Patrimonio

La reconquista de Al-Andalus: El emir de Qatar, nuevo vecino del Albaicín

El emir de Qatar se ha comprado, por 16 millones, el Carmen de San Agustín en el Albaicín, que tiene vistas a la Alhambra. Algunos han querido ver en su gesto cierta nostalgia por el mito del Al-Andalus.

La Alhambra de Granada vista desde el Albaicín.
La Alhambra de Granada vista desde el Albaicín.larazon

El emir de Qatar se ha comprado, por 16 millones, el Carmen de San Agustín en el Albaicín, que tiene vistas a la Alhambra. Algunos han querido ver en su gesto cierta nostalgia por el mito del Al-Andalus.

Los petrodólares están consiguiendo lo que no logró Boabdil con su reguero de lágrimas. A una amplia fracción la sociedad, el nombre de Tamim Bin Hamad al-Thani no le suena de nada. A nivel internacional es conocido como el emir de Qatar, pero la mayoría de las personas solo lo identifican cuando se les recuerda que es el propietario del Paris Saint Germain, ese club de balompié que existe en Francia.

El jeque, después de haberse ganado el corazón de la hinchada gala, ha decidido darse un capricho y ha adquirido el Carmen de San Agustín en Granada con vistas a la Alhambra en un gesto más nostálgico que práctico, entre otras cosas, porque la propiedad, un espacio de apenas unos 6.000 metros cuadrados, le ha costado la calderilla de 16 millones de dólares, una suma bastante por encima de lo que el mercado reclamaba para esta clase de haciendas.

La parcela, que cuenta con una amplia terraza dotada de piscina, disfruta de una de las mejores vistas sobre la vieja fortaleza-ciudad de los reyes nazarís. De hecho, la hacienda casi podría ser un remedo moderno de ella, con sus canalizaciones de agua, sus dos jardines y la exuberancia de la vegetación.

Vivimos en una época en que el dinero, el poder y la influencia (de cualquier tipo) trata de arreglar la Historia y ganar en el presente lo que no se pudo lograr en el pasado, algo que vivimos a diario en nuestro país con ese pesado monotema que resulta ser la Guerra Civil. La insistencia del mundo árabe por acercarse al monumento andaluz, el más visitado de España, no deja de ser una apuesta por lo imposible. Una manera de jugar una partida cuando los jugadores ya se han levantado de la mesa y hasta han salido de la habitación.

El patio de los Leones inspira todavía la instantánea de una civilización idílica que, en realidad, nunca existió y que, con solo aplicar una pizca de sentido común, jamás hubiera podido ser como pervive en nuestra imaginación. La aireada convivencia entre judíos, cristianos y musulmanes jamás fue de la manera que sostiene la leyenda, un reduccionismo absurdo que pasa por alto toda la complejidad política-social de aquellos siglos. La supuesta y utópica forma de coexistir entre los que vivían a un lado y otro de la marca (la frontera que limitaba el Al-Andalus y los reinos cristianos) queda desmentida, entre otras razones, por la manera que tenían de asolarse mutuamente a lo largo de tantos siglos, en ocasiones con resultados devastadores y muy sangrientos para las poblaciones que se habían propuesto tomar o por las que simplemente estaban en el mismo rumbo de las huestes que habían comenzando a marchar. Y de eso no se salvan ni los del sur ni los del norte.

La huella de Washington Irving

Queda un romanticismo, que viene del siglo XIX y que ha aumentado, exagerado o directamente inventado una España que nunca ha existido, y que ha tratado de asentar en nuestro inconsciente una realidad que no es tal cual: los árabes no fueron el único hontanar del que emanó toda la cultura a lo largo de la Edad Media. De hecho, en Europa ya corrían docenas de manuscritos de filosofía y ciencia que habían heredado de la antigüedad romana y que se iban transmitiendo de una generación a otra. Tampoco los reinos del norte eran unos bárbaros incultos que solo comprendían el tosco lenguaje de las armas. Pero ya se sabe que a la ignorancia no le gustan los grises y siente una inclinación natural por el blanco y el negro, por las bipolaridades, donde los asuntos quedan mejor matizados, los buenos siempre son buenos y los malos, malos.

Después de que el romanticismo exagerara hasta el paroxismo una España inculta y exótica, con sus tipos humanos y el esplendor de su pasado musulmán (algo a lo que contribuyó Washington Irving que residió y escribió parte de sus célebres cuentos en La Alhambra, cuando el edificio estaba dejado de la mano de Dios), ahora ha habido una resurrección del Al-Andalus como una especie de oasis cultural que hubo en el pasado, otra Atlántida perdida. El mito perdura con fuerza en el mundo árabe y hasta lo utilizó Al Qaeda en su propaganda. La organización terrorista pretendía recobrar esas tierras en una hipotética expansión, aunque se desconoce su énfasis, porque ellos no nunca han sido ejemplo de ninguna convivencia. Recientemente, también, ha habido un brote en España de esta idealización y se han multiplicado las presiones para que la catedral de Córdoba vuelva a ser una mezquita y quitarle la titularidad a la Iglesia. En este movimiento se ha llegado al delirio y algunas voces exigen ahora que no se celebre el 2 de enero la entrada de los Reyes Católicos en Granada, que más que una fiesta reivindicativa o de homenaje o de exaltación, hoy en día ya es puro folclore, salvo para aquellas mentes que consideran que han accedido a la luz de alguna revelación.

Una oportunidad

Y es que no está exento de cierta ironía que aquellos que reclaman el tolerante Al-Andalus, siempre resulten tan intolerantes y beligerantes en sus empeños (a la viceversa también sucede, como en el caso de Vox, que quería retirar una escultura de Abderramán III sin tener en cuenta la enorme herencia cultural que nos ha dejado). La realidad es que la Edad Media nunca procuró ese punto de encuentro entre distintas civilizaciones que a todos nos hubiese encantado, pero si existe una oportunidad de lograrlo en el futuro es justamente dejando en manos de los historiadores aquellos siglos y aplicar la convivencia hoy en día, para lo que se requiere más sentido del humor y buen hacer que tantas reivindicaciones estériles.

Tamin Bin Hamad al-Thani se va a instalar en el Albaicín, en un Carmen (al que va a cambiar el nombre) desde el que se contempla Sierra Nevada, el Generalife y las murallas de la Alhambra. Es de suponer que, aparte del paisaje, que seguro que le gusta, como a cualquiera, y de las comodidades con las que cuenta su nueva residencia, algo que también le debe placer a todo el mundo, se ha visto atraído por ese espejismo histórico que es el Al-Andalus. Algunos se asustarán de su presencia y sostendrán que las tierras que jamás se cederían por la fuerza se entregan con suma facilidad cuando se trataba de venderlas y ganar un pico de pasta. Pero quizá resulte una buena oportunidad para que las distintas culturas traten de conocerse, en vez de imponerse una sobre otra. Algo que a muchos les gustaría, pero que cualquiera que conozca un poco la naturaleza humana sabe que es sumamente complejo.

La toma de granada recreada a través de la pintura

En pleno siglo XIX quiso emplearse la pintura como ejercicio visual de nuestro pasado histórico: el arte como pedadogía y el lienzo como pizarra. El resultado fue una serie de óleos de gran tamaño destinados a afianzar el país y crear cierta conciencia, que ilustraban algunos capítulos esenciales que marcaron nuestro devenir en los siglos precedentes. Entre esos cuadros estaba «La rendición de Granada», de Francisco Pradilla, que recreaba cómo Boabdil entrega la ciudad del reino nazarí a los Reyes Católicos, y que durante años ha ilustrado los libros de texto en España. Un momento que simbolizaba el final de la reconquista y la supuesta unión del territorio que se había perdido en 711, con la invasión mulsumana de la península y la toma del reino visigodo de Toledo. La pintura fue rematada en 1882 y fue un encargo que hizo el Senado al pintor (que ya había realizado la pintura «Doña Juana la Loca», que había entusiasmado) para que colgara de las paredes del llamado Salón de los Pasos Perdidos, que es el lugar donde todavía se conserva.

16 millones y orientado a la Meca

El Carmen de San Agustín (sus dueños anteriores eran los herederos de Rafael Pérez-Pire, que fue el responsable de la expansión en España de la marca Puleva) ha costado 16 millones de euros y se extiende casi 6.000 metros cuadrados. Desde sus terrazas se ve las caras norte y este de la Alhambra, el Generalife y el cauce del Darro. Al oeste se divisan el Sacromonte y el Alto Albaicín, mientras que al sur los ojos llevan a la Morería o Medina, según informan en «Granada hoy». Clave fue para que el emir se decantase por la compra la orientación hacia Oriente con la alquibla en dirección a La Meca y unos extensos y frondosos jardines que rodean la propiedad, jalonada por un sinfin de fuentes y aljibes, acequias y surtidores, de los que parece que no tiene la intención de deshacerse.