cultura
Pecos: «Estaría muy bien que los políticos de ahora nos tomaran como referencia»
El famoso dúo madrileño celebra su 45 aniversario con la «Gira dos voces y una historia», que arrancará en marzo de 2025 y recorrerá España
Frente a los hermanos Javier y Pedro Herrero Pozo, madrileños de 64 y 62 años, respectivamente, quien suscribe tiene la sensación de viajar en el tiempo, y así se lo hace saber. ¿Cómo afrontan el volver a hablar con periodistas y posar para los fotógrafos? «Es un poco retomar la costumbre –responde Pedro, el “moreno”, compositor de todos los temas–, porque desde que tenemos 15 años es lo único que hemos hecho. Hemos tenido mucha suerte. No somos ni tan buenos como muchos dicen ni tan malos como otros tantos sostienen, pero hemos podido hacer lo que hemos querido en cada momento y recibido el cariño de muchísima gente. Nos consideramos unos privilegiados». ¿Cómo resumirían qué fueron los Pecos en su momento de esplendor? «Éramos dos chavales –comienza a relatar Javier– que se querían dedicar a esto de la música. Pedro escribía y escribe muy bien y acoplábamos las dos voces y salía una baladilla. Pudimos hacer nuestro primer single, de ahí vino otro y luego un elepé, y así empezó nuestra carrera. Pero se nos desbordó por el enorme éxito que tuvimos, en el que no habíamos llegado a pensar. Para mí, escucharme en la radio y verme en la televisión ya era el summum…». ¿Tuvieron ocasión de digerir ese éxito en el momento o lo hicieron después? «Aún hoy no hemos digerido aquel éxito –confiesa Pedro–. Fuimos aprendiendo sobre la marcha. Lo tuvimos que ir asumiendo con la edad que teníamos en un mundo que no conocíamos y en el que toda la gente era mayor que nosotros, con lo cual fue un shock. Lo contrarrestamos trabajando muchísimo, componiendo canciones, grabando, haciendo cantidad de actuaciones y de teles, y, de repente, se nos pasaron 25 años». Y ahí fue cuando Pedro decidió parar porque se rompió: «Celebramos nuestro 25 aniversario –explica–, estuvimos como diez años haciendo gira cada año, y yo peté y dije hasta aquí. Iba a descansar un año y he estado 12». ¿Y por qué vuelven ahora? «Bueno –continúa Pedro–, si no lo hacemos ahora ¿cuándo lo vamos a hacer? Tenemos 64 y 62 años, y quienes tenemos alrededor, nuestro mánager y nuestra gente, que nos tienen mucho cariño, nos animaron». ¿Su club de fans se ha mantenido todo este tiempo? ¿Tienen una cantera fiel que les permite ir sobre seguro? «Tenemos una cantera de muchas generaciones. No sólo es la gente que nos seguía en aquel momento, que ahora tendrá nuestra edad, sino que hay gente de 40 y de 20 que han crecido con nuestras canciones, muchos de ellos sin habernos visto nunca, porque sus madres o sus abuelas se las ponían y porque están en internet. Gente que nunca nos ha visto en directo y que estará encantada de cantar esas canciones que les han llegado sin que estuviéramos en activo».
La muerte por aplastamiento de una adolescente en una actuación en el parque de atracciones de Montjuïc (Barcelona), en abril de 1980, fue el episodio más duro de su carrera y supuso un varapalo en lo personal para el dúo. Pero ellos desmienten que aquello sucediera en un concierto suyo, sino que fue en un programa de radio al que fueron invitados: «Lo del parque de atracciones de Montjuïc no era una actuación de Pecos –afirma Pedro–, esto tiene que quedar claro. Siempre se ha vendido como una tragedia que ocurrió en un concierto de Pecos y no es cierto, nosotros íbamos de invitados a tocar tres canciones. Era un programa de radio, de la Cadena SER, Los 40 Principales, hecho en ese parque de atracciones, con lo cual, los responsables eran la Cadena SER, el Grupo PRISA, y el parque de atracciones Montjuïc. Al día siguiente de aquello aparecieron titulares como “Los Pecos matan” o “Morir por Pecos”, y eso nos marcó muchísimo y nadie salió a explicar lo que realmente fue. Sólo tienes que meterte en la hemeroteca y vas a flipar». Aquello les pasó una clara factura personal y, también, profesional: «Bajamos el pistón bastante –prosigue Pedro–. Dejamos de tocar en Cataluña porque dejaron de contratarnos, al igual que en muchos otros sitios de España, cosa completamente entendible. Si después de lo que pasó yo tuviera una hija que me dijera “voy a ir a un concierto de Pecos”, tampoco la dejaría». No llegaron a hablar con la familia de esa chica, y explican el porqué: «Nosotros no nos sentíamos culpables de nada y pensábamos que si nos justificábamos era como reconocer que habíamos sido responsables de algo –manifiesta Pedro–, cuando estábamos allí de invitados. La familia demandó a la cadena SER, que era lo que tenía que hacer, hubo un juicio y la cadena SER y el parque de atracciones de Montjuïc pagaron lo que dijera el juez», concluye.
De la hornada de la que surgieron, tan sólo Bosé se ha mantenido siempre en activo a base de reinventarse varias veces. ¿A ellos les faltó reengancharse? Y apuntan aquí al que fue el mayor escollo del primer tramo de su carrera, el servicio militar, que acabó con tantos grupos y solistas de la época y que a ellos les mantuvo inactivos durante tres años: «A nosotros nos corta la carrera, en nuestro mayor momento de auge, el servicio militar –afirma Pedro–, que era obligatorio. Entonces no tuvimos ocasión de reengancharnos. Cuando vinimos de la mili, habíamos pasado de los 15 años del principio a tener 22 y 23 años. Hicimos discos a esa edad, pero también con 35, 40 y 50. Y esos discos no tiene nada que ver con los que hicimos con 15 años». Interviene Javier: «Yo no considero que hayamos desparecido, sino que ha sido una carrera de altos y bajos. Cuando no teníamos nada que decir ni hacer, desaparecíamos de los medios de comunicación, y cuando no sales en los medios parece que no existes. Pero seguíamos trabajando, haciendo conciertos, canciones, no tengo la sensación de haber parado».
¿Cuál ha sido el momento más loco de su carrera? «Los principios fueron loquísimos –dice Javier–, era todo una locura. Para mí, el momento más loco, y que me enfadaba mucho, era que en el escenario había un grito continuo y yo no escuchaba a Pedro y supongo que él no me escuchaba a mí, y no nos podíamos desarrollar. Luego la cosa se fue calmando. La gente ya nos escucha cantar y ahora es una maravilla». «Un día salimos a un escenario y estaba todo el mundo sentado y callado –cuenta Pedro–, y me dije: “Hostia, ahora tengo que cantar”. Me escuché y me acojoné». ¿En su época de esplendor las hijas de los políticos querían ir a su conciertos, les llegaban ese tipo de peticiones? «Nosotros no nos enterábamos de nada –contesta Javier–. Salíamos al escenario y tratábamos de hacer el mejor concierto de nuestra vida». Y remata Pedro: «Estaría muy bien que los políticos de ahora nos tomaran como referencia, porque ellos solamente se dirigen a la gente que les vota y nosotros cantábamos y cantamos para todo el mundo. Da igual que sean blancos, azules, rojos, de cualquier género, etnia… Que los políticos tomen como referencia a Pecos, que cantan, repito, para todo el mundo».
Cantábamos ayer
Javier Menéndez Flores
Vallecas se fue encogiendo en el retrovisor hasta quedar reducida a un borrón en la memoria. Y San Cristóbal de los Ángeles, paraje remoto, recibió a esos dos niños con una descarga eléctrica como la que debieron de sentir los colonos que arribaban al salvaje Oeste borrachos de avidez y temor. Allí, en el parque de la Dehesa Boyal, selva de pinos a veinte minutos en tubo del Madrid profundo, con su templete de música sin músicos y aquel estanque en el que si entornabas mucho los ojos podías intuir el mar, las tardes de verano desafiaban la lógica ilógica del tiempo y se ponían en pausa.
Las balas incruentas de Víctor Jara, Paco Ibáñez y Luis Pastor fueron las primeras que salieron de las bocas de Javier y Pedro en kermés y fiestas callejeras, cuando la promesa de cambio latía más fuerte que nunca. Y qué bonito sonaba aquello en sus voces aunque no supieran bien qué diablos estaban cantando. Pero la radio fue la gran culpable y la maestra absoluta: les presentó a Toto Cutugno, Blaglioni, Supertramp, Yes, Camilo Sesto, Perales y al superdotado Dyango, y de esa adicción ya no se recuperarían jamás.
Dudaba el bello Bosé si desflorar o no a una tal Linda y los salvajes Tequila se disfrazaban de los Stones en todas las plazas de pueblo, y en esas que las esperanzas de Pecos prendieron la mecha de un concierto para adolescentes que les hizo entrar en la edad adulta con el acné todavía puesto. Hablo de los días en los que la Gran Vía era un paraíso de cines y salas de fiesta que atraían como el pecado y en las cafeterías los camareros llevaban pajarita y te trataban de usted. Y en las radios de los taxis, cuando aún eran negros y rodaban con toda la calzada para ellos, aquellas voces contrapuestas, el estilete y el sable, no dejaban de sonar.
Y llegaron casi enseguida Pedro Marín, Iván y Gonzalo para apuntarse a la liturgia de colonizar las carpetas de las quinceañeras, quienes se rompían de amor imposible en sus habitaciones cuando escuchaban en los comediscos la miel y la hiel de unas historias que parecían ir dirigidas al oído de cada una de ellas. Y cuando iban en manada a sus conciertos no se olvidaban el tenedor y el cuchillo por si la suerte se ponía de su parte y podían arrancarles a aquellos dioses un trozo de su carne sagrada.
Fue así como Javier dejó de respirar el barniz letal que aplicaba a las puertas y Pedro se olvidó para siempre de los alicates y los cables. Y qué emoción trepó por el estómago y el pecho de Carmen el día que sus dos hijos le pusieron entre las manos las llaves de un flamante piso. Qué lástima no haber hecho una foto de ese momento de felicidad en estado puro y qué pena que papá no pudiera verlo. Aquella mujer limpiaba, cosía y cortaba el pelo para alimentar a tres muchachos, pero los milagros no sólo existen sino que, a veces, hasta puedes parirlos.
De todo eso han pasado más de cuarenta años y muchas tormentas, y aquellas chicas idólatras hoy son madres e incluso abuelas. Pero si Javier y Pedro anuncian su vuelta a los escenarios, ellas y sus hijas agotarán las entradas a lo largo de todo el país y entonarán hasta la última coma de «Esperanzas», «Acordes», «Háblame de ti», «Señor», «Que no lastimen a tu corazón», «Si tú los vieras». Decíamos, y cantábamos, ayer. Pues eso.