Crítica de clásica
Juroswki, una quinta beethoveniana en su sitio
Este es ejemplo de un programa de esos que gustan al público, Beethoven y Schumann, pleno romanticismo. Y eso a pesar de que el concierto para violín de Schumann no sea de los más populares y que la “Quinta” beethoveniana, que sí lo es, no se sabe la razón, pero se toca muy infrecuentemente, aunque quizá si lo sepamos: el peso actual de los historicistas y la dificultad de ofrecerla bien con criterios tradicionales.
El moscovita Vladímir Jurowski (1972) es un director de los más reputados hoy en día, titular de la Bayerische Staatsoper de Múnich desde 2021, y titular de la Rundfunk-Sinfonieorchester Berlín (RSB). Bien conocido en España gracias a Ibermúsica, que lo presentó en 2008 con la London Philharmonic y nos ha visitado con frecuencia. En las tres obras del programa demostró su capacidad para imponer el ritmo en sus lecturas y dotarlas de transparencia y claridad, con gestos elegantes y persuasivamente eléctricos. Dejó claro desde el principio, en la obertura “Coriolano”, que está más en la línea de los grandes directores del pasado siglo, los tradicionalistas si queremos, que de los de los historicistas.
De ahí que su “Quinta” nos sonase a la “antigua” y, la verdad, fue de agradecer. Una interpretación con brío, apasionada, de texturas claras, con detalles preciosos en los pasajes más líricos e íntimos del “Andante con moto” y con enorme fuerza en las llamadas al destino en los acordes a plomo de los tuttis de una orquesta en excelente momento. Sobresalieron la cuerda y los metales, formidables las trompas, aunque el balance perjudicó a las maderas, poco audibles, cuando si lo fueron en la propina de “Las criaturas de Prometeo”. Admirable el “Trío” del tercer movimiento y la contundencia del final del “Allegro”.
Previamente la noruega Vilde Frang (1986), que toca un Guarnieri del Gesu de 1734, ofreció el “Concierto para violín” de Schumann en una lectura entregada, apasionada, de ataques precisos, amplias dinámicas y buen fraseo. También, tras hacerse de rogar, llegó la propina, “Giga senza basso”, de la Sonata para violín solo, en re menor, de Antonio Montanari. Todos felices.