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Selvático animal

Silvana Estrada: "Cada canción de este disco es una despedida"

La cantautora mexicana publica esta semana su tercer trabajo discográfico, 'Vendrán suaves lluvias', del que uno de sus sencillos opta a un Grammy Latino

Entrevista con la cantante Silvana Estrada.© Alberto R. Roldán / Diario La Razón. Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Hija de luthiers, la mexicana Silvana Estrada, de 28 años, publica esta semana su tercer disco, «Vendrán suaves lluvias», del que una de sus canciones, «Como un pájaro», opta al Grammy Latino en la categoría de Mejor Canción Cantautor. Ya obtuvo ese galardón hace tres años, «ex aequo» con la cubana Ángela Álvarez, en el apartado de Mejor Artista Nuevo. Ella viene del jazz, ¿qué le ha aportado ese género tan hondo a la canción de autor que desarrolla en la actualidad? «Creo que haber estudiado jazz durante años me dio una perspectiva de lo melódico y, sobre todo, de la libertad–afirma–. Como pasé tantos años afinando el oficio de improvisar, que es muy divertido y a la vez implica mucha atención, como compositora intento mantenerme en esa línea medio vertiginosa de seguir improvisando y dejar espacios para la sorpresa y lo inesperado. El amor a la libertad dentro de lo musical lo mamé de todos los discos de Miles, de Chet, de Mingus, y esa pasión por sorprenderte, que quizá no sea tan común en el mundo del cantautor, es vital para mí. En el jazz hay como un riesgo constante que te mantiene superdespierto, más que en cualquier otro género. Despierto en el sentido del cerebro reptil ríe, como en alerta. Tienes que estar muy atento porque en cualquier momento te puede regalar algo».

"Siempre me pareció más fácil cantar en una lengua que no era la mía"

Silvana cantó en inglés durante años temas de otros y ahora lo hace en su lengua materna, el español. Y aunque es lógico que uno se exprese de un modo más natural en su idioma, ella cree que en la canción eso implica una mayor dificultad: «A mí siempre me pareció más fácil cantar en una lengua que no era la mía explica porque el personaje se vuelve todavía más personaje, hay como una distancia». ¿Porque el que canta es un personaje, no una persona?, introduzco: «Creo que en el momento de subirte a un escenario, como que baja un personaje siempre, una bruja o algo, y te metes en otro cuerpo. El tiempo se vuelve distinto y tú misma te vuelves como una presencia distinta a tu presencia de todos los días. Y cantar en un idioma distinto vuelve todo aún más teatral, son unas capas de distancia que te permiten ser todavía más personaje. Y cuando empecé a cantar en español y a componer, me pasó que esa línea del personaje se hizo mucho más delgada y eso me puso en un lugar mucho más vulnerable. Porque estás sacando todos tus demonios y eso es una cosa muy íntima». Pero, a cambio, llega el milagro de la creación, que te sube varios peldaños respecto a la sola interpretación: «Ser autor es mucho más complejo a nivel emocional, sí, y a mí me permitió abrir un mundo en el que soy muy feliz. Sin la canción yo no logro entender nada. Soy una persona que no entiende las complejidades emocionales; si no me siento a escribirlas, no logro procesarlas. La canción, para mí, es como una linterna y a través de ella le pongo luz a espacios oscuros que de otra manera no sabría cómo empezar a comprender o a nombrar. Y creo que el hecho de que la canción sea como una prima cercana de la poesía también me da una libertad, a través del lenguaje, que me acerca muchísimo al mundo. Es como que me limpia los ojos para verlo mejor, porque creo que la poesía tiene esta virtud de regalarte verdades que otras cosas no te pueden regalar, que son fugaces y hermosas, porque transforma la realidad».

"Hay un México que está lleno de belleza. Y luego hay un México que se ha envilecido totalmente por la violencia y la corrupción"

En los tres años que han transcurrido entre la obtención del Grammy Latino y la actual nominación a esos galardones en otra categoría, ella siente que ha pasado más tiempo –«me siento con el corazón un poco envejecido», dice, ya que sus circunstancias vitales la han obligado a madurar. Entre ellas, el asesinato en su país de su mejor amigo: «¿Por qué asesinaron a mi amigo? No había ningún motivo. La historia es superdura, pero es larga. Ellos [su amigo y el hermano de su amigo] estaban en el lugar incorrecto. Nosotros sabíamos que lo tenían secuestrado en una casa y acampamos fuera de esa casa. Y yo supe que había muerto porque escuché el grito que dio su madre cuando le dieron la noticia. Después de ese día nunca he vuelto a sentir mi corazón ligero ni he vuelto a llorar de la risa, y yo antes lloraba de la risa todos los días. Me decepcioné tanto, tanto, con el mundo y con la vida que me ha costado un poco regresar a mi esperanza. Y, de hecho –añade–, el título de este disco, “Vendrán suaves lluvias”, es un canto a una esperanza muy humilde. Viene de un poema de Sara Teasdale que escribió después de la Primera Guerra Mundial. Ella acaba tan decepcionada de la guerra que escribió este poema, que es brutal. Dice que a lo mejor los humanos nos destruimos en la guerra, pero la esperanza es que van a venir las suaves lluvias y va a llegar la primavera. Yo –prosigue– tuve el corazón un poco de piedra, un poco con estrés postraumático, y mi ejercicio como compositora fue suavizarme el corazón. Y a eso me ayudó la belleza: la contemplación de la naturaleza, el escuchar música, el atreverme a escribir palabras en una hoja en blanco… Volver a enamorarme de la vida en sí fue mi proceso. Y es loco, porque las canciones de este álbum son como varias despedidas. Cada canción es una pequeña despedida».

"Soy una persona que no entiende las complejidades emocionales"

¿Se ha congraciado de nuevo con su país? «Es que México son muchos Méxicos –afirma–. Cuando pasó lo que pasó, odié el sistema judicial, a los policías, al ejército. Y hasta el día de hoy me da terror cruzarme con un policía en la calle, y el ejército ni se diga. Si veo a alguien con una pistola en la calle me dan ganas de llorar. Hay un México que es hermoso, que es mi familia, la comunidad, la cultura, el campo… está lleno de belleza. Y luego hay un México que se ha envilecido totalmente por todos estos años de violencia y corrupción. Pero a mí no me pasa odiar a México, no sabría cómo. Y no me he planteado irme de México porque quiero cambiar los problemas desde allí, y creo que la música tiene ese poder. Ya sé que es un poco naíf pensar que la música va a quitarnos de la violencia, pero sí creo que nos va a salvar de envilecernos, que, creo, es el problema mayor de México, que la violencia nos ha envilecido», concluye.

EL CERRO DE LAS SERPIENTES

Por Javier Menéndez Flores

En Coatepec la humedad era tan tozuda que los sueños se te pegaban a la carne y andabas borracha de fantasía día y noche. En aquella tierra de cafetales, hermosa extremidad de Xalapa, rodeada de todas esas guitarras jaranas leonas, chaquistes, requintos, tercerolas–, qué fácil era sentirse la protagonista de uno de esos cuentos llenos de tormentas que, para sorpresa del lector, siempre acaban bien. Y crecían los floripondios ante tu puerta como guardias imperiales y el olor a madera era tan intenso que algunas veces te sentías un árbol más de aquel bosque sin límites. La selva es tu hermana, en fin, y eres hija de la lluvia y de la luna llena y de unas estrellas que en ese trozo de cielo parecen brillar mil veces más que en cualquier otro lugar del mundo.

Sucede que el fulgor de la infancia dura apenas un segundo y en México DF supiste a tu pesar que la policía podía ser el hombre del saco, y sentiste cómo el miedo en estado puro recorría tu columna vertebral igual que si un vampiro te acaricia la espalda con una uña que semeja un estilete. Malditas sean la muerte y la bilis de la sinrazón que te dejaron huérfana de amigo, y malditos sean los perros furiosos que custodian las puertas del infierno en la Tierra. Pero hay tristezas que parecen irresolubles y que desembocan sin embargo en unas ganas de vivir tan poderosas que solo pueden acatarse sin rechistar.

En cada esquina de Nueva York hay diez poetas y un psicópata disfrazado de vecino obsequioso que como todas las arañas espera el momento idóneo para hacerse con el botín de un aliento. Y basta con levantar el rostro para advertir un vértigo que ni la más audaz montaña rusa puede igualar. Pero allí fuiste feliz porque la música solo puede traer albricias y porque tus compañeros de piso eran también forasteros y hablaban tu mismo idioma, el del humo susurrante de unos bares cuyos escenarios comienzan en cuanto cruzas la puerta de entrada. Arribaste a esa ciudad enamorada del jazz y cuando la abandonaste lo hiciste con la certeza de que debías escribir tus propias historias y cantarlas en tu lengua, y esa fue la mejor decisión que has tomado nunca.

Anda, Silvana, grítale a René, esa torre altísima, que hay cosas el viento, las nubes, tu alegría, tus doloresque nadie puede comprar. Y pídele a Juan Luis que te regale el otoño y un rayo de ilusiones y un corazón al desnudo. Y si suenan unas notas de Mingus o Chet Baker te irás muy lejos sin levantarte de la silla. Y hay días en los que necesitas contar las esdrújulas de «Construção» o volver a los diecisiete de la mano de Violeta, la más punk de todas, o lanzarte al mar de Silvio para ver de cerca esas serpientes largas, transparentes, que se cuelan en sus sueños. Y cada vez que suena «Oh melancolía» «beso que retorna como el mar» en la voz de Mercedes, que cantaba como si trasplantase un corazón, te separas del suelo y contemplas el mundo con los ojos de un pájaro.

En estos tiempos de lluvia gruesa hay que rogar a Dios mientras se actúa. Y no es mala aportación juntar palabras para ser cantadas. Tal vez la música pueda cambiar el mundo. Y si no es así, si al final resulta que eso no era más que una utopía que se deshace igual que un terrón de azúcar en el café, el viaje habrá merecido igualmente la pena porque no hay disfrute mayor que el de sentirse atravesada por una canción.

Y que vivan el fandango de Veracruz y la alegría de la gente que aún tiene ganas y las risas de los niños y las sonrisas de los ancianos y el licor de zarzamoras que mancha la lengua y le mete una buena dosis de rocanrol al espíritu. Cuando todas las certezas fracasan, las raíces son un flotador infalible. Por eso hay que regresar a la tierra madre a la menor ocasión, una y otra vez, siempre.