Crítica de libros

Argentina, una herida abierta

Argentina, una herida abierta
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Vuelve Remil, un espía argentino que hace las veces de detective, matón y asesino si se tercia, tras su excelente debut con «El puñal». En «La herida», Jorge Fernández Díaz ha fabulado una intriga política que, a diferente escala, bien pudiera aplicarse a la escena española. En el fondo, los métodos de escuchas, chantajes y coimas son similares en todo el mundo y la avaricia, el latrocinio, el narcisismo de los políticos y su deseo de perpetuarse en el cargo mediante mil y una triquiñuelas solamente tienen un límite: el estado de derecho si funciona, la prensa si queda algún rincón digital expedito y los estragos de la rivalidad política sabiamente manejada por los servicios de inteligencia.

«La herida» es una novela negra, no en el sentido tradicional, sino de intriga, que denuncia la colusión de los poderes y la dificultad de luchar contra los estragos del narcotráfico y la corrupción política, judicial y policial. Escribe Jorge Fernández: «La política argentina es una novela negra: celebra el día de la lealtad y los otros 364 se traiciona con alegría». Como periodista, recurre a la ficción para contar hechos incontrovertibles que jamás serán denunciados ni desde la prensa subvencionada ni por los políticos embarrados en el pudridero del poder, que es siempre el de perpetuar el statu quo.

Que la novela de intriga política, especialmente en Hispanoamérica, se haya convertido en la vía regia de la antigua novela comprometida es la prueba de que cuando no funcionan los canales de denuncia solo queda recurrir a las fabulaciones imaginativas para contar cuanto se sabe, pero nunca se tendrán pruebas fehacientes. Leyendo las obras de Jorge Fernández Díaz («El puñal»), como las de Jorge Cepeta Patterson («Los corruptores») y Vladimir Hernández («Habana réquiem»), se comprende hasta qué punto estos periodistas comprometido con una realidad obstinada han de recurrir a la ficción para denunciar la violencia de narcoestados gangrenados de corrupción como México, Argentina y Cuba.

Obediente a «la casita»

El narrador de «La herida» sigue siendo Remil, algo así como «el mil leches», un espía tan cínico como obediente a «la Casita», un Servicio de Inteligencia inventado. Como narrador objetivo, Remil tiene el don crítico de exponer de forma directa los chanchullos y tejemanejes políticos y relatar sin tapujos el laberinto del poder en estado bruto. Como descreído, intuye que los manipuladores apenas muestran «el uno por ciento de lo que saben». Lo mejor de «La herida» son la socióloga y la diva del cine. Un tándem delirante que con Remil completa el triángulo de la novela, que se abre con una monja huida, Sendero Luminoso reconvertido al narcotráfico y la Patagonia como ese lugar sin límites ni leyes. Una ingeniosa trama desborda todas las previsiones del lector, incluso al final las colma.

La objetividad de Remil es tan descarnada como brumosa la atmósfera del submundo onírico en el que discurre su peripecia. Sus métodos son tan espurios como los que combate. Ese es el intríngulis de las novelas de Jorge Fernández Díaz: la sabia administración de un relato en el que, entre denuncias gravísimas de corrupción y connivencia de políticos con las mafias locales, pone en duda la línea que divide el bien del mal. Si existe es tan delgada como borrosa.