Hollywood

En el corazón de las tinieblas

En el corazón de las tinieblas
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La historia es la siguiente: en junio de 1958, cuando James Ellroy tenía apenas diez años, su madre apareció muerta. La habían estrangulado con una cuerda y unas medias de nylon. La habían violado y la habían dejado tirada por ahí, en la cuneta de una carretera. El caso, brutal, nunca se resolvió, pero definió, de algún modo, el destino del escritor y de su obra. Primero lo convirtió en ficción en «La dalia negra», una novela publicada en 1987 y que gira alrededor del asesinato de Elizabeth Short. Después, en 1996, en esta suerte de memorias e investigación sobre la vida y la muerte de Geneveva Hilliker, más conocida como Jean, su madre. El resultado es «Mis rincones oscuros», una obra personalísima. En ella se desnuda a corazón abierto y lleva al lector al centro de su vida pero, también, al corazón de las tinieblas.

Dar con el asesino

Con un estilo directo y descarnado, Ellroy describe, por un lado, el derrotero que lo llevó a contratar en 1994 los servicios de un viejo y astuto detective llamado Bill Stoner para resolver juntos el caso y dar, finalmente, con el asesino de su madre. Y, por otro, se sumerge en el recuerdo de Jean y traza un esbozo sincero y conmovedor de su existencia. Y no solo de la suya: también de la de su padre y de la propia vida del escritor en la costa oeste de Estados Unidos. «Nacieron en Los Ángeles. Ella era enfermera colegiada. Él era un contable no titulado que hacía inventarios de existencias en farmacias y preparaba declaraciones de renta para gente de Hollywood –recuerda Ellroy–. Había trabajado tres o cuatro años como agente de Rita Hayworth y se encargó de preparar su boda con Alí Khan en 1949. Las mujeres pelirrojas habían regido su vida en los años de posguerra. Yo entré en escena en el 48. La novedad de un crío los hizo babear por un tiempo. Dejaron su apartamento de Beverly Hills y encontraron otro mayor en West Hollywood (...)Allí crecí en un ambiente recargado de moral retorcida». Así, con una mirada y una escritura que parece ser una conjunción azarosa entre la vida y la obra, entre la memoria personal y la crónica policial, Ellroy relata, con todo detalle, la pesquisa particular junto a Bill, que al mismo tiempo que lo lleva a investigar sobre el caso policial le revela los puntos cardinales de la vida de su madre. «Le dábamos vueltas a nuestro caso hasta abarcar el mundo del crimen en su totalidad. Recorrimos autovías y caminos secundarios –escribe Ellroy–. Bill me señaló lugares idóneos para arrojar un cadáver y me contó anécdotas de su oficio». Memoria, crónica, investigación, autobiografía, la obra, en cualquier caso, es una obra maestra. La confesión expuesta de un escritor ante la memoria de su madre, una memoria que perseguía, concluye Ellroy, como verdad, pues ella, señala, «me había enseñado algunas verdades. Quería devolverle el gesto. Quería honrar en su nombre a todas las mujeres asesinadas. Tenía que conocer su vida igual que conocía su muerte».