Tecnología

Llevaremos internet en el cerebro gracias a un módem implantable

Adiós a las conexiones wifi y la falta de red. ese año todos estaremos conectados. Y así podría ser nuestro día a día

Llevaremos internet en el cerebro gracias a un módem implantable
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Si miramos hacia atrás podríamos decir que todo comenzó en 2015, cuando Matt Angle creó Paradromics, una empresa que trabajaba en implantes cerebrales. Su objetivo inicialmente estaba enfocado en la Medicina. Angle buscaba desarrollar un implante que funcionara como una prótesis para quienes tuvieran problemas de habla. La tecnología de Paradromics permitía abordar muchos asuntos médicos como si se tratara de problemas de datos: una persona con dificultades para hablar puede carecer de las conexiones adecuadas en el cerebro, un individuo ciego no recibe datos visuales. La idea es que cuando la persona quiere vocalizar algo, piensa las palabras y el chip traduce esas ondas cerebrales en las mismas.

Los diferentes tipos de actividad cerebral pueden correlacionarse con palabras específicas. Alguien ve un gato, por ejemplo, y una región del cerebro que «ve» al gato se activa. El equipo de Angle creó un «diccionario» con todos estos patrones de activación, luego la inteligencia artificial fue deduciendo nuevos patrones y agregándolos al diccionario. Así bastaba solo pensar en algo para que el dispositivo tradujera el pensamiento en voz y tiempo real.

El dispositivo de Paradromics utiliza enlaces de comunicación de banda ancha con el cerebro con el objetivo de restaurar la funcionalidad perdida, sea el habla o la vista. A partir de ello, el implante se comenzó a utilizar en pacientes con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), ya que en los ensayos realizados entre 2021 y 2022 se demostró que restablecía la capacidad del paciente para comunicarse con otros individuos.

Militares conectados

El implante tiene el tamaño de una moneda de cinco céntimos y es capaz de estimular a más de 10 millones de neuronas. Su conectividad con otros dispositivos y su capacidad de aprendizaje hizo que la agencia militar estadounidense Darpa invirtiera en él con un nuevo propósito: un implante para que los militares pudieran controlar un dron mediante el cerebro y, más tarde, otro para que se comunicaran entre ellos. La clave para que funcionara correctamente fue, en parte, los materiales: biocompatibles, fáciles de implantar en el cerebro y que no precisan una intervención invasiva. Pero la llegada del 5G, con un acceso constante y eficiente a la nube, permitió crear implantes más pequeños aún que se inyectaban a través del torrente sanguíneo y se dirigían a las venas del cerebro. Allí se adherían a un parche en el exterior del cráneo que actuaba como antena. Como ocurre con muchas tecnologías, la propia internet, entre otras, primero la hemos desarrollado y luego contemplamos las consecuencias.

Los implantes tan habituales actualmente nos permiten estar conectados de forma ubicua. Han ampliado enormemente nuestra memoria al permitirnos acceder a la Nube para buscar información, ya sea personal o general. Y, solventados los permisos y contraseñas habituales, también nos han permitido comunicarnos a distancia con nuestros seres queridos solo con el pensamiento. Los problemas legales no fueron sencillos. Algunos países, léase China, Estados Unidos y Rusia, señalaron la necesidad de que todo lo que veíamos e hiciéramos se almacenara en la Nube solo para ser usado en caso de delitos, según ellos. La UE no aceptó esta medida y, con todas las consecuencias positivas y negativas, se inclinó por respetar la privacidad. En ninguno de los casos se redujo, como se había supuesto, la criminalidad, solo en el primero se pudo ver un aumento de las condenas, mientras que la UE observó un incremento en las comunicaciones y la comprensión entre ciudadanos gracias a los sistemas de traducción en tiempo real: la barrera del idioma ha desparecido.

Pero sí apareció otra, propiciada una vez más por la tecnología. La de quienes llevaban implantes y quienes no. El primer impacto lo vivió la educación. Comenzaron a llevarse a cabo exámenes para implantados y para no implantados. También surgieron nuevas disciplinas médicas, algunas legales y otras no tanto, como la modificación o personalización de los implantes: varios no solo propiciaban el acceso a la web o la comunicación entre personas, sino también ordenaban la producción de hormonas o endorfinas, muy aptas para el sueño y la concentración, pero también para la fuerza o la destreza en deportes, lo que trajo nuevos casos de doping nunca antes vistos y difíciles de detectar.

Hoy, los implantes que comenzaron con un objetivo médico y nos ayudan a conectarnos con todo el mundo nos enfrentan al desafío de determinar si seguimos siendo humanos.

Redes fantasmas

En 2020 la industria de ciberseguridad, a nivel mundial, reclamaba «apenas» 4 millones de puestos a nivel global. La llegada del implante cerebral de Paradromics y otros que siguieron su estela ha multiplicado por 20 esa cifra. Y esto se debe a que se ha vuelto una costumbre descubrir que nos han hackeado el cerebro, ya sea con publicidad en forma de malware, ya sea en forma de propaganda política, como solía ser costumbre con las redes sociales. Hoy, en 2029, hackear el cerebro es relativamente sencillo, sobre todo para los más jóvenes, que se conectan inadvertidamente a redes fantasmas que les proponen mundos virtuales. Los médicos ya han comenzado a formalizar el término de secuestrados digitales para quienes pasan su vida conectados. La gran esperanza es la reciente vacuna de la OMS que propone, ante el menor signo de ataque, desconectar nuestro cerebro de la red.