Libros
Adelina Patti, la primera diva de la ópera que despertaba pasiones
Reyes Monforte recupera en su nueva novela la vida de "la diva", la soprano nacida en Madrid que deslumbró al mundo y la mejor pagada de la historia
Durante sus años de triunfo, Adelina Patti reinó sobre los escenarios de los mejores teatros de ópera del mundo de manera absoluta. Con una voz que deslumbraba, supo ponerse a la cabeza entre todas sus colegas y rivales que trataron de destronarla, pero nadie pudo igualarla en perfección vocal, favor del público y olfato empresarial, cualidades que la encumbraron, no solo como la primera “diva” de la historia, sino que la convirtieron en la cantante mejor pagada del mundo. La periodista y escritora Reyes Monforte acaba de publicar “La Diva” (Plaza & Janés), que novela la apasionante vida de esta soprano nacida en Madrid y considerada la mujer más famosa de la segunda mitad del siglo XIX, admirada por grandes personalidades mundiales. Su nacimiento en una casa de huéspedes de la calle Fuencarral el 19 de febrero de 1843 fue accidental, sus padres, el tenor siciliano Salvatore Patti y la soprano Caterina Chiesa Barilli, estaban de gira, pero en la partida de bautismo fue registrada en español, Adela Juana María, bautizada en la desaparecida iglesia de San Luis de la Calle de la Montera y ella siempre llevó con orgullo haber nacido en España. Cuando a la familia le faltó trabajo se trasladó a Nueva York, donde residía su yerno, el profesor Strakosh y es allí donde Adelina sorprendió como una auténtica niña prodigio y “mostró sus primeros brotes de divismo”, explica Monforte. “Con ocho años debutó en Broadway y unos minutos antes de salir a escena dijo que no cantaba si no le regalaban una muñeca. Era la muñeca Henriette que la acompañó toda su vida”.
De sus cualidades como soprano destacaba la calidad de su voz, timbrada y cálida, y una técnica impecable, además de sus trinos, gorjeos y gran facilidad para las escalas y cambios de registro. “A los cinco años, su madre la descubrió en su habitación cantando para sus muñecas y no podía creer que la niña cantara así y de oído, ella escuchaba en el teatro mientras sus padres ensayaban y luego repetía todo. Primero la educó su padre y después ejerció de profesor y representante artístico su cuñado Strakosh, pero ella había nacido con un don y lo sabía, de ahí venía su divismo”, afirma la escritora. Su debut profesional fue con 16 años en un teatro de Broadwy cantando “Lucia di Lammermoor” de Donizetti y dos años después saltaría a Europa. En mayo de 1861, con 18 años, debutaba en el Covent Garden de Londres con “La sonnambula” de Vincenzo Bellini. Luego, La Scala, el Bolshói, la Ópera de París…y todos los grandes teatros del mundo.
El mito y la poderosa
La Patti combinó su extraordinario talento con una personalidad seductora y un enorme magnetismo que generaba interés por donde iba. Su carisma y virtuosismo, además de un poder de negociación inaudito para una mujer de su tiempo, la convirtieron en la cantante mejor pagada de su época. “Ella misma gestionaba sus contratos, cuando en plena época victoriana ninguna mujer lo hacía, eso habla de una personalidad muy fuerte -apunta Monforte-. Fue su madrina, Marietta Alboni, quien la aconsejó que se hiciera respetar en los despachos de los empresarios teatrales defendiendo su caché en un contexto exclusivamente patriarcal, algo en boca de todos, de hecho, sufrió un atentado en San Francisco a manos de un hombre que decía, ¿cómo una mujer cantando dos horas gana lo mismo que un obrero en 10 años? Si no recibía el dinero por adelantado, no cantaba –explica la autora-. Es famosa la anécdota con un empresario que se retrasó en pagarle y le dio solo la mitad. Ella se calzó un solo zapato. “Cuando me traiga usted el resto, me pondré el otro. Hasta entonces, no espere que salga al escenario”. O cuando un promotor, escandalizado por su salario, argumentó que el presidente de EE.UU no ganaba tanto y ella respondió: “Pues pídale al presidente que cante”. En España fue Pérez Galdós quien, tras actuar en el Teatro Real, escribió un famoso artículo titulado, “Cada compás, cincuenta duros”, aunque la valoraba y justificaba el precio porque terminaba diciendo que valía cada peseta que cobraba”. Pero no solo en esto fue una adelantada a su tiempo, también en la defensa de la mujer. “Supo venderse mediáticamente, mostró gran habilidad para moverse con destreza en la prensa y acaparar portadas de periódicos, además de ser precursora en prestar su nombre y su imagen para anunciar productos. La famosa crema rosada antiarrugas Adelira Patti, que sigue vendiéndose, maquillajes, aguas de colonia, incluso encendedores y cortadores de puros, algo inaudito entonces”, señala la escritora.
La lista de personalidades con las que tuvo relación es enorme. Para Reyes Monforte, “la Patti fue un fenómeno social que despertaba pasiones, Oscar Wilde la inmortalizó en “El retrato de Dorian Grey”, Tolstói en “Ana Karenina”, Émile Zola en “Nana”, Charles Dickens, en su debut en el Covent Garden, dijo que lo de la Patti no tenía precedentes y Gaston Leroux se inspiró en ella para dar vida a Carlotta, la diva egocéntrica, poderosa y estricta de “El fantasma de la ópera”. Pero también mandatarios y políticos. Abraham Lincoln, de luto por la muerte de su hijo, se conmovió mucho y lloró cuando cantó la entrañable “Home sweet, home”, canción que luego añadiría como propina en todos sus recitales. La soprano fue también la favorita de la reina Victoria y del príncipe de Gales, futuro Eduardo VII, que andaba obsesionado con ella, e incluso se rumoreó un posible romance. En España, la reina Isabel II, que la llamaba “mi compatriota”, la hizo su confidente, así como la emperatriz Eugenia de Montijo en Francia, que le ayudó con su primer marido. En Rusia, el zar Alejandro II la llenaba de joyas y le escribió un poema de amor tras escucharla cantar “Romeo y Julieta”, que provocó un ataque de celos de la zarina. Pero no solo ellos sucumbieron a su talento, también el mundo de la ópera. “El mismísimo Verdi dijo que era la mejor soprano que había escuchado en su vida y Rossini la elogiaba públicamente, calificando su voz de “milagro” o “voz del paraíso”.
Lo cierto es que la soprano “supo elegir mejor las óperas que los maridos, explica Monforte. “Se caso tres veces, su vida privada fue muy escandalosa para la época, primero casó con el marqués de Caux, caballerizo de Napoleón III con fama de seductor, que le permitió entrar en la corte francesa porque le gustaba mucho el lujo y la pompa de la aristocracia. Aún casado con él, se enamoró del tenor francés Ernesto Nicolini, protagonizando el mayor escándalo conocido en el mundo de la ópera, que acabó en divorcio. Y sorprende porque fue de los primeros casos donde la mujer tuvo que indemnizar al hombre con casi la mitad de su fortuna –resalta Monforte-. El Marqués se pensó denunciada por adúltera y estuvo a punto de meterla en la cárcel. Tras morir Nicolini, volvió a casarse con el barón Rolf Cederström, veintisiete años más joven que ella.
Adelina conocía bien su voz y, cuando comenzó a envejecer, supo gestionar sus recursos con inteligencia, esto le hizo tener una carrera longeva. “No se prodigaba mucho, la famosa clausula Patti la eximía de asistir a los ensayos por contrato, “que ensayen otros”, decía, y procuraba no cantar más de tres veces por semana. Llevaba una dieta estricta, se hizo vegetariana y practicó la homeopatía”. También fue pionera del fenómeno fan. “Recibía cartas, flores, regalos de admiradores, sus seguidores besaban el felpudo de su casa o desenganchaban los caballos del carruaje para ser ellos quienes la trasladaran al hotel. De alguna manera, conoció en vida su propio proceso de mitificación, era habitual que periódicos y revistas dedicaran portadas enteras a sus giras y exigía que su nombre en los carteles fuera el más grande, incluso más que el del compositor y el título de la ópera”, afirma la autora.
Con sus enormes ganancias compró el castillo de Craig-y-Nos, el mayor de Gales, donde construyó un teatro a semejanza de La Scala de Milán. Pero también demostró su generosidad al dejar en su testamento que parte de sus instalaciones se dedicasen como hospital para niños con tuberculosis. Sus últimos años en activo los dedicó a toda suerte de conciertos benéficos, el último, en octubre de 1914, una gala de recaudación para la Cruz Roja. El 27 de septiembre de 1919 moría en su castillo la mujer más famosa de finales del XIX. Un castillo embrujado en el que algunos aseguran haber visto él fantasma de Adelina. Murió la diva, pero nacía la leyenda de la Patti.
Un sándwich de doce lenguas de canarios
A la soprano la persiguieron multitud de leyendas, a cual más estrafalaria. La primera, su propio nacimiento, dijeron que su madre rompió aguas en el teatro en plena representación de “Norma”, que Adelina nació en un sofá de la tramoya y el tenor Giuseppe Sinico ofreció su capa para arroparla, pero ni la madre cantó la ópera de Bellini, ni la niña nació en el teatro. Lo curioso es que el tenor mantuviera la versión años después. Otro bulo aseguraba que, para cuidar su voz, comía cada día un sándwich de doce lenguas de canarios, pero por exagerados que fueran los bulos, nunca desmintió nada, siguió el consejo del modisto preferido de la aristocracia, su amigo Frederick Worth: “Tú deja que hablen de ti, bien o mal, da lo mismo, lo importante es salir en la prensa y llenar teatros”.