El muro de Adriano: una barrera contra las "bestias" inhumanas
La muralla del Imperio romano en Britania vuelve a estar de actualidad después de que un adolescente talase su famoso árbol "Sycamore Gap"
Madrid Creada:
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En invierno del año 171 de nuestra era el emperador Marco Aurelio estaba destacado en uno de los límites del Imperio, en las inmediaciones de la actual Viena. Instalado en un campamento a orillas del Danubio, dirigía una campaña contra los pueblos del «barbaricum» que se desarrollaba en un ambiente duro y hostil, entre lodo, nieve e incursiones sangrientas a uno y otro lado. Cuando el emperador estoico podía tomarse un respiro, se refugiaba en su escritorio portátil para redactar una suerte de diálogo consigo mismo, que hoy conocemos como las «Meditaciones». Conque la vida en el «limes», en el límite de la civilización romana, era durísima, incluso para un emperador.
Las fronteras del Imperio en su larga duración, desde el Principado al Dominado, se extendían por muchos millares de kilómetros en tierras inhóspitas, ríos o lagos, territorios de nadie y páramos desolados y hostiles que solían coincidir con grandes fronteras naturales: por ejemplo, el Rin o el Danubio, en el caso de las fronteras del norte, pero también los grandes desiertos de la Tebaida, al sur de Egipto –terreno siempre peligroso por las incursiones de los blemios–, o las tierras de nadie del Cáucaso, entre la Cólquide y la Iberia oriental, por no hablar de los yermos colindantes con Irán o Arabia y otros lugares. Pero, entre las fronteras más duras y más difíciles de guardar estuvo precisamente el «limes» de la Britania romana, donde no había ningún elemento geográfico que sirviera de transición, sino suaves colinas de las Tierras Altas, fácilmente franqueables por las hordas del norte.
Allende el «limes» britano-caledonio moraban pueblos proverbialmente belicosos, más allá de su leyenda, como los terribles pictos, guerreros tatuados de la actual Escocia que representaban el epítome de la barbarie para los romanos. Las legiones estaban aterrorizadas ante la legendaria fiereza de algunas de estas tribus del norte de Europa, de raigambre germánica o céltica, que según sus mitos contaban con guerreros frenéticos se transformaban en auténticas bestias inhumanas. Así eran los famosos berserkers nórdicos, que entraban en éxtasis guerrero y sanguinario, y quedan retratados en la mitología germánica: es curioso que el Hades nórdico, llamado Hel y regido por una diosa medio-cadáver del mismo nombre, fuera solo para los muertos de enfermedades o vejez, mientras que a los guerreros extáticos y gloriosos les esperaba el Valhalla. Algo muy semejante le pasaba al héroe céltico por excelencia, el gran Cúchulainn, el «Aquiles irlandés», que cuando quedaba poseído por el furor guerrero se transformaba en una especie de bestia de facciones irreconocibles.
En suma, que el terror que inspiraban estos pueblos del norte, con sus fierezas, tatuajes y pinturas, hizo construir grandes fronteras y empalizadas a lo largo de los bosques germanos y célticos, también en las tierras de nadie de las Highlands escocesas. Ahí tenemos algunos de los primeros grandes monumentos defensivos de la antigüedad que anticipan con mucho la pasión humana por construir grandes murallas, desde China a Berlín, para defenderse del otro. Sin duda el muro más famoso de la antigüedad romana era el de Adriano, elegido precisamente como baluarte defensivo contra estos legendarios guerreros del norte. Los soldados destinados a estas inhóspitas regiones fronterizas tenían mucho que agradecer a estos sistemas defensivos. Sabemos que Britania estuvo en el centro del interés romano ya desde antes de la era común, con las campañas de Julio César en las Galias, que muestra evidentemente, con las incursiones en la próspera isla, que Roma deseaba hacerse con esas tierras. Pero acaso en esa época, pese a los contactos y escarceos militares, Roma todavía no estaba preparada para lanzar una invasión en toda regla, lo que sucede posteriormente, bajo Claudio. Recordemos cómo el historiador Tácito, uno de los romanos que mejor conocieron a los bárbaros, evoca en su obra «Agrícola», dedicada a su suegro, este mundo de la Britania romana. En el sur de la isla se desarrollará una estupenda sociedad con todos los avances de la romanidad, como se prueba en las termas y en las construcciones de Bath o Londinium. Pero Tácito, a la par que acerca de Britania, nos advierte de la dureza de los terrenos de allende el «limes» también en su otra obra etnográfica, la «Germania».
Sin duda era muy diferente estar destinado en Londinium, que poco a poco comenzaba a ser una capital romana, o en Lutecia, la posterior París, que estar destinado en el muro que mandó edificar el emperador Adriano o en el límite del Rin o del Danubio. Trajano y Adriano, los «Optimi principes», soberanos de legendaria, eficiencia y prosperidad procedentes de la culta y sofisticada Bética, se ocuparon, especialmente, en un periodo de esplendor y máxima extensión del Imperio, de consolidar sus fronteras invirtiendo en los límites. Así Trajano, por un lado, lo fijó en el Danubio dacio, mientras que Adriano puso su atención en Britania. Y es que allí, donde estaban los límites del mundo conocido, se edificó esta impresionante construcción, la muralla que separaba la civilización de la barbarie. Se vivía muy mal en el «limes», era muy complicado guardar esta frontera entre lluvia y barro, con las «razzias» frecuentes de los pueblos del otro lado, caledonios o pictos.
Justamente estos días se publica un libro estupendo de Adrian Goldsworthy sobre la muralla de Adriano. Ha devenido un gran símbolo de las construcciones militares romanas, que estudia de forma muy gráfica y atractiva este historiador británico en El muro de Adriano (Desperta Ferro). Desde luego que no era una vida fácil la de los destinados a este lugar. A lo largo de sus 118 kilómetros, los sillares de este muro atraviesan el norte de la isla de Gran Bretaña –entre Solway y el estuario del río Tyne– y separaban a los romanos de los bárbaros del norte. La del muro de Adriano es una historia apasionante, como recreación de uno de los lugares más emblemáticos de Britania que, no por casualidad, es la construcción romana más grande que se conserva en el mundo. La historia de este lejano extremo del Imperio nos hace reflexionar sobre la fragilidad de la civilización, el contacto entre culturas, la vida cotidiana, las comunicaciones, las cartas, los soldados, los civiles, los de un lado y los de otro y la manera en la que se habitaba en este lugar, donde estaba realmente la correa transmisora de la civilización. No por casualidad, los lugares de frontera son aquellos donde quizá haya avanzado más la cultura a través de la mezcla y el contacto, obviamente no exentos de problemas. Comercio, guerra, traducción, imitaciones en el arte y la literatura, etc., todo esto tiene mucho que ver con la vida en la frontera, que ayuda a comprender mejor este libro en el caso de Britania.
Cuando los romanos abandonaron la isla en el siglo V, dejándola a merced de los nuevos invasores del más allá del mar del norte, el muro permaneció allí como una reliquia de los años de esplendor de la Britania romana y también como un testimonio mítico de los siglos que habrían de llegar, anticipando la fusión del mundo britano-romano con el de los pueblos del norte, de los sajones y de los celtas, en una amalgama que engendraría mitos imperecederos como los de Arturo y sus nobles caballeros, sobre los que posteriormente se fundamentaría la cultura inglesa. El muro ha quedado como mudo testigo de la historia hasta hoy.
LA BELLEZA NATURAL DEL «LIMES»
►La frontera del imperio nunca fue totalmente terrible ni estanca, sino que aquellas tierras de nadie en torno al «limes», generaron una interesante sociedad fronteriza. Y una cierta belleza y fascinación de la «tierra de nadie»: arte, literatura, y civilización –vino y aceite de oliva del mundo romano–, junto con otras riquezas, cruzaban por ahí. Los pueblos del otro lado de la muralla muchas veces comerciaban con la civilización romana, aprendían de ella lenguas y estilos artísticos, imitando a sus admirados enemigos del otro lado. Es apasionante, por ejemplo, seguir las evoluciones del arte de las fronteras de Roma y el sincretismo con las divinidades locales, que da lugar a un nuevo idioma estético. El «limes» también era belleza en cuanto al paisaje, como se ve en el que rodea al muro de Adriano, objeto de recreaciones pictóricas, literarias o cinematográficas. Lamentablemente hace poco sufrió un terrible golpe cuando un malvado o un estúpido, o quizá ambas cosas, taló un antiguo árbol que había sido simbólico para el lugar desde la pintura romántica hasta películas como Robin Hood (1991). El Sycamore Gap Tree, un árbol majestuoso designado árbol del año en Inglaterra en 2016, situado junto a las ruinas del muro de Adriano, acaba de ser absurdamente talado por un insensato.