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Alcanzar el trance al ritmo gnaoua

El icónico Festival de Essaouira cierra su 25º aniversario apostando por la multiculturalidad y la fusión musical
A la derecha, el bailaor Nino de los Reyes, junto a un Maâlem
A la derecha, el bailaor Nino de los Reyes, junto a un MaâlemFestival Gnaoua de Essaouira

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Cuando Jimi Hendrix visitó Essaouira en 1969 la música gnaoua ya contaba con años y años de cultivo y tradición. Una música espiritual, de introspección y búsqueda sensitiva, que en aquellos años del movimiento hippie sólo se celebraba en la intimidad de casas y santuarios. Era una cultura reservada, aislada, históricamente de origen subsahariano y con un posterior desarrollo folclórico marroquí. Pero visitas internacionales como la del propio Hendrix ayudaron de alguna manera a que se produjera el «fenómeno gnaoui»: esta música comenzó a conocerse más allá de África y a influir a creadores de diversos géneros. La música gnaoua, a partir de los 60, comenzó a florecer y actualmente es una cultura global que, además, funciona como punto de unión entre diferentes estilos y géneros. Así lo ejemplifica cada año el Festival Gnaoua Músicas del Mundo de Essaouira (Marruecos). El pasado sábado se clausuraba la 25ª edición de un certamen en el que no sólo cabe el repertorio gnaoua, sino que entre los escenarios se dieron la mano otras músicas como el jazz, el flamenco, el hip hop o el rock.
Nino de los Reyes y Sergio Martínez, bailaor y percusionista, fueron algunos de los artistas que han sido testigo y parte de esta mezcla cultural. «Vemos en cada manifestación musical una oportunidad nueva de aprender», asegura Martínez a este diario, «y en Essaouira hemos aprendido que hay un canal de conexión rítmica entre el flamenco y el norte de África aún muy por explorar». Su compañero, por otra parte, reivindica ese lenguaje universal que es la música, pues en el escenario, además de actuar junto a Buika, ambos formaron parte de un directo donde compartieron tablas con artistas de Costa de Marfil y una formación gnaoua «sin entendernos ni poder hablar, pero la comunicación era total. A pesar de los problemas que existen hoy, de la avaricia actual, ver fusiones como las de este Festival te da esperanza, te hace ver que es posible un mundo multicultural», expresa Nino.
«África ha exportado la música a todo el planeta», afirma Kike Perdomo, saxofonista de inmensa carrera musical y que también actuó junto a un Maâlem –maestro de gnaoua– y su grupo de músicos y bailarines. «Essaouira es una ciudad increíble y, además, tiene un puerto. Es decir, una vía especial para ofrecer una visión de su cultura al mundo», explica el artista, que confiesa a este diario, pocos minutos después de la prueba de sonido de su ecléctico espectáculo, que «estos escenarios te piden interpretar desde el corazón, desde la raíz. Conectas rápidamente con los demás músicos, pues compartes un sentimiento desde el respeto. Vivimos en un mismo mundo de la música solo separado por agua y tierra».
Abdeslam Alikkane es uno de los grandes Maâlem de Marruecos, así como director artístico del Festival Gnaoua. Si bien se trata de una música que se comprende y percibe con mayor claridad desde el directo, trata de poner en palabras el sentido de esta tradición artística y espiritual, y asegura que «es un modo de vida. El ritmo gnaoua es una forma de expresar tu estado mental y psicológico, y también una manera de invocar a la gente que murió. Prepara la mentalidad colectiva de la gente para recordar que ellos también morirán, y que por ello deben implorar a Alá la rendición». Se refiere Alikkane a la llegada del trance, un objetivo que se cumple al conectar con esa atmósfera sagrada que hace posible la cultura gnaoui.
Hablamos, por tanto, de una tradición que aspira a una influencia global, pero tan solo pueden convertirse en Maâlem unos pocos. Este título de sabiduría y maestría requiere un proceso previo que, explica Alikkane, conlleva «conocer exactamente el ritmo, la danza, la letra, la ejecución de la música gnaoua de forma colectiva, sin distraerse en ningún momento». Tan solo un maestro «puede detectar la vocación de uno de sus músicos e invertir en su potencial diciéndole simplemente que actúe y muestre de lo que es capaz», especifica. Se trata, por tanto, de todo un proceso personal y artístico, pero también social, pues «tienes que merecerlo y confirmar con tus actos, tu ejemplaridad. Y, luego, conservarlo, yendo a curar enfermos, a ayudar a los pobres, o haciendo cosas buenas para la gente que lo pide», apunta Alikkane.
La gnaoua es una tradición repleta de misterios y curiosidades. Tan solo una primera impresión ante una de sus bandas haciendo sonar los «qraqab» –grandes castañuelas de hierro– despierta un interés que se va acentuando sin medida. Desde el Festival se trata de saciar estas ganas de saber más, atrayendo a un público internacional, de diversos países europeos, americanos y africanos. Aunque, dice Alikkane, lo que ocurre en esos escenarios «no es música gnaoua real. Eso solo se da en el corazón del hogar. Hay secretos que se pueden experimentar y vivir, pero nunca contar». Por ello, como Jimi Hendrix, se debe acudir a Essaouira en busca del trance.

Entre los grandes maestros y la identidad propia

Por el 25 aniversario del Festival se han ofrecido novedades, como es la colaboración con el emblemático Berklee College. Un acuerdo que se lleva fraguando desde hace 14 años y que aterriza para promover el aprendizaje de la cultura gnaoui de la mano de sus grandes maestros. Kike Perdomo fue al inicio de su carrera becado con uno de sus programas y opina que si bien «es positivo aprender de un maestro, también resulta crucial que un artista siempre descubra, defienda y mantenga su propia identidad».