Historia

Sexo en la Edad Media: entre el mito, la realidad y el tabú

La historiadora Katherine Harvey publica un ensayo sobre las relaciones íntimas a lo largo de la Edad Media y desmonta la mayoría de las leyendas que existen a su alrededor

El sexo como fuente de placer estaba condenado en la Edad Media
El sexo como fuente de placer estaba condenado en la Edad Media La Razón

Todo el mundo recuerda la escena de amor entre Adso y una campesina en «El nombre de la rosa», de Umberto Eco. También, las imágenes que se describen en esa novela de hombres y mujeres retratados en los manuscritos que se conservan en los anaqueles de la biblioteca monacal. Pero, más allá de ficciones, como las películas que reflejan ese periodo de la Historia como una sucesión de satrapías y licenciosas maneras bélicas y humanas, ¿cómo eran las relaciones sexuales en la Edad Media? «Hay muchos mitos que tienen una larga historia. Por ejemplo, la creencia de que los señores medievales podían, mediante el “derecho de pernada”, arrebatar la virginidad a una novia en su noche de bodas. O el del cinturón de castidad, que es igualmente antiguo y falso. Creo que estas historias surgen de una tendencia más amplia de ver la Europa medieval como atrasada: violenta, supersticiosa o ignorante», declara Katherine Harvey. La historiadora ha escrito «Los fuegos de la lujuria», que se adentra en uno de los aspectos que más curiosidad despierta, pero que está menos explicado: cómo era el sexo entonces. «En cuanto a las prácticas, el coito interfemoral es probablemente la que más nos sorprende: parece que se utilizaba como método anticonceptivo. También aparece mucho en los relatos de las relaciones homosexuales: algunos hombres parecen haber creído que era menos pecaminoso que el sexo anal», comenta la autora. También afirma que «las referencias al sexo oral son muy escasas, y aunque el anal se menciona con más frecuencia, era claramente una práctica tabú. Que alguien se involucrase en prácticas sexuales “erróneas”, no era sólo un pecado individual, sino un problema para toda la comunidad, ya que podía causar desorden social o enfadar a Dios. Y, por supuesto, la abstinencia sexual, incluida la virginidad, se consideraba algo positivo». Harvey reconoce que las mujeres eran vistas como el sexo inferior, sobre todo, respecto a sus padres y sus maridos, pero, al mismo tiempo, «uno de los aspectos más interesantes es que las mujeres eran consideradas el sexo más lujurioso, al contrario de lo que se cree en la actualidad. La literatura medieval está repleta de mujeres insaciables que se quejan de que sus maridos no pueden satisfacerlas, que aceptan amantes y se involucran en todo tipo de travesuras sexuales. Estos estereotipos influyeron sin duda en la percepción de las mujeres de carne y hueso».

La política matrimonial influyó de manera clara. Las mujeres eran el vehículo para engendrar herederos. «La preocupación por la legitimidad de los herederos significaba que la sexualidad femenina estaba sujeta a un escrutinio considerable, sobre todo, entre las élites, para las que había más en juego. En el mercado matrimonial, se valoraba a las mujeres jóvenes por su pureza sexual y fertilidad percibida. El adulterio femenino estaba sujeto a una enorme desaprobación, aunque es mentira que la sociedad medieval aprobara el asesinato de las adúlteras. Por supuesto, ocurría a veces, más en las culturas del honor del sur de Europa, pero se condenaba ampliamente». El amor homosexual estaba censurado –«como cualquier tipo de relación no reproductiva, incluida la masturbación»– y en muchas jurisdicciones «era delito». «Hubo brotes de pánico moral, como en la Florencia del siglo XV, donde el sexo entre hombres llegó a considerarse uno de los problemas más graves a los que se enfrentaba la ciudad». Aunque lo que resulta más interesante es la idea que poseían del amor entre mujeres: «La concepción medieval del sexo estaba tan centrada en la penetración que parece que la gente estaba un poco confusa sobre que dos mujeres pudieran estar juntas. Cuando las parejas femeninas acababan en los tribunales, solía haber mucho interés en saber quién había sido la “activa”, y era probable que esta fuese castigada más duramente que su compañera “pasiva”».

Por supuesto, las teorías médicas, propugnadas por hombres, tuvieron su influencia. «Los expertos médicos tenían mucho que decir sobre cómo se debían practicar las relaciones sexuales, sobre todo, acerca de lo que los miembros de la pareja debían hacer si querían descendencia».

Aquí la idea general era que «ambos integrantes de la pareja debían producir semillas (y, por tanto, experimentaban orgasmos). Se hablaba mucho de la importancia de los preliminares, las posturas y el placer. Los médicos daban consejos sobre la manera de conseguir que el bebé fuera niño o niña: después del sexo, una mujer debía dormir sobre su lado derecho para concebir un niño, y sobre su lado izquierdo para tener una niña. Los médicos –prosigue– también señalaban los momentos que debían evitarse, como durante la menstruación, pues ello daría lugar a una descendencia enfermiza, o en una tormenta, lo que podría provocar anomalías en el feto; una mujer que concibió en esas circunstancias supuestamente dio a luz un sapo». Harvey añade algunas ideas extendidas para evitar el embarazo: «El coitus interruptus parece haber sido muy practicado, junto con técnicas como saltar o estornudar después del sexo, o untar los genitales con líquidos resbaladizos como el aceite. Otras opciones eran comer ruibarbo para contener la lujuria, llevar un amuleto hecho con los testículos de una comadreja macho o tragarse una abeja. Todas ellas se basaban en la teoría humoral, así que no eran tan gratuitas como parecen...». Pero ha habido cosas que no han cambiado respecto a las mujeres, como «la violencia sexual como arma de guerra, que continúa estando vigente». «Sigue habiendo muchos problemas, y creo que aún permanecen demasiados vestigios medievales. El fetiche de la virginidad es un ejemplo; otro es nuestra forma de tratar los casos de violación y agresión sexual. Al igual que nuestros antepasados medievales, nos horrorizan estos delitos, pero, como ellos, tenemos unos índices muy bajos de denuncias y condenas, y una tendencia a sugerir que las víctimas “se lo buscaron”. La persecución por motivos de sexualidad continúa siendo un problema muy real en muchas partes del mundo».

  • «El fuego de la lujuria» (Libros del ático), de Katherine Harvey, 352 páginas, 12,90 euros.