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Lõbison: "Soy un indígena. Como los agricultores ecológicos, no tengo intermediarios"

Tres lustros de carrera y seis sólidos discos –entre el rock y el post-punk– avalan a este músico que sobrevive al margen de la industria

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Su nombre artístico, Lõbison (hombre lobo), encierra otro no menos enigmático: Juamba d’Estroso –«para explicar el origen de ese “apellido” haría falta otra entrevista», advierte–. Pero es que no hay un solo aspecto de la biografía de este músico, nacido en Cantabria hace 53 años y criado en el barrio de Triana (Sevilla), que resulte convencional. Durante tres décadas trabajó en la industria farmacéutica como delegado médico, aunque desde que guarda memoria ha estado vinculado a la música. Él atribuye su precoz impulso de escribir letras a los genes: su abuelo materno era primo de Gerardo Diego, ilustre poeta perteneciente a la Generación del 27, y su padre y toda la familia materna eran originarios de Vega de Carriedo: «Parece ser –desliza como quien revela un secreto fantástico– que estaban entroncados con el padre de Lope de Vega», ahí es nada. A eso habría que añadir el factor del medio: «Escribo letras desde niño, la música siempre ha estado en mi vida –afirma–. Mi padre acumulaba libros del Círculo de Lectores que no podía leer por exceso de trabajo y yo los devoraba mientras me nutría de los más diversos géneros musicales. En mi casa se escuchaba música folclórica, copla, sevillanas, y yo he pasado por diferentes géneros. Empecé con la música de autor: Aute y Víctor Manuel me flipaban. Después me dio por el heavy metal y más tarde por el punk. También me interesó mucho el pop, sobre todo los Beatles. Y luego ya llegaron Cohen, Scott Walker, Johnny Cash y la música francesa: Brassens, Brel, Léo Ferré… Y lo que terminó de nutrirme fue la tienda de discos de importación y música alternativa que tuve en Sevilla».   

La primera apuesta de enjundia de Juamba fue Falso Cabaret, un proyecto de rock que dejó un único disco y una canción bandera, «Lápices de colores». A partir de ahí se transmutó en un hombre lobo que aúlla sus obsesiones donde puede y le dejan, y que ha parido ya cinco robustos discos de estudio de difícil adscripción genérica, aunque se ha movido siempre entre el rock y el post-punk. Él se considera poseedor de un estilo propio: «Aunque parezca pretencioso creo que tengo mi propio género –explica–, el cual toca muchos otros. Hago una especie de bandas sonoras, que es la música que les pongo a mis letras. Cuando compongo y escribo no hay límites, me sale de forma natural. En cuanto a las letras, una de mis mayores influencias ha sido Rafael Berrio –cantautor donostiarra fallecido en 2020 de un cáncer de pulmón–, uno de los mejores letristas que ha habido en España. Él me hizo ver lo importante que era cuidar la literatura. Era sublime. Y respecto a la música, mi forma de tocar la guitarra tiene mucho que ver con la zanfoña y el rabel, y con las guitarras de Glenn Branca, del que tanto mamaron los Sonic Youth. Como cantante –prosigue– me meten en el rollo “crooner”, con Cohen, Lou Reed… Incluso me han llegado a decir que me parezco a Krahe. Soy un intérprete de mis canciones, que necesitan de una gravedad y no son para ponerlas en una fiesta. Me encanta la interpretación y creo que en la música debe haberla». Es paisano de Sr. Chinarro, del mismo barrio, pero nada tienen que ver en lo musical: «Lo que Sr. Chinarro y yo tenemos en común –aclara– es que a los dos nos gustan The Cure, los Smiths y Siouxsie And The Banshees. ¿Me gusta lo que él hace? Hay cosas que sí y otras que no van en mi línea. También es verdad que Chinarro es muy prolífico y cuando eso ocurre tiendes a hacer muchas cosas. No hay un único Chinarro, sino muchos. Hay discos de The Cure que no me gustan. Los cinco primeros me encantan; si se hubieran quedado ahí, pues me habría gustado toda su obra».

Indie químicamente puro

Si existe un indie químicamente puro, un auténtico indio, ese es Lõbison. Primero editó en el exquisito sello Green Ufos, pero lleva ya años recurriendo a la autoedición: «Sí, yo soy un indígena –dice entre risas–. Soy como los agricultores ecológicos, no tengo intermediarios. Voy sembrando, cuido mi campo, saco mis cositas, tengo mi público. A medida que va pasando el tiempo ese público va creciendo, pero sigue siendo pequeño. Y en cuanto al sonido, cuido mucho los matices: que suene natural, que no sea una música gorda, inflada, pensada para sonar en la radio y convencer a miles de personas, el “mainstream”. Y ahora hay una nueva etiqueta, “punki”; gente que hace cosas del punk pero que no tiene nada que ver con ese sonido porque inflan la música y la supereditan para que todo suene perfecto». Lõbison goza, en fin, de una enorme libertad creativa, pero su onda expansiva es limitada. Le cito a Dylan, artista inobjetablemente independiente que nunca ha permitido injerencias de las discográficas en su forma de trabajar, pero que ha publicado desde siempre en multinacionales: «Era de otra época –sentencia–. Si le metiéramos en esta época, ¿qué habría pasado con él?». ¿Y Sabina? «Pues igual. Si pones a Sabina en esta época a ver qué hubiera pasado con él. A lo mejor habría dicho que pasa de entrar en todo ese negocio. Porque el negocio de la música es un coñazo. Lo piensas y es un coñazo. Sí, eres famoso, ganas pasta y tal, pero, al final, eres otro eslabón de la cadena de montaje». Curiosamente, Lõbison también reniega de los conciertos: «Yo tuve mucha actividad, estuve 14 años sin parar, pero ya apenas doy conciertos. Después de la pandemia, en el 2022, di cuatro conciertos por compromiso. Pero ya no concibo ir a dar un concierto llevando mis cosas coche para arriba, coche para abajo, relacionarte con la gente, acostarte tarde, que si duermes en casa de un amigo y ni duermes, y al día siguiente tienes que dar otro bolo… También he tenido problemas con el coche, algún accidente, porque, al final, te arriesgas. Hombre, si me dan un caché que me permita coger a un técnico de sonido, pagar a unos músicos, a un chófer, un pipa que te lleve las cosas y te las ponga… así sí se puede dar conciertos. Pero lo que no se puede es dar conciertos perdiendo dinero y salud». ¿Y cómo se sostiene, de qué vive? «Yo vivo de los discos que vendo. Sobrevivo, mejor dicho, porque no tengo grandes necesidades. Estoy totalmente desvinculado de toda la mierda consumista que hay en el mundo y hago lo que me da la gana. Mi canal de difusión son las redes sociales, mis discos no los vendo en tiendas. Tengo un púbico que se mantiene y que va creciendo, y eso me permite vivir de la música. Vendo cedés, no vinilos. Me encanta lo artesanal y ese es un proceso largo. Le doy mil vueltas a cada canción; después, las mezclas, la masterización, el diseño del disco... Luisa Salazar me ha ayudado muchísimo con mi proyecto, tanto con la comunicación como con otros aspectos. La mujer que sale en la portada de mi último disco –«De lo que no se habla no se olvida» (2024)– es ella. Trato de hacerlo lo mejor posible y, además, me divierte. Si estuviera en una división mayor, Javier, todo eso lo perdería», concluye.

ROBINSON BAJO LA LUNA LLENA
 
Por Javier Menéndez Flores

En un islote de cemento, un hombre solísimo aúlla sin parar. Ser un robinsón puede llegar a doler más que el hambre, incluso crece en torno a ti un ejército de alucinaciones, pero no hay nadie en el mundo capaz de lamerte las heridas con la piedad con la que tú lo haces. Es posible tener atributos de lobo y llorar como ese poeta que en el exilio relee cartas de amor hasta el empacho y observa su rostro demasiado joven en lugares que aún puede oler y en compañía de mujeres imborrables. Y cualquiera que se sostenga en pie más allá de los cuarenta acaba siendo presa de una verdad fulminante, que no hay una sola foto del pasado que no sea una broma macabra o una puñalada por la espalda.

Llovía en Cantabria con una insistencia agotadora y todos los rincones abusaban del verde y del gris y dejaban tatuado en el paladar un regusto a óxido y esplín. Pero Triana tiene un sabor especial, miarma, y por la calle Evangelista corrían los gitanos como cantos rodados y en las fuentes se formaban olas y en todos los descampados crecían las flores más hermosas, esas que arrancabas y llevabas a modo de ofrenda, como zafiros de un valor incalculable, a la tierra santa de la capilla de los marineros.

Nadie mejor que tú sabe que hay amores perros, enemigos de lo auténtico y hasta una industria de los sentidos. Y un ansia brutal, ángeles apátridas, placer y miedo. Y qué colocón de felicidad cada vez que navegas por el río sin fin de la improvisación y gritas como un demente que ojalá no acabe jamás ese viaje sin brújula ni mapas y con el solo remo de la voluntad. La música, bendita sea, es eso o no es.

A Ángel, el mejor de los hombres, aún le aguardan en la mesilla de noche un millón de libros en tapa dura y el «Manual de espumas» de don Gerardo y todo el teatro de Lope. Telita. Pero más difícil que enfrentar a ese miura fue convertir la FNAC en el Madison Square Garden y vivir para gritarlo. Solo que tú llevas dentro la catarata de Léo Ferré y el minimalismo de Cat Power con sus cohetes y su corazón metálico. Y el kabuki made in Linares de Raphael y los lapos con moraleja de Leño. Y menudo trueno Aute por más que nunca levantase la voz. Fue, no me digas que no, tan beatle como George, y hasta más guapo.

Qué fácil es llorar con una canción o una película y qué difícil es pasar una sola noche sin acordarse de una de tantas tardes junto a Rafael Berrio, que te enseñó a rimar cielo con infierno, o en compañía de José Luis Gordillo, que te sacó a la superficie más veces de las que recuerdas y te ordenó que siguieras adelante sin mirar atrás. Y puede que la luna sea un sol de bolsillo, pero en Guadalajara, una madrugada a finales de agosto, te regaló una tarta de belleza en forma de manada de corzos. Ya te digo yo que el que no es capaz de ver a los heraldos de Dios es porque no le da la gana.

Marianne y Johan albergan todos los secretos de un matrimonio y Luisa sí tiene quien le escriba, aunque tú, rey de los destrozos, imposible seas y serás. La tierra de promisión puede que se llame Saraband, y en ella querrías hundir tus manos y tu lengua.