Auditorio Nacional: Didactismo de altos vuelos
Hemos vuelto a quedar prendidos de las suaves maneras de Josep Colom, no siempre infalible pero bastante seguro
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Colom, cada vez más delgado y de talante más severo, aunque cálido en el fondo, hace gala siempre de unos modos elegantes y de un pianismo acrisolado, espiritual, elevado desarrollado con unos medios técnicos solventes y un despliegue expresivo no por cauteloso menos eficiente. Hemos vuelto a quedar prendidos de las suaves maneras, el bien calibrado mecanismo, no siempre infalible pero bastante seguro, en el gesto económico, en el rigor del trabajador de la materia sonora, del buscador y olfateador de nuevos territorios expresivos.
Con esa base Colom desarrolla su vocación pedagógica, que traduce también en breves consideraciones y explicaciones antes de tocar y que nos avisan de por dónde van a ir los tiros. Aunque lo mortecino del timbre y las malas condiciones, ya sabidas, de la megafonía del Auditorio Nacional no nos dejaran entender con claridad la alocución. Tras ella, dirigida a explicar la figura y la obra de Hélène de Montgeroult, importante profesora y pianista (1764-1836), creadora de más de un centenar de “Estudios”, el artista nos regaló una sustanciosa y variada selección de doce de ellos, gentilmente construidos, de episódicos ecos mozartianos, anticipatorios de las “Romanzas sin palabras” de Mendelssohn. Una música de equipaje ligero, amena y premonitoria en algunos rasgos y espléndidamente traducida, casi con unción.
Un buen punto de apoyo para iniciar un recital que continuó con la severidad constructiva, las hábiles combinaciones temáticas, las estructuras contrapuntísticas del “Preludio, coral y fuga” de Cesar Franck, expuesta de manera casi dolorida, reconcentrada, con excelente control de dinámicas, con acusados contrastes expresivos. Una interpretación poderosa de carácter casi sinfónico. Un buen pórtico para, después del descanso, acometer por derecho los doce “Estudios” de la “op. 25″ de Chopin, un resumen imponente de la expresión romántica más plena.
Un tratado de técnica pianística que Colom fue desgranando paso a paso casi con delectación e introduciendo como suele ser su costumbre entre “Estudio” y “Estudio” breves pasajes en busca de un engarce –bastante respetuoso en todo caso- entre las distintas composiciones. Procedimiento que no fue explicado en este caso y que puede ser discutible aunque no tergiverse realmente ni traicione la naturaleza de la colección. El tono de la interpretación quedó marcado ya desde el mismo comienzo con las cuidadísimas dinámicas del “Estudio” inicial en “La bemol mayor”, cuyos primeros compases nos pareció que se enunciaban en la parte final del “opus”.
Colom no tuvo dificultades aparentes para resolver los múltiples problemas del cuaderno. Sobrado de medios, siempre austero, serio, dio remate a los dos últimas y tumultuosas piezas, la “nº 11″, conocido como “El viento en invierno”, un auténtico “tourbillon” de semicorcheas, verdaderamente espectacular, y el “nº 12″, “Allegro con fuoco”, de un intensidad dramática imponente. Los arpegios corrieron por el teclado de forma espectacular. Hubo tres bises: “Ondine” de Ravel, con el permanente y rumoroso, “acuático”, juego de escalas arriba y abajo, una reconcentrada, a media voz (solo con el pedal izquierdo), página de Bach, y el “Preludio nº 7″ de la “op. 28″ de Chopin, tocado de manera acariciadora. Lo lamentable fue que el Auditorio ofrecía un aspecto desolador, con un quinto de entrada. Otras veces hay más afluencia con pianistas de menor calidad o acabados. Una pena.