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cultura

Juan Manuel de Prada: «Picasso ha sido encumbrado grotescamente: su aporte al arte es discutible»

En «Cárcel de tinieblas» el novelista de origen zamorano concluye las correrías del falangista Fernando Navales en el París ocupado por los nazis

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Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) es un «brutalista» de la literatura. Vuelve, impasible el ademán, a erigir con «Mil ojos esconde la noche» (Espasa) –novela de dimensiones bíblicas de la que ahora se publica su segunda y última entrega: «Cárcel de tinieblas»– otra catedral barroca y gótica de tinta y papel con sus arbotantes, sus columnas retorcidas y su bestiario de gárgolas inmundas. A través de las más de 800 páginas de tremendismo su protagonista, Fernandito Navales, busca redimirse arrancándose la espina del resentimiento que lo corroe y cuyos frutos emponzoñados, sus maldades, tanto nos divierten. Asistimos a la progresiva caída del régimen nazi, de las fuerzas de ocupación, en el París de 1942 a 1944, que quiere morir matando, peligrosísimo como la bestia herida. Y, entre tanto, los personajes de la cultura española que por allí pululan –de Marañón a Picasso hasta González-Ruano y Victoria Kent– apañándoselas como pueden o quieren.

¿Por qué empatizamos y simpatizamos con el diablillo Navales?

Tal vez porque en el fondo sepamos que no es tan malo como él mismo se pinta. Más allá de que tenga garras también tiene su corazoncito, está entreverado de cosas buenas, como todos: la maldad en estado puro ni siquiera los malos la tienen. Y luego, yo creo que nuestra época siente fascinación hacia el mal porque es una época infernada, que está condenada y maldita.

¿La redención de Navales es un rapto de piedad o compasión hacia su criatura?

Creo en la redención humana. Dejar a Navales exactamente igual después de una singladura de mil seiscientas páginas sería creer en el fatalismo. Los seres humanos cambiamos a lo largo de la vida: incluso aquellos que parecen condenados a un destino oscuro o aciago. Supongo que es una convicción personal, pero que nace de la realidad, porque la vida nos va cambiando, a unos para bien y a otros para mal.

Escribir una novela con un protagonista tan cínico y resentido no sé si es una válvula de escape para dar salida en la ficción a sus bajos instintos y así en la vida real obrar con la mayor virtud.

No, Navales es un personaje que fue concebido de una determinada manera. Es una persona que está envenenada por el resentimiento por varias razones: fundamentalmente porque no ha triunfado en la literatura. Entonces tienes que tratar de ser coherente con él, y el mundo lo tienes que ver como lo ve él. Mucha gente me pregunta si yo pienso como Navales y si las cosas que dice las diría yo: pues depende, todos los personajes siempre tienen algo de ti, pero Navales tiene muchas cosas que no tienen nada que ver conmigo.

¿Qué ha encontrado en este personaje para poder construir una saga literaria a través de él?

Una visión crítica sobre la realidad española, sobre la cultura española: de eso sí participo de algún modo de Navales. Considero que la imagen que tenemos de la cultura española del siglo XX es completamente falsa: creo que se ha creado un canon falso, prestigios falsos alimentados por razones ideológicas, y creo que toda la cultura española contemporánea está montada sobre una montaña de mentiras. Esta mirada disolvente de Navales sobre nuestra literatura y cultura es una manera de contribuir al derrumbe de un mito. También está mi amor hacia la cultura española en general y mi convicción de que hay una forma de entender la literatura que puede estar viva en nuestro tiempo por más que se le haya dado por muerta: la tradición barroca, hoy tan estigmatizada.

Desde «Las máscaras del héroe» pasan casi 30 años. ¿Por qué decide tanto tiempo después retomar este personaje, este ambiente y este tono? ¿Le fue muy difícil recuperar aquel hilo?

No ha sido difícil porque durante mucho tiempo quise continuar «Las máscaras del héroe». Es verdad que mi intención primera fue escribir la novela de la Guerra Civil, pero me parece muy problemático porque creo que en España rige un régimen de censura cada vez más férreo donde se ha impuesto una visión unilateral sobre la guerra, y sobre todo en el ámbito cultural. Y, entonces, claro, escribir esta novela desde la perspectiva de un falangista acérrimo y áspero como Navales es querer hacer oposiciones a la cárcel, y como no tengo mucha vocación de mártir lo fui dilatando... Es una novela que siempre quise escribir, pero no encontraba el modo ni el momento, y entonces, de repente, investigando la vida de Ana María Martínez Sagi para «El derecho a soñar» me encontré un material virgen y muy interesante sobre los artistas españoles exiliados o no exiliados que vivían en Francia durante esos años, y dije «pues mira aquí podría darle rienda suelta a Navales que me anda golpeando en la puerta pidiéndome paso». Pero bueno, esa novela de la Guerra también espero escribirla algún día.

De hecho, en la nota final del libro, deja la puerta abierta a esa novela, e incluso en algún pasaje se hace referencia a la vida de Navales durante la Guerra.

Sí, la novela a grandes rasgos más o menos está concebida: contará en primer lugar cómo Navales escapa de Madrid, y se contará lo que fue Madrid en el año 36 desde la perspectiva de él..., entonces, claro, te puedes imaginar que eso va a ser bastante fuerte. Y luego Navales logará escapar de Madrid y lo enviarán a los servicios de censura y propaganda en Salamanca, y ahí pasará el resto de la guerra, aunque tal vez con alguna misión que le encomienden y por la que tendrá que salir de Salamanca.

También me consta que tiene en mente otra novela que continúe «Mil ojos esconde la noche», ya con su protagonista de vuelta en España.

Sí, tengo pensado escribir la novela de Navales a su vuelta a España, a partir del año 44 hasta finales de la década. Es una época interesante porque es la transición que hace el régimen de Franco desde lo que había sido la adhesión o proximidad a las potencias del eje, que fue relativa, hacia posiciones plenamente aceptadas por la comunidad internacional. Pero el tema central volverá a ser los ambientes literarios y artísticos: el nacimiento de esa nueva generación de Cela, Delibes, Carmen Laforet, etcétera. Y a Navales probablemente le toque ahí apacentar a los colaboracionistas y a los nazis que se refugian en España y que son un estorbo para Franco.

Define el resentimiento como «el odio hacia todo el género humano». ¿Por qué lo pone en el centro de la novela?

Unamuno decía que el resentimiento tendría que ser el octavo pecado capital y tal vez mucho más fuerte que los siete reconocidos. El resentimiento es el gran pecado democrático, el pecado que los demagogos tratan de instilar en las almas de la gente sometida, de las masas «cretinizadas»: porque es la consciencia de una injusticia cósmica. Este es el alma de la degeneración democrática, lo que estamos padeciendo hoy. La enfermedad del resentimiento tiene difícil cura: el envidioso envidia a alguien en concreto, su enfermedad está localizada, en cambio el resentimiento lo anega todo. Estos pecados sólo los puede curar el amor, pero la experiencia del amor en el resentido es problemática porque le es muy difícil vivirla: es más fuerte el resentimiento que el amor. En el caso de Navales él tiene esta experiencia de amor, pero está tan envenenado por el resentimiento que el conflicto es fuerte y lo arroja a la locura. Tiene que vencer a su naturaleza que está poseída por el mal.

¿Le sirve la novela como herramienta para dar a cada personaje histórico el sitio que le corresponde?

Considero que la visión que tenemos de la cultura española es totalmente falsa. En primer lugar, porque creo que las personalidades que han sido consagradas y encumbradas no siempre son valiosas: el caso de Picasso es evidente, un artista encumbrado hasta territorios grotescos cuya aportación a las artes es muy discutible. Y muchos otros santones para quienes la cultura española ha construido una serie de altares de obligada genuflexión que no creo que en absoluto sea merecedores. Detrás hay una intención de disciplinar ideológicamente a la gente, de enseñarla a pensar bien. Esto nos impide entender bien lo que es el clima o las tendencias estéticas literarias del siglo XX: tenemos una visión muy distorsionada. La recuperación de estos personajes secundarios creo que es necesaria porque nos da una visión de lo que fue realmente el ambiente cultural de una determinada época, y porque vamos a descubrir talento nuevo que ha sido oscurecido o negado de forma bastante injusta.

En esta obra los componentes sexuales y escatológicos tienen mucha fuerza. Quizás haya lectores más mojigatos o meapilas que les impacte su manera de escribir, ya que su imagen pública es la de un hombre piadoso.

Puede haber ocurrido, pero quizás más en otras épocas. Creo que a mí ya la gente me va conociendo porque llevo muchos años en este oficio. Yo te diría que hoy los meapilas y mojigatos no están entre los creyentes, sino entre los sistémicos, que viven en una cárcel mental donde todo lo que sea contrario a la alfalfa que le hacen tragarse les escandaliza y los pone nerviositos.

En la novela hay algunos pasajes terribles sobre la persecución y matanza de judíos...

Ese es un ejemplo de cómo las maldades de Navales son de juguete ante la maldad bestial que él contempla y que hace que se remueva algo dentro de él. Siempre por muy malos que queramos ser hay una maldad que nos supera, que nos sobrecoge y que nos hace reconsiderar nuestra posición.

¿Se aprovechan episodios de la actualidad, como la contraofensiva de Israel sobre Palestina, para justificar un antisemitismo tan duro como el de aquella época que aguardaba agazapado?

El término antisemita hoy se ha banalizado. A mí me han acusado los imbéciles de ser antisemita porque no me parezca bien que Netanyahu masacre a los palestinos. El antisemitismo es el odio al pueblo judío por razones étnicas o religiosas. Estar en contra de determinadas acciones de un gobernante judío o del estado de Israel no. Puede que haya gente maligna que efectivamente aproveche esta circunstancia para dar rienda suelta a su antisemitismo.