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Crítica de clásica

El arte del desgarro

La visita de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León al Auditorio Nacional de la mano de la Fundación Scherzo se saldó con un éxito considerable

El director de orquesta Thierry Fischer
El director de orquesta Thierry FischerJcyl

Obras de Debussy, Wagner y Rachmáninov. Piano: Kirill Gerstein. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Dirección musical: Thierry Fischer. Ciclos Scherzo Grandes Intérpretes de Piano. Sala Sinfónica. Crítica de clásica / Auditorio Nacional, Madrid, 26-X-25.

La visita de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León al Auditorio Nacional de la mano de la Fundación Scherzo se saldó con un éxito considerable de la mano —o de las manos, para ser preciso— de uno de los solistas de piano de mayor renombre, Kirill Gerstein. Arrancó el concierto con una versión estilizada del 'Preludio a la siesta de un fauno' de Debussy. Thierry Fischer permitió toda la libertad de fraseo que esta música agradece para construir una atmósfera más etérea que sensual, sin otorgar volúmenes preeminentes a la cuerda, a veces con sordina, y dejando que el viento-madera fuera entretejiendo los motivos con naturalidad. A pesar de la indudable belleza formal del resultado, la interpretación quedó lejos de la mirada erótica que propone el poema original de Verlaine y la traducción musical de Debussy: aquí el fauno pareció bastante inofensivo.

La primera parte la completaba el arreglo de Philippe Jordan en forma de suite sobre 'El oro del Rin', de Wagner. Aquí los esfuerzos se multiplicaron desde el primer instante, en esos largos minutos anclados en las notas fundamentales de la tonalidad de Mi bemol mayor que simbolizan la creación del mundo. La idea del fragmento es la de volcar en música ese magma primordial del que nacieron todas las cosas buenas y unas pocas malas —como la ambición—, y la OSCyL encontró la manera de alternar los ataques de mayor intensidad con las intervenciones más sutiles de las trompas. La entrada en el Valhala o el canto de las Ondinas encontraron acomodo en una sonoridad mixta, heroica a ratos, más ligera en otros, pero siempre musical y cuidadosa en su gradación de intensidades. En ocasiones la orquesta pareció emborracharse un tanto con la brillantez de una música que fue pensada para el foso y que fuera de él tiende a caer en gigantismo, como en las intervenciones de los martillos.

El plato fuerte era, en cualquier caso, el 'Concierto para piano n.º 3 en re menor' de Rachmáninov, un maratón emocional tanto por el desgarro que transmite como por la duración que atesora y el estado de forma casi atlético que requiere del intérprete. Fischer propuso potencia de sonido en sintonía con las habilidades de Gernstein, un pianista capaz de sobreponerse al sonido en "fortissimo" de cualquier "tutti" orquestal. La potencia en este caso no estuvo reñida con la visión poética, casi evocadora, de la escritura orquestal del compositor y que Fischer respetó al pie de la letra. Por su parte Gernstein, con una muñeca prodigiosa a la hora de medir los ataques, prefirió correr de la mano de la orquesta antes que servirse de la partitura de Rachmáninov como mero vehículo de lucimiento, con pasajes casi deletreados durante el “Intermezzo” y aprovechando la esencia jazzística que tan bien conoce y que anida en parte del tercer movimiento. La OSCyL arropó en todo momento el sonido del pianista ruso-americano con lirismo y precisión. Al final, grandes ovaciones para pianista y

orquesta, en una tarde donde la sublimación del dolor que propone el compositor ruso fue no solo aceptada sino celebrada.