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Badajoz

Landero, un chico de provincias

Landero, un chico de provincias
Landero, un chico de provinciaslarazon

«Y es que a veces el pasado no acaba nunca de pasar», leemos en «El balcón en invierno», la reciente novela de Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948). Quien nos emocionara con «Juegos de la edad tardía» o divirtiera con «Hoy, Júpiter», entre otras inolvidables historias, nos deleita ahora con un relato de corte autobiográfico que no pierde por ello su impecable carácter fabulador y simbólico. En un acompasado vaivén de años vividos y recordados, el autor desgrana sus vivencias de formación personal ofreciendo, de paso, un ilustrativo panorama de la sociedad española de las décadas de los 50 y 60; ritos, costumbres y modos de vida diversos desfilan bajo la mirada de un joven protagonista enfrentado a su inmediato destino íntimo y profesional. Esta trayectoria iniciática, que recuerda la de aquel Daniel el Mochuelo de «El camino», es una metáfora –basada en la propia experiencia autorial– de las inquietudes e ilusiones de la juventud. En un conseguido tono de melancólica nostalgia, se hace balance de un pasado en el que ha predominado la vocación literaria por encima de la dedicación docente o la faceta de guitarrista flamenco.

Destacan en este rememorativo relato la ingenuidad de los primeros amores, la belleza –y también la dureza– de la vida en el campo, tan diferente de la ciudad o hasta del pueblo, la importancia estética del relato oral al amor de la lumbre en la ruralidad de las noches de invierno, la sabiduría popular de un acrisolado refranero, la emancipación personal que conllevan los primeros trabajos pagados, la infancia en una casa familiar sin libros y la transcendencia de las primeras lecturas conscientes, sin olvidar el rico anecdotario, entre humorístico y tierno, que recorre estas páginas, traspasándolas de una delicada amenidad y de una sensible agudeza.

Ciencias o letras

Otro acierto radica en las dudas adolescentes que asedian al protagonista, quien oscila continuamente entre el campo y la ciudad, ciencias o letras, un oficio o una carrera universitaria. Con un estilo contenidamente lírico, una inmejorable selección de los contenidos argumentales y un ritmo narrativo de extrema agilidad, esta novela –cuyas referencias autobiográficas no deben engañarnos– es un espléndido pretexto para reivindicar el carácter dignificante de la excelente literatura; imposible mejorarlo.