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Historia
La otra "carrera papal" de San Silvestre
Parafraseando a esta popular cita de fin de año, puede afirmarse que el pontificado de este obispo de Roma fue también, en cierto modo, una prueba repleta de obstáculos

La fecha: 325
La popular carrera que lleva el nombre del Papa Silvestre I se celebra cada 31 de diciembre en España, precisamente el día en que el Pontífice falleció.
Lugar: Nicea
El Concilio plantó cara a la herejía arriana que emponzoñaba la Iglesia provocando enfrentamientos en torno a la crucial cuestión de la naturaleza de Cristo.
La anécdota
Nicolás de Bari palpó la tensión en el Concilio de Nicea hasta que ya no aguantó más: se levantó y le propinó a Arrio un sonoro bofetón.
A muchos les resultará familiar hoy la media maratón que lleva el nombre de un Papa y que se celebra el 31 de diciembre de cada año en diversos lugares de España. Ese fue precisamente el día en que Silvestre I, declarado santo, pasó a mejor vida en el año 335. Parafraseando a esta popular carrera, puede afirmarse que el pontificado de San Silvestre fue también, en cierto modo, una prueba repleta de obstáculos. Cierto que cesaron las persecuciones romanas por intercesión de Constantino I, pero también lo fue que las amenazas internas se cebaron con este pontífice mediante graves enfrentamientos de índole teológica que obligaron a las autoridades a tomar cartas en el asunto con firmeza. La herejía emponzoñaba la Iglesia provocando divisiones y enfrentamientos en torno a una cuestión crucial, como sin duda era la naturaleza de Cristo.
Arrio (256-336), ordenado presbítero en el año 311 en la iglesia de Baucalis de Alejandría, argumentaba que «si Dios creó a su Hijo de la nada y por tanto hubo un tiempo en que el Hijo no estaba, entonces Jesús es finito y está subordinado al Padre». Esta descabellada idea atentaba contra el epicentro mismo de la fe: la Santísima Trinidad, es decir, el Dios uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El arrianismo negaba así la divinidad de Jesucristo, pues Dios Padre existía antes que él y le había creado de la nada. Arrio elaboró tan disparatada doctrina a partir de la de Pablo de Samosata, obispo de Antioquía.
Constantino no tardó en convocar el primer Concilio Ecuménico de Obispos en la ciudad de Nicea en el 325, donde se encontraba el palacio imperial de verano. Su intención era muy clara, pero nada sencilla: restablecer la paz religiosa en aras de la unidad de la Iglesia. Tras meditar su papel, Silvestre I optó por enviar a Nicea a dos sacerdotes en su nombre. Él estaba viejo y cansado. Constantino, por otra parte, encargó a su consejero Osio, obispo de Córdoba, la presidencia del Concilio integrado por trescientos dieciocho obispos. El clima conciliar se encrespó de modo súbito nada más leerse en público las teorías de Arrio, calificadas de blasfemas, pese a lo cual su autor no se arredró. Al contrario: buscó el fundamento de su discurso en distintos pasajes bíblicos, sustentándolo en palabras del propio Jesús: «El Padre es mayor que yo» (Juan 14, 28). Afirmó así Arrio que era el mismo Jesús quien había asumido su condición de inferioridad con respecto a Dios.
«¡Eso es inaceptable!», vociferaron algunos. «¡Resulta inadmisible!», corearon otros. San Nicolás de Bari estaba allí. Pudo palpar la tensión desde el principio, hasta que ya no pudo tolerarla más. Se levantó y, mientras Arrio exponía sus ideas en público, le propinó un sonoro bofetón sin mediar palabra. Los obispos, escandalizados, empezaron a abandonar el recinto con los oídos tapados para no seguir escuchando las herejías de Arrio. Las intervenciones de unos y otros se prolongaron durante un total de 22 días. A fin de recuperar la cordura, se proclamó el símbolo Niceno o Credo, que aún hoy se recita.
Arrojado al fuego
Constantino envió poco después a Arrio al exilio. En el texto de destierro, el emperador no se anduvo por las ramas: «Si se encuentra algún escrito sobre Arrio, podrá ser arrojado al fuego, por lo que no solo se borra la maldad de su enseñanza sino que no quedará nada para recordarlo». Pese a las duras amenazas, el emperador Constantino suavizó sus sanciones y en el año 336 Arrio fue rehabilitado finalmente en el ejercicio de su ministerio tras reformular sus teorías. Las controversias sobre el arrianismo pervivieron durante mucho tiempo, incluso tras la muerte de Arrio.
Hasta tal punto fue así que en el 381 se convocó un nuevo Concilio Ecuménico en Constantinopla donde se renovó el Credo de Nicea, denominado el símbolo niceno-constantinopolitano tras formularse una nueva condena del arrianismo. El Credo sigue siendo hoy una oración capital donde se sustenta la profesión de fe de todos los católicos. Pero tal vez pocos recuerden todavía, mientras lo recitan una y otra vez en las iglesias, que la idea de la Santísima Trinidad desató terribles luchas y disensiones internas, así como conspiraciones e incluso derramamientos de sangre a lo largo de los siglos.
La orden de caballería
Como cabeza visible de la Iglesia y Jefe de Estado del Vaticano, el Papa puede otorgar títulos honorarios a personas que hayan destacado por su especial contribución en diversos órdenes sociales o eclesiásticos. En este sentido, hoy en día existen cinco órdenes destacadas de caballería: la Orden Suprema de Cristo, la de la Espuela de Oro, la de Pío IX, la de San Gregorio Magno y la de San Silvestre. Esta última fue establecida por Gregorio XVI en 1841 y su medalla lleva la Cruz de Malta y la efigie del Papa San Silvestre, precisamente, en el centro. La cinta de la medalla está formada por franjas en rojo y negro. Este importante galardón reconoce el mérito acreditado en la implicación en la vida de la Iglesia mediante la actividad profesional o la maestría de las artes. Entre los condecorados hay figuras célebres como Mozart, Oskar Schindler o Shûsaku Endo.
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