Manual para que los neófitos no se pierdan en el laberinto de la cancelación
La profesora Alessia Putin nos muestra, a modo de manifiesto, cómo explicar a los jóvenes que dejarse llevar por las emociones les conduce a la nada
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Soy profesor de Universidad desde hace casi un cuarto de siglo. He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar a profesores más allá del aula. Brillar hogueras con libros y retratos en la oscuridad del campus. Escraches a políticos y embajadores conferenciantes, patadas en los genitales a docentes mientras daban clase, agresiones a un Decano, profesores perseguidos por decir que Israel es una democracia, señalamientos de muerte a políticos y al Rey en carteles, pintadas a favor de ETA, permisividad con perros sueltos por la Facultad, menudeo de droga, robos masivos de material informático, o quedadas nocturnas a dormir. Pero también he visto grandes investigadores y profesores, con sueldos miserables y sin reconocimiento institucional, impulsados por una vocación admirable. Y alumnos con un hambre infinita de aprender y superarse, capaces de leer y comentar libros, de reflexionar y escribir. Son esas personas que dan sentido a que vayamos al aula todos los días.
Por esto, cuando leo que llega ahora a España la cultura universitaria norteamericana dominada por la teoría crítica de la raza, la de género, la poscolonial y la interseccional, con el hacha de la cancelación, esbozo una ligera sonrisa. Tiene una importancia relativa. Esta jerga supuestamente crítica y su perspectiva deconstructora pasarán como pasaron el marxismo y sus conceptos. Llegará el día en que habrá que desmontar esas pseudociencias que, henchidas de ideología, tratan de sustituir al conocimiento por una perspectiva justiciera. Costará mucho porque detrás de ellas se enmascara una tropa mediocre que ha visto en ese dogma un modo de medrar que por otros medios no podría. La arrogancia de esos posmodernos críticos llega al punto de que los recién llegados, novatos sin oposición aprobada ni tramos de investigación, llaman la atención de los veteranos porque no atienden esta moda ideológica de anteponer el relato a la ciencia.
Alessia Putin Ghidini, profesora universitaria, ha escrito un libro muy interesante a este respecto titulado «Cancelación. Manuel contra la dictadura de la ideología, el pensamiento binario y el odio político» (Sekotia, 2024). Lo ha hecho desde la perspectiva de una docente que tiene delante a la próxima élite, a la gente que influirá en la sociedad en el futuro. La responsabilidad es grande, tanto como el susto que se lleva cuando ahonda en su perspectiva del mundo. Por eso parece haber pensado en este «manual», porque Alessia Putin se encuentra con alumnos cuya visión de la sociedad es ideológica; es decir, que examinan y valoran todo a través de un dogma. Esto es acientífico y anula el progreso humano.
El influjo nefasto de las ideologías ha marcado la historia contemporánea desde la idea de progreso en la Revolución Francesa, de cuando algunos pensadores hablaron de la «ciencia de las ideas»; es decir, de la acomodación de la realidad a una teoría política. Y así vivimos hasta el día de hoy, porque las ideologías lo han inundado todo mermando la capacidad del ser humano, censurando, y cobijando así proyectos totalitarios en los que se niega al otro.
Ahora, como cuenta Alessia Putin, lo vemos en una nueva generación marcada por el pensamiento simple y binario. Por ejemplo, esos jóvenes asumen que la sociedad se divide en colectivos de hombres y mujeres, o de blancos y negros. Tienen una percepción «binaria» de la sociedad, dice la autora, que no refleja la individualidad y que pervierte su inteligencia por un interés político. El propósito del «manual» de Alessia Putin no es transformar la «teoría crítica» en liberal, sino recuperar la individualidad, que no el individualismo, y, por tanto, la libertad.
El gran mal es la ideología, que convierte a los ciudadanos en fanáticos que no escuchan ni debaten, sino que tratan de imponer su opinión, cuenta la autora. Por eso cancelan novelas, películas, ensayos, cuadros y estatuas. Son grupos organizados que vienen a corregir la historia y el presente por un futuro imaginario sin que nadie se lo haya pedido. Son justicieros del tres al cuarto, ignorantes en su mayoría, convertidos en títeres de otros con intereses políticos de mayor envergadura.
La forma binaria de pensar, escribe la profesora Putin, se lleva de modo irreflexivo a otros ámbitos como la preferencia por trabajar en lo público, o por la república, la igualdad de resultados impuesta por el Estado, las políticas de género, la lucha por la igualación material, o el decrecimiento para cuidar el planeta. Todo esto supone el repudio a trabajar en lo privado y a los beneficios empresariales, el rechazo al mérito y al esfuerzo, a la igualdad ante la ley sin privilegios por sexo, a la lucha contra la pobreza no contra la desigualdad, y a la protección del medio ambiente sin menoscabar el progreso. Esa plantilla mental binaria se instala en las nuevas generaciones, que la repiten inconscientemente y afecta a su desarrollo personal y profesional.
El resultado es la ansiedad de los jóvenes ante el próximo apocalipsis. Sin miedo no hay acción política en un sentido determinado. Además, como señala Alessia Putin, se hace creer a esos jóvenes que están involucrados en una misión salvadora contra la vieja generación, como la Guardia Roja de Mao en la Revolución Cultural. Y como son ignorantes les hacen pensar que los sentimientos, lo único que controlan y es indiscutible, son superiores a la ciencia. Eso es lo «woke», una religión de analfabetos funcionales usados por unos aprovechados.
Las redes sociales han contribuido a la rapidez y eficacia de la cancelación. Uno de sus efectos es la «infoxicación», que es el empacho de noticias verdaderas y falsas, profundas y superficiales, que impiden una visión clara del mundo en el que vivimos y la fiscalización de los políticos. Esa infoxicación alimenta las ideologías y el fanatismo, la polarización. La avalancha informativa obliga a que los medios de comunicación a presentar las noticias como ofertas en un escaparate, esto es, lo más llamativas posibles para conseguir un clic. Esta práctica fomenta las emociones en política y hace que los partidos dirijan sus propuestas hacia los sentimientos. Ya tenemos así el populismo y la «democracia emocional», dice Alessia Putin.
El libro está trufado de ejemplos sobre la dictadura de la ideología y el odio político. Lo «trans» da para mucho. Este asunto parte de una paradoja que los feminismos no quieren resolver. Si el género es una construcción cultural y la persona se puede autodeterminar e ir al registro para cambiar su sexo, el asunto tiene fácil solución. Eliminemos el paso burocrático de tener que decir nuestro sexo, como no indicamos el color de nuestra piel, altura y peso. Pero las feministas que pretenden privilegios legales por la biología se oponen. Sin registros estatales de la diferencia biológica no hay «discriminación positiva» y sin eso, dice Alessia Putin, se acabó el negocio para un colectivo. El otro problema, indica, es la costumbre totalitaria de entrometerse en la intimidad de las personas. ¿Por qué el Estado debe registrar el sexo sentido o la orientación sexual? La respuesta es rápida: porque permite la ingeniería social a través de la ley con apoyo en un discurso emocional y moralizante.
Esto tiene su derivación, y es que la Ley de Violencia de Género, basada en la biología, es incompatible con la Ley Trans, fundada en los sentimientos.
Pero aún hay más. Alessia Putin quiere acabar su libro con optimismo. Occidente no es el problema, como dice lo «woke», sino la solución. La desestabilización política y económica procede de dos países que pisotean los derechos humanos, Rusia y China, no de la Unión Europea o Estados Unidos. La solución, dice, es un movimiento racionalista optimista que acabe con la dictadura ideológica, el relativismo cultural y el antioccidentalismo, y recupere su raíz judeo-cristiana y demócrata liberal. Su propuesta es aislar a los extremos populistas y totalitarios, y refundar Europa. Esa tendencia, apunta la autora, ya se percibe entre los más jóvenes.