Música

Antonio Vega: "El mundo me oprime, me aburre. Necesito salir de aquí"

Una biografía, publicada con el apoyo dela familia, retrata a Antonio Vega desde sus contradicciones y contra el mito de «ese chico triste y solitario»

Antonio Vega
Antonio Vegalarazon

La historia de Antonio Vega es la más triste de la música en España. Nadie con tanto talento se ha consumido ante los ojos de todo el país cumpliendo con su trágico destino de desaparecer con semejante dignidad. Sin embargo, que sea triste para el público y que se haya contado muchas veces puede que no haga justicia a la figura de su protagonista. Antonio Vega fue uno de los más grandes compositores de canciones en castellano, un músico virtuoso, un hombre inteligente e hipersensible y jamás se pareció a «ese chico triste y solitario en que le convirtieron», protesta Magela Ronda, autora de «Antonio Vega. Una vida entre las cuerdas» (Espasa), la primera «biografía autorizada» sobre el artista, que acaba de publicarse. «Que sea con el apoyo de la familia no quiere decir que se blanquee nada. No se deja de contar nada y tenía ese miedo, que el lector piense que no se iba a contar nada chungo o feo. No, no, se cuenta todo. La diferencia es dónde pones el foco y cuál es tu intención. La familia siempre nos dijo que quería una biografía que fuera justa con Antonio, honesta».

«Su propio hermano Carlos me dijo que tendría que hablar de las drogas, porque, sin eso, no se entiende quién era Antonio. Pero estábamos de acuerdo en no centrarnos sólo en eso. Curiosamente, el resto de personas que intervienen (que son su círculo más íntimo como Teresa, Nacho Béjar, Carlos García Vega, Carlos Narea, Carlos Brooking o Basilio Martí, entre otros muchos) estaban cansados de la misma historia. Le tratan de una manera que no les gusta, porque no le hacen justicia. Tenían cierta reticencia para hablar de él, pero conseguimos vencerla», explica la autora.

Nacha Pop y el alquimista

Cientos de horas de conversaciones muy sintetizadas con un propósito: explicar quién era Antonio Vega. Pero ¿eso es remotamente posible tratándose de alguien de extremos, que era a la vez fuerte y frágil, gran conversador y enormemente tímido, de enorme sensibilidad y mente casi científica? «Era lo más difícil. Para plasmar esas contradicciones tenía que alejarme lo suficiente para explicarle desde la neutralidad, pero también acercarme para entrar en su cabeza y sentirle. Empatizar con él», admite la autora.

Porque lo más fascinante de la vida de Antonio Vega no podía verse. Estaba en su mente, de un coeficiente intelectual digno de genio («158 o 160, depende de a quién le preguntes», dice Ronda) capaz de obsesionarse con algo hasta extremos indecibles, con un ansia de conocimiento voraz. Durante una gira de Nacha Pop, un día apareció radiante de felicidad: se había comprado unos rotuladores. Otro día fue porque encontró el libro de Física de C.O.U. Aplicaba el método científico a la canción, y no era solo una forma de hablar. Uno de los relatos más interesantes del libro cuenta cómo se aburría de la afinación normal de la guitarra y la cambiaba para que, al colocar los dedos sobre los trastes sonase lo inesperado. «Antonio el alquimista se encerraba en casa y pasaba días y días dándole vueltas a acordes y arpegios, probando, mezclando, experimentando afinaciones especiales... Antonio jugaba con la física del sonido y del instrumento», relata Basilio Martí y pone de ejemplo «Háblame a los ojos», una de sus mejores canciones y que debe parte de su magia a esta ciencia del sonido de Vega.

El origen del "chico triste y solitario"

En el libro, claro, se aborda el origen de la maldición del «chico triste y solitario», que no fue otra que el disco de «homenaje» que, en 1993, es decir, 16 años de su muerte, le cayó como un epitafio. «La frase es muy bonita y caló en el imaginario popular, porque Antonio estaba delgado y demacrado. Lo que era timidez e introversión se transformó en malditismo», escribe la biógrafa. Un malditismo con cierta justificación, como por ejemplo se cuenta en «Vatio», la novela de A. J. Ussía, quien cuenta su experiencia como amigo y ayudante de Antonio Vega, incluidas decenas de visitas a Las Barranquillas a las afueras de Madrid. Sobre esto, Ronda eligió «dejar al margen los detalles morbosos. Hablamos de sus momentos de crisis, de sus monos, de cómo se sentía. Pero no entraba en detalles. Yo quería saber quién era el y el sentido de su vida», explica la escritora.

Varias características de la personalidad de Antonio Vega le empujaban hacia alguna parte que ni él mismo sabía. Primero, el ansia de conocimiento. Segundo, una especie de desarraigo o de desazón que no era capaz de explicar. «Tenía un profundo sentimiento de no pertenencia, de estar en un mundo que no le corresponde, y que yo creo que es un sentimiento con el que nos podemos identificar todos hoy. Creo que es un sentimiento que puede ser tan peligroso como la sustancia adictiva. No pisaba en la tierra y eso le provocó mucha tristeza y dolor». Así se lo confesó a Nacho Béjar, testigo de esa desafección: «Tío, no te lo vas a creer, pero es que a veces el mundo... y mira que es grande, pero a veces se me queda pequeño. Me aburro, me oprime, se me queda... necesito salir de aquí», le dijo el autor de «Lucha de gigantes». Nunca engañó a nadie y tampoco a sí mismo. Siempre asumió sus malas costumbres, pero en realidad tenía el abismo dentro. «Era lúcido, culto y divertido», dice Carlos Narea en el libro. «Un seductor inteligente y sensible con todas las armas para la manipulación», escribe Magela Ronda. «No había imposturas, fingimientos ni ficción en las letras de Antonio Vega y mucho menos en su manera de interpretarlas». Otra cosa es quitarse la pena: «Con Antonio, todo el mundo tuvo que hacer en un momento determinado las paces con su memoria. Y este libro ha servido de catarsis para algunos de ellos, de hacer las paces con su amigo o compañero. Con todo el mundo que hablé, en algún momento, tuve que parar un momento para recomponernos». Antonio no era triste, su historia sí lo fue.