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Libros
Cesare Pavese:así fueron sus últimos días antes de suicidarse
El libro de Pierre Adrian, premiado varias veces en Francia, indaga en la vida del escritor italiano

Un verso y un diario definen la vida y la obra de Pavese, que se tragó 16 somníferos para cerrar así su larga reflexión sobre el suicidio en 1950, en un hotel de Turín, a los 42 años: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos» y «El oficio de vivir». El primero pertenece a un poema del mismo título, y el segundo al diario que el escritor de Santo Stefano Belbo –fue el último de cinco hijos de una familia campesina– llevó buena parte de su tormentosa existencia. «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos/esta muerte que nos acompaña/de la mañana a la noche, insomne,/sorda, como un viejo remordimiento/o un vicio absurdo…»
La muerte es la compañera de Pavese, y su soledad se hace más grande y sufriente, hasta el extremo de quitarse la vida con el pretexto de un desengaño amoroso con la actriz Constance Dowling. En el «Diario», dice en 1936: «Sé que estoy condenado a pensar en el suicidio ante cada dolor» y «Uno no se suicida por amor a una mujer. Uno se suicida porque el amor nos muestra en nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestra vulnerabilidad, nuestra insignificancia». La muerte es un trauma para Pavese desde que pierde a su padre en 1914, un procurador de Turín, ciudad en la que el pequeño Cesare cursará estudios secundarios y conocerá a los intelectuales locales más destacados. Con apenas 20 años, ya lleva tiempo escribiendo el que será su primer libro, el poemario «Trabajar cansa», empieza a traducir «Moby Dick» de Melville y, en 1934, es nombrado director de la revista «Cultura», de tendencia antifascista. Es el comienzo del inicio de «El oficio de vivir», que se publicará póstumamente en 1952. El diario es su interlocutor, su mo-do de exorcizar la angustia en aquellas fechas por ver a la mujer amada casándose con otro. Empieza para Pavese una existencia de continua nostalgia: por la infancia, el campo, el amor que no llegó a materializarse… El resultado es el miedo a vivir, tanto que se convierte en un «oficio», en algo antinatural, lo que le lleva a un apunte final: «No más palabras, sólo un gesto. Nunca volveré a escribir». El trabajo literario constituyó el consuelo y el refugio para Pavese de una vida que le decepcionaba de continuo. Así, fue uno de los fundadores de la famosa editorial Einaudi, para la que propuso obras sobre psicología, religión o política, además de publicar a autores tan relevantes como Kafka o Proust. Asimismo, también destacó en el campo de la crítica literaria y el de la traducción del inglés; aparte de Melville y Whitman, hizo versiones al italiano de obras de Faulkner, Defoe, Dickens, Joyce y Dos Passos, entre otros.
El ánimo melancólico de Pavese no le impediría, pues, desarrollar una obra ingente para 42 años. Fundamentalmente, narrativa; en ella, destacar «De tu tierra» (1941) y la que es considerada su mejor novela, «La luna y las fogatas» (1950). Y, todo ello, por otro lado, en una Italia convulsa en la que él es siempre sospechoso de rebelde: en 1943, hasta la liberación de Italia, se esconde en casa de su hermana, y luego en un colegio de Somascos en Casale Monferrato, mientras sus colegas «partigiani», los guerrilleros antifascistas de la Resistencia, luchaban en el Piamonte. Pero la lucha para Pavese era más cruda, acaso más trágica: la interior, consigo mismo, tan difícil de superar que prefirió ceder a ella y tomar los somníferos suficientes para dejar de sufrir.
En esta vida y muerte ha incursionado Pierre Adrian, francés, en «Hotel Roma» (traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona), en el que revivifica a Pavese visitando los lugares que fueron importantes para él, centrándose en especial en ese último verano de su existencia y convocando a más personalidades italianas conocidas, como Italo Calvino. Es un libro sobre Pavese, muy breve, pero con la voz de quien lo busca entre las sombras y el pasado turinés, desde un día de 2020, fechado en Dieppe y marcado por la pandemia. De tal modo que el autor protagoniza una suerte de evasión mental, de «solitaria ensoñación» mediante la cual de repente está en Turín, lo cual lo lleva a releer a Pavese: sus novelas cortas, su diario, su poesía, cada vez de forma más obsesiva, hasta que se aprende «Los mares del Sur», el primer poema de «Trabajar cansa».
Poco a poco, la idea de que «hay que vivir la vida fuera de casa», a sus 40 años, para cerciorarse de que todo es nuevo, más si cabe en una época de confinamiento, hace que Adrian se identifique «con el paseante de Turín. Un hombre taciturno, un escritor de pocas palabras, de nuevo un italiano, como si solo ese país y sus gentes pudieran responder a mis preguntas». Primero se habla de otro icono de la literatura italiana, Pasolini, «hombre maldito», quien inspiró un «desesperado amor por el mundo, mis angustias, una forma de ternura», y, sin embargo, Pavese no atrajo en un principio a Adrian: «Dicen que era feo e impotente, acomplejado, misógino. En las pocas fotos en blanco y negro que quedan de él vemos a un hombre solitario, de mirar torvo, que mete las manos en los bolsillos de un traje oscuro».
[[H2:«Nunca combatirás»]]
El autor presenta a un Pavese que siempre se quedó al margen de la vida; no se unió a la Resistencia, apunta Adrian, «y si el régimen fascista lo confinó en 1935 fue casi por casualidad, porque algo había que hacer. En su diario dice: “Nunca has combatido, acuérdate. Nunca combatirás”». Es un poeta ajeno al compromiso social, político, humanitario. «Piamontés sombrío, duro, lacónico, sentencioso, Pavese era el amigo querido que deja caer sus frasecitas como piedras que se nos meten en el zapato. “Lo que me gusta de la gente es que vive y deja vivir”, escribió en “Entre mujeres solas”. Y en el diario, un 27 de marzo: “Me paso el día como quien se ha dado con la rodilla en el canto de algo: todo el día es como ese momento insoportable”». Aparece así un tipo tendente a lanzar frases lapidarias cuya compañía no es grata, de ahí que emerja un Pavese persona que no está a la altura del escritor al que se propone leer y estudiar Adrian. De repente, se nos aparece como una especie de Leopardi quejica y sedentario, hiperestésico, «obsesionado con el suicidio. Al final, algunos amigos, hartos de esa idea fija, de ese “vicio absurdo”, como le llamaba él, decían: tanto que habla, que lo haga». Pero, entonces, llegó la trágica realidad, y llevó a cabo su idea tras permanecer nueve días solo, aislado en el verano turinés. A partir de ese momento, Adrian hace que entremos en el Hotel Roma, a quince minutos de la casa de Pavese –en una situación parecida a lo que pasó con el covid–, con calles desiertas, por estar la gente en la playa o para evitar el sufriente calor de la ciudad que aún recuerda a su insigne suicida.
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