Libros

Libros

Javier Reverte: «En Asia me siento como un marciano»

Javier Reverte: «En Asia me siento como un marciano»
Javier Reverte: «En Asia me siento como un marciano»larazon

Presenta libro, «Un verano chino», fruto de su viaje siguiendo el curso del Yangtsé. Porque a un río no se le puede decir que no.

Ha recorrido los cinco continentes y siempre le ronda en la cabeza el próximo viaje. Muchos se han asomado a África por primera vez a través de sus páginas y, quizá por eso, se hace extraño escucharle hablar de Asia, un continente al que siempre miró de reojo. China ha puesto a prueba su paciencia y, sobre todo, su sentido del humor. «Creo que soporté China por la risa», reconoce.

–Le ha costado escribir sobre Asia.

–Pues sí, me ha costado bastante porque Asia no me gusta. He ido en bastantes ocasiones antes de escribir este libro y la verdad es que no me tiraba nada. Me siento como un marciano cuando voy. Pero un amigo me propuso navegar el Yangtsé y cuando oigo la palabra «río» no me puedo negar. Me gustan demasiado.

–He abierto al azar una guía sobre China, «un país de reveladores contrastes». ¿Está de acuerdo?

–Yo no he encontrado tantos. Es un país muy uniforme. La tradición, prácticamente, se la han cargado. China es un gran mamífero abierto en canal. Están haciendo un país que no se parece en nada a lo que fue.

–Un país sin pasado, dice. ¿Quizá por un empacho de futuro?

–Es cierto. Pero siempre ha habido un intento de cargarse el pasado. Hasta la guerra de los boxers se buscó defender las tradiciones chinas, pero perdieron esa carrera, como casi todas. Y desde entonces, sobre todo en la época de Mao, se intentó cambiar el mundo y crear un hombre nuevo, cuando el mundo no quiere que le cambien mucho y los hombres nuevos no se sabe qué serán. Se quemaron miles de pagodas y se perdió la cultura tradicional.

–¿Por eso le asusta?

–A mí me asusta porque no siendo un pueblo agresivo, no es un pueblo cortés, te mira con una tremenda indiferencia. Es un país volcado en el dinero, hasta el punto de que llega a ser impúdico en la exhibición de la riqueza.

–En sus libros siempre rastrea la geografía de los hechos históricos. ¿En éste también?

–Sí. He procurado hablar de la China moderna, sobre todo. He arrancado del fin de la era tradicional con la guerra de los boxers para hablar luego de las dos terribles guerras que asolaron al país: la guerra civil entre los comunistas de Mao y Chiang Kai-shek y la invasión japonesa. He querido contar un poco lo que significó el maoismo, que tuvo algunos avances importantes –la alfabetización y las mejoras en la justicia social– pero, al mismo tiempo, acabó con cualquier tipo de libertad en pos de una política económica que costó millones de vidas. En China lo veneran porque es el hombre que devolvió la dignidad a un país humillado durante siglos por Occidente y Japón.

–Quién le iba a decir que iba a encontrarse con más leones que en África.

–Sí (ríe)... de piedra. Tienen esa especie de fetiche. La pareja de leones es el adorno especial de los lugares de cierta importancia. A veces están sonriendo. Acabé odiándolos.

–Suele viajar sin móvil.

–Y sin ordenador, sí.

–En China si no tienes un iphone no eres nadie, dice usted. ¿Se sintió un don nadie?

–No. Me sentía bien. Tengo la sensación de que cuando viajo con mucha posibilidad de conectarme con España, no viajo. Para sentirme viajero de verdad preciso de una incomunicación absoluta. Me gusta sentirme perdido cuando viajo.

–Por momentos se percibe en su libro un cierto hartazgo. Sólo Shangái parece redimirle.

–Shangái sí me interesó. Trata de imitar a Nueva York, aunque no lo consigue, pero es la más occidental de las ciudades chinas, y eso, en un país donde te sientes un marciano, me hacía sentir más cómodo. Se respira cierta vitalidad y es más cosmopolita, quizá por su historia. Es una ciudad fascinante. Si tuviera que vivir en China, viviría en Shangái.

–Las fuentes del Yangtsé no son las del Nilo...

–Me tuve que colar en el Tíbet para acercarme un poco a los primeros espacios donde el río se serena. Es un paisaje muy diferente a cualquier otro que haya visitado.

–Es, cuenta, un país acostumbrado a cambiarlo todo. ¿Qué cambiaría de China?

–No lo sé. Haría un país un poco más educado. El problema no es que sean maleducados, es que no tienen educación ninguna. Se ha perdido toda la tradición, todos los gestos de gentileza. No hay contención ninguna. ¿Qué cambiaría? La cambiaría entera.

–Navegó el Yangtsé, como otros grandes ríos. ¿Cuál le ha marcado más?

–El Yangtsé lo están convirtiendo en una cloaca. Es muy grandioso en sus comienzos, en el Salto del Tigre. Pero el río que más me ha marcado ha sido el Congo, por su virulencia, soledad y tenebrosidad, y por la influencia de Conrad. Casi me cuesta la vida. Es la experiencia aventurera-literaria más importante de mi vida. Y el Yukón, por la soledad y por la fuerza de la naturaleza. Creo que son mis dos ríos preferidos.

–Viajó acompañado. ¿La compañía merma el botín literario?

–No. Es otra manera de viajar. Yo prefiero viajar solo, tiene más de viaje interior y te obliga a abrirte más al exterior. En este caso tuvo su gracia, porque las dos personas que me acompañaban, una intérprete china y un amigo catalán, acabaron teniendo una historia de amor, que reflejo en el libro.

–En su caso acentuó el sentido del humor. ¿Sin sentido del humor no se puede viajar?

–No se puede vivir. Es perder el tiempo. El sentido del humor es uno de los mejores recursos para sobrevivir y enfrentarse a la vida y a los momentos más trágicos. Hay que aprender a reírse de uno mismo. Este libro está muy cargado de sentido del humor. Creo que soporté China por la risa.

–¿En qué ha cambiado su actitud como viajero desde sus primeros viajes a África?

–Creo que es la misma, una actitud de cierta ingenuidad y abierta a lo desconocido. No tengo ideas preconcebidas y cada vez son menos las cosas que me parecen importantes: la amistad, la solidaridad, la generosidad, el amor..». Lo demás no vale para nada.

–¿Es más peligroso cruzar un paso de cebra en China que un safari a pie en África?

–Pues seguro que sí (ríe). Rige la ley del más fuerte. La prioridad nunca es el peatón y corres peligro de muerte. Muere mucha gente atropellada cada año.