Aniversario
'Bohemian Rhapsody': una noche en la ópera rock
Se cumplen 50 años de 'A Night at The Opera', el disco que catapultó a Queen al estrellato con inspiración en el bel canto
Mucho antes de que Rosalía jugase a ser directora de una orquesta celestial y a construir arias y épica a golpe de cuerda y viento, un grupo de pop conquistó el mundo con una extravagante y disparatada pieza orquestal rock: hace 50 años que Queen dejaron al mundo boquiabierto con «Bohemian Rhapsody», pieza central de su disco semi-conceptual «A night at the opera», que tomaba la inspiración del bel canto para dar forma a una mezcla imposible entre al glam, el heavy metal y la opereta que encumbró al cuarteto a la improbable cima de las ventas de discos del mundo. Una lujosa reedición de aquel trabajo (en vinilos transparente, de colores y hasta cinta cassette en edición limitada que acaba de salir a la venta) y un libro celebran aquella genial locura.
Como cuenta Gillian G. Gaar en el libro «Queen & A Night At The Opera. 50 Aniversario» (Libros Cúpula), hoy «Bohemian Rhapsody», incluida en la Cara B del trabajo, nos llega manida, demasiado familiar por centenares de escuchas en la radio, en televisión y cine: la canción fue banda sonora de «Los inmortales» y ahora pone música al «trailer» de la última temporada de «Stranger Things». Pero prueben a ponerle esta pieza a un infante o beban una pócima para olvidarlo todo. La canción es extraordinaria, con las armonías vocales del arranque preguntándose «Is this the real life? Is This just fantasy?» (¿Esta es la realidad, es solo fantasía?), esa introducción lisérgica que habla en primera persona de un pobre chico atrapado en un derrumbe, sin escape de la realidad. «Abre tus ojos / Mira al cielo y observa», dice la canción, que cierra esta estrofa con un poético «el viento sopla de todas maneras / nada importa en realidad». Chúpate esa, Rosalía. Pero es que el tema ofrece mucho más: llega el aria con un cambio de humor. La canción, que prometía ser ligera y divertida como «El Barbero de Sevilla» o una ópera bufa como «La Hora española» se torna truculenta: «Mamá, acabo de matar a un hombre», canta Freddie Mercury como un personaje de Puccini que describe cómo colocó el revólver contra la sien de la víctima y apretó el gatillo.
Un nuevo cambio de tercio
Pero, de nuevo, un cambio de tercio. El asesinato ha resultado liberador y una vida nueva comienza. Entra el solo de guitarra de Brian May, el piano, y la interpretación solemne y dramática se torna bombástica: entran las palabras simpáticas –scaramouche, fandango, Galileo, silhouette, ¡Fígaro!–, el crescendo vocal sube y sube y entonces... la banda entra rodando como un todo terreno de gasolina por las verdes praderas de la campiña inglesa. Una descarga compacta de rock que deja paso a una coda final junto al arroyo. Han sido casi seis minutos de delicioso disparate. El tema «nunca trató de ser tan intimidatorio como una ópera», sostiene Gaar, en contra de, por ejemplo, «Berghain» de Rosalía. Era un guiño extravagante, una expresión escapista, algo así como el camarote de los Hermanos Marx, escena que aparece en la película de la que roba el título. «Algunos interpretaron la canción como la historia de un condenado a muerte que espera un juicio, sentencia y ejecución. Otros la ven como la canción propia de una salida del armario, sobre la aceptación pública de Freddie de su homosexualidad», dice Gaar. Sin embargo, el novio del cantante durante sus últimos años, Jim Hutton, aseguraba que «trata de lo diferente que podía haber sido su vida, de lo mucho más feliz que podría haber sido si simplemente hubiera podido ser él mismo todo el tiempo», como recogía la biógrafa Lesley-Ann Jones.
A pesar de aparecer en la cara B del trabajo, todo el mundo sabía que ese tema tenía que ser el single de un disco, en general, bastante sólido y que se abría con los arpegios de piano y guitarrazos heavys de «Death on Two Legs... (dedicated to...)», la juguetona «Lazing on a Sunday Afternoon» y la delicada y evocadora «’39», una joya folk de ciencia ficción compuesta por Brian May con un aire antiguo, una de las gemas ignoradas de un grupo reconocido por sus fuegos artificiales pero autores de preciosidades como esta. Entre los experimentos de grabación, la voz de Mercury en «Lazing...» se grabó registrándola en la consola del estudio y después enviándola a un par de auriculares dentro de un cubo, donde había un micrófono pegado para hacer que la voz sonase como un disco de 78 rpm en un gramófono antiguo. Las voces, los famosos «galileos» y los «no, no, no» de la pieza maestra se grabaron cientos de veces: «Después de 180 veces te sientes como un manicomio», dijo el vocalista. El disco costó 40.000 libras, lo que medio siglo después equivaldría a un cuarto de millón de euros.
En realidad, el disco tenía tanto de heavy metal como de ópera, pero «Bohemian Rhapsody» se llevó los focos. Eso sí, la canción presentaba un desafío comercial aparentemente insalvable. Como dijo de ella Elton John a John Reid, el mánager que compartía con Queen: «No vas a lanzar eso, ¿verdad? Para empezar, dura como unas tres horas. Además, es la cosa más ‘‘camp’’ que he oído en mi vida. Y el título es absolutamente ridículo». Podemos imaginar a Sir Elton espantando una mosca imaginaria con la mano derecha precisamente al terminar esa afirmación. La compañía de discos, EMI, quería recortar el tema para la radio siguiendo la opinión de Rocket Man. El grupo llegó a pensarlo, pero decidió que no lo harían y que tampoco aceptarían otro single como lanzamiento. Mientras la disquera se hacía la sueca, una copia del tema se filtró a una radio londinense y luego a un locutor de la BBC Radio 1. La crítica se mostró tibia, probablemente desconcertada, pero ante el entusiasmo del público se subió al carro. «NME» declaró que eran «lo mejor que le ha pasado a la música británica esta década».
El vídeo maestro
El disco abrió el mundo a Queen, que demostraba en cada concierto lo increíbles intérpretes que eran y que además fueron innovadores al publicar un video promocional de la canción (que hoy en día roza los dos mil millones de visualizaciones) que marcó una época con los rostros del cuarteto enmarcados en la penumbra con una iluminación cenital, una idea que «robaron» de una famosa imagen de Marlene Dietrich. Aquel clip fascinó a una audiencia pre-MTV y completaba la idea de la ópera rock con una puesta en escena para los que no pudieran verlo en los estadios que arrasaron sistemáticamente. El disco también definió, de alguna manera, la carrera del grupo, que publicó una especie de «continuación» algo exagerada que tomaba otro título de los hermanos Marx: «A Day At The Races» («Un día en las carreras») incluía «Somebody to Love» pero que caía en el histrionismo. Eso sí: el trabajo rescató a la banda, que dejó de tener un sueldo semanal de 60 libras para comprarse mansiones y para Mercury también significó una liberación: fue el fin de su relación con Mary Austin, a quien confesó que era bisexual como una especie de disculpa amable. Todo por un delicioso disparate.
LA VENGANZA QUE PUDO ESTROPEARLO TODO
►La primera canción del trabajo era la cruel «Death on Two Legs (Dedicated to...)», la canción que, con letra despiadada y mordacidad a raudales, retrataba a Norman Sheffield, ex manager del grupo durante tres años, al que calificaba de «una sanguijuela, una rata, un colegial crecido», entre otras lindezas. Sheffield maltrató y dejó en bancarrota a la banda –según sus acusaciones– y recibió esta «carta de odio» a pesar de que de ninguna manera se le mencionaba. Cuando este se enteró de que la canción podía hacer referencia a su persona, presentó una demanda contra EMI y la banda. Aquello podría haber parado la salida del disco, pero las partes llegaron a un acuerdo... a cambio de un porcentaje de los derechos editoriales y discográficos temporalmente.