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Geografía mítica

Sancti Petri: donde Julio César lloró

En el templo dedicado a Hércules en Cádiz, el conquistador de las Galias rompió a llorar porque a su edad Alejandro Magno ya había dominado el mundo

El artista José Brunete representó a Julio César delante del templo dedicado a Hércules en este dibujo del siglo XVIII
El artista José Brunete representó a Julio César delante del templo dedicado a Hércules en este dibujo del siglo XVIIIArchivo

A orillas de la bahía de Cádiz, en la actual Sancti Petri, había en la antigüedad un templo legendario dedicado al gran héroe Hércules, asimilado al dios fenicio Melkart. Y es que entonces era muy diferente el estuario del Guadalete –como también, y mucho, el del Guadalquivir– y en aquellos tiempos reinaba sobre la bahía la isla de Erytheia, «la roja», para los griegos, con la legendaria ciudad fenicia de Gadir, la más antigua de España. Ahí estaba el templo de la diosa Astarté junto a su puerto. En frente había otra isla, llamada Cotinusa por los griegos, la posterior isla de San Pedro, con otros dos célebres templos en sus extremos: al norte el del semita Baal Hamon, asimilado a griego Crono, y al sur el de Melkart-Hércules. Eran depósitos de maravillas, que refieren las crónicas antiguas hasta después de la conquista árabe, pues parece que fue asolado en torno al siglo XII. Allí quiere la tradición que el gran estadista romano Julio César derramara amargas lágrimas después de un inquietante y perturbador sueño...

Seguro que desean saber más. Pero antes me gustaría enmarcar esta historia para abrir una serie de capítulos sobre la geografía simbólica de nuestro país, ligada a los personajes más diversos, dioses, héroes, villanos, santos, herejes y monstruos. Como siempre, el mito nos ayuda a conocernos mejor y también la sugerente intersección que les propongo, entre mito, historia, paisaje y literatura, que bien podríamos denominar «geografía mítica». Se trata, pues, de evocar los elementos geográficos que han tenido una interpretación mítica o simbólica a lo largo de las edades. En el largo proceso histórico de la península ibérica, y con el aluvión de pueblos, desde el sustrato a los diversos superestratos, que se suceden en ella, resulta fascinante recorrer la geografía de la mano de las leyendas literarias, históricas o mitológicas y de los personajes más señalados. Volvamos, pues, a Julio César llorando en las costas de Cádiz.

Así cuenta el pasaje Suetonio en su «Vida de César» (VII): «Durante su cuestura, logró la España Ulterior, donde, al recorrer las asambleas de esta Provincia, para administrar justicia por delegación del pretor, al llegar a Cádiz, viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno, suspiró profundamente como lamentando su inacción; y censurando no haber realizado todavía nada digno a la misma edad en que Alejandro ya había conquistado el mundo, dimitió en seguida su cargo para regresar a Roma y aguardar en ella la oportunidad de grandes acontecimientos. Los intérpretes dieron mayor pábulo a sus esperanzas, interpretando un sueño que tuvo la noche precedente y que perturbaba su espíritu (pues había soñado que violaba a su madre), prometiéndole el imperio del mundo, porque aquella madre que había visto sometida a él, no era otra que la Tierra, nuestra madre común».

El episodio, desde luego, no tiene desperdicio. Alejandro a los treinta y dos años, cuando murió, era ya dueño del mundo y César veía clara la necesidad de volver a Roma desde su cargo en España para acometer su sueño. Nada extraño era el sueño profético en esta época, sobre todo el de unirse con la propia madre, como recuerda también Platón y se cita en el manual de interpretación de sueños antiguos de Artemidoro. Los sueños, para los antiguos, daban indicaciones sobre el futuro, mientras que nosotros hoy, a partir de Freud y Jung (para ellos, Julio César sería «carne de diván», desde luego), creemos que dan indicios sobre nuestro pasado : el sueño incestuoso de César sugería que iba a dominar el mundo.

En la bahía

Otro escritor de la antigüedad, Plutarco cuenta así el episodio, menos onírico y más literario: «Después de leer algunas partes de la historia de Alejandro, él [César] se sentó un gran rato muy meditabundo, y al final rompió en lágrimas. Sus amigos estaban sorprendidos, y le preguntaron la razón de ello. “¿Piensas”, dijo él, “que yo no tengo causa para llorar, cuando considero que Alejandro a mi edad había conquistado tantas naciones, y yo en este tiempo no he hecho nada que sea tan memorable?» (Plut., «César» XI). Hay que recordar que Plutarco puso a César frente a Alejandro en sus «Vidas Paralelas»: César parece aquí un mitómano que quería emular a Alejandro, como este quiso hacer con los míticos Aquiles, Hércules o Dioniso. Como quiera que sea, sueños y libros profetizaban claramente la gloria de César en un lugar de la geografía mítica de la España antigua. La estupenda escena nos anima a ir a buscar hoy los vestigios de aquel templo al castillo de Sancti Petri, a la puesta de sol del fabuloso y antiquísimo paisaje de la bahía de Cádiz.