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Contracultura

LGTBI, feministas y propalestinos o cómo hacerse una empanada mental

La «interseccionalidad» produce monstruos: ver una bandera arcoíris junto a una de Palestina, donde los gays son perseguidos, es como si los pollos apoyaran al KFC

Contraviñeta
ContraviñetaJae Tanaka

Cierto es que algo ya había visto por la tele, cuando entre una cabezada y otra seguía La Vuelta a España. Que, por cierto, para interseccionalidad jodida la nuestra: andaluces y aficionados al ciclismo... ¿qué pasa con la siesta? Lo dicho, pero como Santo Tomás soy de los que si no lo veo no lo creo, hasta que no me topé el pasado fin de semana, tomando unas copas en el gaditano barrio de El Pópulo, con una bandera arcoíris junto a una enseña palestina colgando de una fachada de piedra ostionera, no reparé en ello. «¡Quia!», pensé. Y como a la mañana siguiente, atontado por la resaca, no daba crédito, decidí volver al lugar de los hechos, no fuera que los mojitos de regaliz macerado en ron añejo me hubiesen jugado una mala pasada y solo estuviese ante un domicilio habitado por un matrimonio riojano-extremeño. Pero no, efectivamente eran la bandera palestina y la arcoíris.

Entonces, claro, me puse a investigar, y pronto me di cuenta de que era bastante común la «solidaridad interseccional» del colectivo LGTBI y feministas con el pueblo de Palestina. Personal y vulgarmente estuvo a punto de petarme la cabeza no sé si cuando descubrí que había una entrada en Wikipedia dedicada a las «posturas en el activismo LGTB+ en la invasión israelí en Gaza», o si fue cuando me topé con la existencia del colectivo «Queers for Palestine». ¡Queers por Palestina!, ¿en serio? ¿Qué sería lo próximo, «Chikens for KFC»?, ¿Sindicalistas con el Patrón?, ¿Peña Antitaurina Morante de la Puebla?

Más allá de los chistes que se puedan hacer con ello por lo ridículo del asunto, cabe tener cierta preocupación por la salud mental del primer mundo cuando en las manifas las «irenesmonteros» de turno lucen kufiyas (pañuelos palestinos) sobre pañoletas moradas feministas, y hay banderas arcoíris ondeando junto a enseñas palestinas. ¿Acaso hay que exponer aquí los derechos de las mujeres en Palestina? Pues ya están expuestos: ninguno. ¿Tenemos que recordar que en Gaza la homosexualidad está penada con hasta diez años de cárcel por ley?, ¿o que en Cisjordania, pese a que se despenalizase con la adopción de la legislación jordana, los homosexuales siguen estando perseguidos?

«Violencia por ambas partes»

En fin, seguí con mi investigación y me topé con la entrevista en un podcast, «Sabor a queer», a Murad Odeh, periodista y activista palestino residente en España –que declinó amablemente participar aquí–, cuyas palabras recojo para esclarecer un poco el asunto con un testiminio de primera mano. Preguntado por la realidad social de lo queer en Palestina, Odeh confirma que «la sociedad palestina tiene un componente religioso muy arraigado, lo que la hace muy homófoba. En el contexto familiar significa ser rechazado, sufrir violencia, porque la familia intenta mantener ese honor».

«Luego, también sufren violencia institucional por parte de la Autoridad Palestina–continúa este periodista palestino–. Esta, aunque no criminaliza legalmente la homosexualdad, sí que utliza pretextos para ello, como era la ley de vagos y maleantes en la España de Franco. (...) Hay una interseccionalidad ahí de qué significa ser palestino, qué significa ser gay..., y las dos cosas acaban haciendo que recibas violencia por ambas partes».

Acto seguido, Murad Odeh –que, valga el apunte, parece un tipo educado y culto– se pone a echarle las culpas de todo a Israel al más puro estilo de la escena de qué han hecho los romanos por nosotros de «La vida de Bryan», de los Monty Python. Sin embargo, en un resquicio entre medias, deja un dato interesante: «Israel firmó el convenio sobre el estatuto de refugiados para poder recibir a personas que huyen por su orientación o identidad sexual». Y pese a que expone esto para poner de relieve que el gobierno israelí deniega la mayoría de estas peticiones de asilo, especialmente cuando los solicitantes son palestinos, la sola muestra de este hecho, con el fin que sea, deja a las claras que Israel representa la libertad para los miembros del colectivo frente a Palestina, que es opresión y persecución. No hay más que hablar, señoría.

«De oprimido a oprimido»

Con la cabeza echando humo, la picha hecha un lío y una tortícolis de jirafa por las torsiones argumentales que he tenido que casar en esta pesquisa, recurro a mi «wokista» de cabecera, el periodista y escritor Juan Soto Ivars, para que ponga algo de cordura o de luz en este asunto tan disparatado: «Yo no lo veo incoherente», me sorprende de primeras al teléfono Soto Ivars, y se explica: «Lo evidente es que a los gays en la Franja de Gaza los ejecutan, ¿no? El Movimiento de Liberación Palestina tiene elementos de fundamentalismo islámico, y los gays palestinos están mejor en Israel que en Palestina».

«Eso es una evidencia», recalca este, y prosigue: «Pero, desde aquí, para el movimiento gay, su reivindicación es la de un pueblo oprimido dentro de la sociedad española. Es igual que cuando los abertzales apoyan a Palestina, la reivindicación es la misma: un pueblo oprimido contra un opresor», explica Soto Ivars, y antes de que siga, nos acordamos que el próximo 15 de noviembre se juega en San Mamés un Euskadi-Palestina. «Los gays de aquí saben perfectamente lo que les pasaría en manos de Hamás, pero hay una simpatía de pueblo oprimido a pueblo oprimido».

Algo similar piensaTeresa Giménez Barbat, autora del magnífico ensayo «Contra el feminismo» (Pinolia): «Ver banderas palestinas y LGTB ondeando juntas es resultado de esa idea de “interseccionalidad” donde quienes se consideran víctimas de la opresión sistémica occidental forman parte de un meta sistema de dominación. El resultado puede llegar a ser tan suicida como ignorar concienzudamente que cualquier expresión homosexual o queer sería inmediatamente aplastada en esa Palestina yihadista que, cual ovejas en el matadero, defienden.»

Más contenida o contemporizadora se muestra al respecto Alejandra Clements, abogada y periodista especializada en Internacional: «La polarización que nos envuelve está detrás de esa confusión de causas. El ambiente empuja a adscribirse a un bloque ideológico en pack: hay que aceptar todas las tesis que lleva incluido. Se eluden los matices o las reflexiones más sosegadas. Es un ejemplo más del populismo que se empeña en impedir las respuestas individuales a las crisis del mundo actual», expone la granadina.

Pero, mientras tanto, seguimos al teléfono con Juan Soto Ivars, autor de «Nadie se va a reír» (Debate), que precisamente se carcajea recordando la reacción de la izquierda occidental –las contorsiones que de nuevo han tenido que hacer para salvaguardar sus posturas– cuando el gobierno revolucionario, anticolonialista y panafricanista que tanto aplaudieron en Burkina-Faso acaba de prohibir por ley la homosexualidad. Nos remite en concreto a unos tuits de la diputada de Sumar Tesh Sidi que realmente no tienen desperdicio. Pero no nos vayamos por las ramas.

Engarza Soto Ivars el caso de Burkina-Faso con el de los gays y feministas por Palestina con una última reflexión: «La izquierda siempre se ha caracterizado en los países ricos de Europa por apoyar causas aleatorias de pueblos oprimidos. (...) Lo que pasara con los gays en una hipotética Palestina libre a esta gente no les importaría un carajo; porque ellos solo defienden al pueblo oprimido mientras está en boga, luego ya, a tomar por... saco. Esa estructura de pensamiento hace aguas desde el inicio, porque pensar en términos de pueblos oprimidos y equiparar a las mujeres con los negros y a los gays con... No tiene ningún sentido», concluye el plumilla murciano antes de mentarnos, en el colmo del surrealismo, la existencia de un colectivo en EE.UU. llamado «Fatties for Palestine».