Los Nobel de las presencias y las ausencias
Jon Fosse recibe en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura mientras que la iraní Narges Mohammadi no puede acudir a la entrega por hallarse en la cárcel en Teherán, donde acaba de iniciar una huelga de hambre
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Aunque no quiso hacer ni un acto más de los obligatorios por la organización, el noruego Jon Fosse recibió ayer el premio Nobel de Literatura hinchado de emoción. Fosse rechazó ofrecer una rueda de prensa con los medios en la víspera, tratando de pasar lo más desapercibido posible, consciente de que, si algo tiene valor, en todo caso, es su obra, y no sus opiniones o actos. En la circunstancia radicalmente contraria se encuentra Narges Mohammadi, galardonada con el Premio Nobel de la Paz y que ayer no pudo acudir a Oslo a recibir el galardón, ya que acaba de empezar una huelga de hambre, a miles de kilómetros, en la cárcel de Teherán. Sus hijos gemelos Kiana y Ali Rahmani, de 17 años, leyeron en su nombre al recibir el galardón unas palabras de la activista en las que pedía apoyo a la comunidad internacional para que apoyen el objetivo tanto de ella como de otras millones «orgullosas y resistentes iraníes alzadas contra la opresión, discriminación y tiranía»: el derrocamiento del régimen iraní.
Y aunque un prosista y una activista puedan parecer las personas más distanciadas de este planeta, en realidad son la prueba de que la palabra, esa herramienta que llega al presente tan desgastada, salva vidas. Las que Mohammadi ha logrado y logrará salvar con ella son palpables, como dijo en la ceremonia de Oslo la presidenta del Comité Nobel noruego, Berit Reiss-Andersen: «El Nobel de la Paz de este año reconoce a todas las mujeres valientes de Irán, y de todo el mundo, que luchan por derechos humanos básicos y por poner fin a la discriminación y segregación de las mujeres». Mohammadi está en prisión por difundir «propaganda contra el estado», que en realidad no es otra cosa que ideas a favor de la libertad y en contra de la represión, que es lo que encarna el régimen iraní.
Por su parte, el dramaturgo noruego Jon Fosse señaló que no escribe para «expresarse, sino para huir de sí mismo». Para el autor de «Melancolía», el éxito, que tan esquivo le ha sido en términos masivos, tampoco habría podido cambiar su obra. «Si lo hubiera tenido, me agarraría rápido a mi escritura, aguantaría, me aferraría a lo que había creado. Creo –asegura– que eso es lo que he conseguido hacer, y realmente creo que seguiré haciéndolo incluso después de haber recibido el Premio Nobel». Una prueba de resistencia y fe en la palabra. «En un cierto sentido, siempre he sabido que escribir salva vidas, quizás incluso ha salvado la mía. Y si mi escritura también puede ayudar a salvar las vidas de otros, nada me haría más feliz», dijo Fosse confirmando lo que ya suponíamos: la palabra puede rescatarnos, redimirnos. Aunque, de nuevo paradójicamente, la activista se condene a sí misma en beneficio del resto del mundo, mientras el dramaturgo apenas pueda salvarse a sí mismo con una obra de extraordinaria belleza.