Muere William Friedkin, director de "El exorcista", a los 87 años
El mítico realizador de "El exorcista" o "Vivir y morir en Los Angeles" ganó el Oscar por "Contra el imperio de la droga" ("The French Connection")
Madrid Creada:
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Tenía que ser uno de los años en los que mayor reconocimiento se le brindara, gracias a una nueva versión del clásico de terror que levantó en 1973. William Friedkin, director de "El exorcista", "Contra el imperio de la droga" ("The French Connection") o "Vivir y morir en Los Angeles", ha fallecido a los 87 años en la ciudad de las estrellas, tal y como ha confirmado su mujer y también productora Sherry Lansing.
Ganador del Oscar y una de las mentes más brillantes del cine de los setenta y los ochenta, Friedkin será recordado por su trabajo habitual con Gene Hackman y, sobre todo, por la historia del Padre Karras y Regan, plano arquitectónico del cine de terror moderno y una de las películas más controvertidas de la historia. Protegido de Alfred Hitchcock y Orson Welles, con los que llegó a trabajar como subordinado, el legado de Friedkin es uno de los más respetados de la historia del cine.
Cuenta la «dietrología», ese palabro que bebe del italiano para designar las causas del efecto, sobre todo si beben más del rumor que del hecho, que el director Damien Chazelle (justo cuando terminó de rodar «La La Land») peregrinó hasta la casa de William Friedkin como quien termina de pedirle un milagro a un santo. Aquel periplo, más allá de una muestra fehaciente de su respeto por el responsable de «El exorcista» (1973) habla también de la condición de erudito del séptimo arte de Friedkin, uno de los directores estadounidenses más preocupados por la historia misma del medio. Esa historia sumó en la tarde de ayer una página negra, con el fallecimiento del realizador que su mujer, la productora Sherry Lansing, confirmó a los medios y que le llegó con 87 años, tras más de seis décadas dedicado al cine.
Aunque es difícil separar el legado de Friedkin del Padre Karras, Regan profanando rosarios y miles de protestas sensibleras por lo sacrílego de su película más famosa, lo cierto es que Friedkin bien podría ser el patrón oro de lo que en su día convenimos en bautizar como Nuevo Hollywood. Criado bajo la sotana de Alfred Hitchcock (quien le llegó a reñir en un rodaje por no llevar corbata) y las enseñanzas de Orson Welles, Friedkin llegó al gran cine de estudio mediados los sesenta, encargándose de clásicos menores como «The Birthday Party» (1964), con Robert Shaw, «La noche del escándalo Minsky’s» (1968) o «Los chicos de la banda» (1970), donde ya tontearía con la calificación para mayores de 18 años, un clásico en su cine.
Su carrera, eso sí, cambiaría para siempre en 1971, año en el que la Fox le eligió para dirigir «Contra el imperio de la droga», más conocida por su título sajón como «The French Connection». Friedkin, acostumbrado a trabajar con presupuestos ajustados, se ciñó mejor que nadie a los dos millones cortos que le ofrecía su distribuidora, pero no fue hasta que pudo ver «Z» (1969), de Costa Gavras, cuando se convenció de su capacidad magistral para narrar en los bajos fondos: «Cuando vi aquella película, entendí que era muy efectivo rodar la acción como un documental. Era como si la cámara no supiera qué demonios iba a ocurrir después. Eso requería técnica», recordaba el director en los comentarios del DVD del filme, que le acabó valiendo el Oscar al Mejor Director.
Los demonios que vinieron después, nunca mejor dicho, fueron los más icónicos que ha dado la historia del celuloide. Si la película protagonizada por Gene Hackman le había valido a Friedkin mirar de tú a tú a los Coppola o Scorsese, «El exorcista» (1973) le hizo un hueco entre los más grandes maestros del género y del arte en general.
Aquel filme, como poseído en tiempo y forma por lo orgánico de los tiempos (el cuerpo de Linda Blair se sacudía en la cama al tiempo que la CIA infectaba de golpes de Estado la parte sur del Continente), supo explorar y explotar el «satanic panic» (pánico satánico) que afloraba en los informativos y conversaciones de máquina de café de la sociedad estadounidense, lejos ya del horror real de la Segunda Guerra Mundial y todavía a un par de décadas de virtualizarse. Casi 500 millones de dólares recaudados después -todavía, con ajuste a la inflación, es una de las películas más vistas en salas-, y con saldo positivo de demandas de grupos ultra, hay quien afirma que aquella película quedó maldita, como se explora en la serie «Cursed Films» (2020). Lo cierto, más allá de alguna que otra muerte accidental en forma de macabra coincidencia, es que aquella película dibujó un nuevo cine de género, un terror más extremo y más psicológico, capaz de verter para las grandes audiencias el cuidado estético de los Argento y usar en su favor el diseño de producción clásico de los Lumet y compañía. Friedkin, a su humilde manera, reinventó el horror.
Luego vendrían sus cuatro matrimonios, un icono del cine «queer» gracias a «A la caza» (1980), con Al Pacino popularizando la expresión «cruising», y una especie de deriva creativa en los ochenta de la que solo vale la pena rescatar «Vivir y morir en Los Angeles» (1985), con un jovencísimo Willem Dafoe, y sus colaboraciones habituales con Barbra Streisand para los videos musicales. Desde los noventa hasta ahora se dedicó, más que nada, a discutir ese mismo cine que tanto le encantaba. Ya lo había hecho formalmente, entrevistando al mismísimo Fritz Lang, director de «Metrópolis», justo después de rodar «El exorcista», pero su influencia se extiende a piezas audiovisuales y conversacionales junto a nuevos maestros del género, como Nicolas Winding Refn. Para el recuerdo, ya póstumo, nos quedará «The Caine Mutiny Court-Martial», un último trabajo que había escrito él mismo y que tenía previsto presentar en el inminente Festival de Venecia.