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Selvático animal

India Martínez: "México y España siempre hemos estado hermanados"

En su nuevo disco, 'Aguachile', décimo de su carrera, la artista andaluza homenajea a las diversas músicas de México sin desamarrarse de su ADN flamenco

India Martínez es el nombre de guerra de Jénifer Yésica Martínez Fernández Gonzalo Pérez

El aguachile es un plato típico de México a base de caldo aguado de chile, tomate, camarón y especias, y ese es el título que India Martínez, nombre de guerra de Jénifer Yésica Martínez Fernández (Córdoba, 1985), ha elegido para bautizar el décimo disco de su carrera, con el que rinde homenaje a las diversas músicas del folclore mexicano –la ranchera, el corrido, el mariachi...– y para el que ha escrito la mitad de las diez canciones que lo integran. Con este trabajo, en fin, la artista andaluza ha aparcado de forma momentánea el pop latino con el que se ha hecho un potente nombre en la industria musical.

«Dentro del trap y de lo urbano hay letras que sí están más sexualizadas y dejan a la mujer a la altura del betún»

India Martínez

Parece un disco pensado ex profeso para introducirse en el mercado americano, ¿la idea nació de ella o fue una propuesta discográfica? «Nace de mí –responde–, fue una propuesta que le hice a mi equipo. Al principio fue un “¡guau!, ¿cómo vamos a hacer un disco tan conceptual después de tu trayectoria y tu camino de flamenco/pop latino?”. Pero hay una conexión, aunque no lo parezca. Y es una declaración de amor hacia México y su cultura. Hace muchísimos años que lo visité por primera vez y me recibieron con un calor increíble, y ya empecé a cantar rancheras por bulerías, a llevarlas a mi terreno. Aunque siempre habían estado ahí, desde niña. Desde que Rocío Dúrcal empezó a traer a España música de Juan Gabriel o nos llegaban esos ecos de Chavela Vargas. México y España –añade– siempre hemos estado hermanados. Y este disco es como volver a empezar, pero ya con un bagaje». El tono predominante de «Aguachile» es el del desamor, algo que los distintos estilos mexicanos comparten con el espíritu del flamenco, pero India parece cantarle a la pena con una sonrisa: «Así es, ja, ja, ja. Creo que hay muchas maneras de cantarle al despecho. El amor tiene diferentes fases, que creo que se pueden apreciar en cada canción del disco. Son canciones que, aunque tienen ese despecho propio de lo flamenco y de la garra del sonido mexicano, porque creo que somos muy parecidos también en ese aspecto, las canto, como tú dices, de una forma desenfadada, irónica a veces. Hay momentos más introspectivos y otros más melódicos y juguetones».

El flamenco, infinito

India tiene los fundamentos del flamenco, conoce las tablas de la ley de ese género, y sus primeros reconocimientos vienen de ahí. Parece que el cante ha perdido a una alumna aventajada y, a cambio, el pop ha ganado a una estrella. Algo, un salto o trasvase, que suele darse más entre las mujeres. ¿Fue un impulso propio o la necesidad de formar parte de los sonidos de moda lo que la fue escorando al pop? «En ningún momento me he sentido obligada a hacer música que no me guste –afirma–, al revés. A mí el flamenco me encanta, lo amo, y es verdad que hasta los 17 o 18 años solo hice flamenco. Me formé en el flamenco, he crecido con él, me siento flamenca, pero mi inquietud y ganas de seguir investigando y haciendo otras músicas, de añadirle sonidos nuevos a mis canciones y componer mis propias letras, han podido conmigo. En mi primer disco no grabé flamenco clásico, sí lo canté en las peñas, en los festivales y en los concursos. El flamenco es infinito –prosigue–, y en cada nota que digo y cada canción que hago siempre hay algo de él, no lo puedo evitar, pero necesitaba probar otros registros. De niña cantaba, por ejemplo, unas granaínas y, en vez de hacer la típica salida (suelta un hermoso quejío), hacía una letra en árabe (y comienza a cantar y no sabe uno si está en la Córdoba profunda o en un cuento de “Las mil y una noches”). Eso no quita para que algún día, en cualquier concierto mío, en vez de pop y flamenco latino haga flamenco jondo».

India nació en Córdoba, en 1985, y creció en AlmeríaGonzalo Pérez

«Hay muchas maneras de cantarle al despecho», sostiene la artista

India se ha criado entre Córdoba y Almería, ¿a cuál de esas dos ciudades se siente más ligada? «Aunque haya nacido en Córdoba, me siento de los dos lados. Mi parte arabesca y flamenca, mis rasgos, son cordobeses, pero todo lo musical, y en lo que me he ido convirtiendo como mujer, es de Almería: mis primeras veces en los escenarios, mis primeros conciertos, tanto de otra gente como míos, son de allí». ¿Si cierra los ojos le vienen más referencias de un sitio o del otro? Como cuando se le pregunta a un bilingüe en qué idioma piensa: «Me vienen más de Almería –reconoce–, porque eres más consciente. Yo llegué allí con once años. Los recuerdos y la añoranza me vienen de Córdoba, ese pellizquito que se te queda cuando dejas atrás a tu familia y lugar de nacimiento, a las primeras amistades. Pero en Almería es donde me empiezo a formar como persona. Mi primera entrevista fue en “La Voz de Almería”, en mi casa, y me hicieron fotitos con mis padres... Eso fue la bomba para mí. Todavía tengo guardado ese periódico. Y, claro, eso te marca mucho».

«Me siento flamenca, pero mi inquietud y ganas de seguir investigando y de componer mis propias letras han podido conmigo»

India Martínez

Muchas de sus colegas están cabreadas con la sexualización que se da en las letras del reguetón y el trap. ¿Cómo se lleva ella, de una manera instintiva, con esos géneros? «Me llevo bien porque me quedo con lo que me aporta y lo que me gusta, y lo que no, lo desecho, directamente. Y dentro del trap y de lo urbano hay letras que sí están más sexualizadas y dejan a la mujer a la altura del betún». Le digo que hay también artistas mujeres, celebérrimas, como Shakira, que han utilizado el sexo en sus letras, por lo que no solo se le puede imputar eso al músico hombre: «Evidentemente. Pero es que creo que es humano también, que caemos en eso, en sexualizarnos de alguna manera. Yo antes era mucho más pulcra y cohibida y no me atrevía a ponerme un pantalón corto o a enseñar la barriga, a ponerme un top. En mi adolescencia era más reservadita en ese aspecto, pero la sociedad va cambiando y se van naturalizando esas cosas. Y por suerte no nos quedamos atrapados en el pasado», concluye.

Indias y mariachis

Por Javier Menéndez Flores

Ha aterrizado en la Ciudad de México una india de la Córdoba española, esa a la que nunca llegó Federico con su soledad esquiva en los hoteles y su máscara pura de otro signo, etcétera. Ha inundado el Zócalo una india de Almería –alma y mar, espejo inagotable– con unas canciones en las que caben cuantos acentos tiene el folclore mexicano, por más que lleven su sello marcadamente jondo. Ha cocinado esa india un guiso con el picante de la pérdida y el amor tocado y hundido, aunque nos lo sirva con el delantal de la ironía y una sonrisa alabeada.

En México nos quieren e incluso nos aman, más allá de los desvaríos de ciertos políticos y de la mala tinta de algunas cabeceras. Y cuando arribamos allí comprobamos en el acto que estamos presentes en cada boca, y eso tiene más valor que un millón de cheques en blanco y cien palacios de hechuras asiáticas. Por eso a India le van a poner una suite en una alfombra roja y le van a adornar la cabeza con un sombrero de charro tejido con hilos del oro de las minas de Peñasquito y La Herradura.

Hey, Jeni Yessi, qué lejos y cuán cerca se ven los azulejos de lunares y aquella pensión de la Martinica por la que circulaban tropas de marineros sedientos. Y aquel despertar que llevaba impreso en su ADN al abuelo Manuel, que un día decidió abandonar la zozobra del suelo firme y se instaló para siempre en el mar con una familia de delfines. Cada paso dado, desde las peñas y los concursos hasta los estudios de grabación y el locurón de los escenarios, ha sido una academia, una clase magistral, y hoy, ya doctorada en artista químicamente pura, te desenvuelves con la seguridad de quien abrió por vez primera los ojos bajo la bóveda sin confines de un teatro.

En la tarjeta de visita de India Martínez el exotismo jamás decae y al tenerla enfrente tus retinas retienen una figura a la que solo le faltan el arco y las flechas para parecer recién salida de una pantalla. Y cuando se marcha te invade la sensación de que sigue ahí, pues su perfume pesa demasiado y en la silla ya vacía sigues viendo un chorro de piel mestiza y la promesa de una lluvia de cerveza en el desierto. Y al darle al play ella canta, entre la resignación por lo que ya nunca volverá y el orgullo de quien lo tuvo entero para sí, que no encontrará un tipo como él, con sus defectos que son perfectos, pues no cree que exista.

En la Córdoba de Vicente Amigo y en la Almería de Tomatito y Niño Josele tiene esta india su corazón derramado de músicas. Y cuando explota la guitarra homicida de un tal Paco de Lucía y el lamento de Camarón, no consigue domeñar el galope de emociones que se le desata en el pecho. Y en las rancheras de Chavela cada palabra duele, pero una vez dentro por nada del mundo quisiera salir de ellas. Y siempre que se enciende en su cabeza el recuerdo de aquellos minutos en el Campo Argentino de Polo junto a Ricardo Arjona –«lo tuyo fue la intermitencia y la melancolía, / lo mío fue aceptarlo todo porque te quería»–, se dice que los litros de lágrimas vertidas en el camino han merecido la pena.

En Miami, la bulería y el hip hop se abrazaron y hubo un no beso que fue más beso que cualquier beso. En Hollywood saben de estas cosas, y que a Will y a India les quiten lo bailao.