejido complejo: sus epistolarios, donde se desvela con franqueza; los apologetas y críticos que construyeron su imagen pública; y, sobre todo, las novelas, donde en ciertos momentos introduce figuras femeninas que actúan como «alter ego», personajes cuya sensibilidad y temores coinciden de manera casi transparente con los de la escritora.
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