Historia

Cuba

¿Por qué me quité la camiseta del Che?

Hoy son escritores, periodistas, intelectuales, y están entre lo más granado de nuestra sociedad, pero en su juventud no fueron ajenos al mito del Che. Muchos militaron en el PCE o portaron símbolos del guerrillero. Entonces, hace 50 años, Ernesto Guevara era como un nuevo mesías para la juventud europea y los resistentes antifranquistas, y Cuba, el lugar donde la utopía era posible. Sin embargo, la venda se les cayó de los ojos y el icono del Che quedó desnudo ante la realidad. Seis personalidades nos explican los motivos que les llevaron a enterrar la fe en el revolucionario

Ramón Tamames
Ramón Tamameslarazon

Hoy son escritores, periodistas, intelectuales, y están entre lo más granado de nuestra sociedad, pero en su juventud no fueron ajenos al mito del Che

LUIS RACIONERO

«En los 60, su retrato estaba por todas partes, era como un sarampión»

«Apareció al lado de Fidel Castro, surgió después de él. Era como la imagen del Bautista», recuerda Luis Racionero. Se remonta a los 60. En aquella época, él estaba en el campus de Berkeley. Eran los años del «hippismo» y la contracultura, de vivir y probar experiencias. «Ver su retrato por todas partes formaba parte de mi ambiente, era como un sarampión, aunque yo jamás me puse, por ejemplo, una camiseta suya. La verdad es que no me la he puesto con la cara de nadie». Racionero vuelve a recordar cómo fue aquella muerte de Ernesto Che Guevera, que califica de «inesperada. Era la del primer guerrillero que salía en los periódicos. Pudimos ver su imagen, su cara, que nos era tan familiar. Y esa muerte valió por todas, se convirtió en un símbolo de las demás. Recuerdo cómo fue la conmoción que generó aquella fotografía». El escritor tenía 22 años entonces. «Yo era muy joven pero no tonto», puntualiza. Ya había leido a Marx y extrajo una conclusión inmediata: «El marxismo era inhumano e intolerable. Y no solamente por haber leido al autor. Sabía también lo que había pasado en los juicios de Moscú, donde la gente se había autoinculpado. Yo sabía de aquello a pesar de mi juventud y no me impresionaban nada ni el Che ni Fidel. Repito que el comunismo siempre me pareció inhumano porque va totalmente en contra del individuo y no me gusta nada. Yo soy anarquista». De aquellos años de agitación juvenil asegura que quedan los mitos, los símbolos, «aunque hoy cuesta bastante creerlos. Es lo que pasa con este tipo de personajes que trascienden, que una vez que los creas quedan ahí. Y el Che se incorporó al panteón de mitos del siglo XX. Antes de su llegada fue la revolucionaria Marianne quien ostentaba el podio». Ha pasado tiempo, cincuenta años, que arrojan un balance desigual. ¿Cuál es la vigencia hoy del Che? «Ninguna, no la tiene porque representa la revolución agraria en la jungla y eso hoy ya no tiene valor ninguno. Treinta años atrás no lo hubieran podido atrapar y fíjate hoy, con los drones sobrevolando por encima de nuestras cabezas, habría sido facilísimo dar con él». Gema Pajares

CARMEN POSADAS

«En Londres pensaban que era la novia del Che, yo lo utilicé para hacer amigas»

A la autora de «Pequeñas infamias» le divierte recordar cómo fueron aquellos años enloquecidos, tan llenos de proclamas, tan libres, al cabo: «Era el tiempo de la rebeldía, del espíritu del pacifismo, del “Haz el amor y no la guerra”». Recuerda aquella época clarísimamente y con una anécdota que ilustra perfectamente el tema: «El Che muere en 1967, y como unos dos años después yo fui a Inglaterra al colegio. Llegué en plena efervescencia. Estaba en todos los sitios, en las camisetas, en forma de póster. Su cara te miraba desde cada esquina. Cuando aterricé allí me sorprendió el enorme éxito que tuve, pues mi rostro me delataba y consideraban que era alguien como la novia del Che con esta cara que tengo, lo que utilicé para apoyarme a la hora de hacer amigas. Yo tenía por aquella época 14 años. Una de aquellas chicas, precisamente, me invitó a su casa a pasar un fin de semana. Vivía en Carnaby Street y lo primero que pensé fue “no puedo desentonar y tengo que ir vestida de hippie para ser una más”. Dicho y hecho: me puse unos vaqueros anchos, una de esas camisas un poco desastradas, un pañuelo a la cabeza e incluso me pinté pequitas en la cara. Y ante mi asombro me di cuenta de que la única hippie que había allí era yo. Recuerdo que la gente se paraba delante de mí y me sacaban fotos. Era como si tuvieran delante a la novia del Che. No se me olvidará nunca», comenta. Posadas confiesa que sí tuvo una camiseta del guerrillero, «además, ten en cuenta que el conectar físicamente me facilitó el poder hacer amistades en un país al que acababa de llegar y yo era una muchacha excesivamente tímida». «Hoy –reflexiona– la vigencia de los mitos no es comparable porque los iconos modernos no existen, ya que uno aplasta al otro, se van solapando, aunque yo creo que el Che sigue teniendo un lugar como James Dean o Marilyn. Forma parte de nuestro imaginario colectivo. ¿Quién se acuerda hoy, por ejemplo, del comandante Marcos?». ¿Volvería a vestir la camiseta del Che? «Me encanta Ibiza y cada verano voy a la fiesta Flower Power, así que a lo mejor este año le puedo hacer un homenaje», señala divertida. G. Pajares

FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

«Teníamos una imagen mitológica, pero era un monstruo como Jack el Destripador»

«Desde el momento en que Fidel y el Che entran en La Habana, se convirtieron en un mito para todos nosotros. En aquella época teníamos una imagen heroica, mitológica, del Che». Fernando Sánchez Dragó contaba con apenas 23 años. Ya había corrido delante de los grises y se había unido a la resistencia interna. «Tenía mucho prestigio en el PCE porque había estado en la cárcel y había fundado el partido en la Facultad de Letras». Hacía de enlace con tipos oscuros de la embajada cubana, que a veces resultaban ser confidentes del franquismo. «Recuerdo ver ‘’Viridiana’’ en la Embajada de Cuba cuando estaba prohibida en España». El Che es, por entonces «una especie de imagen de Jesucristo» para los antifranquistas, un redentor sin mácula. «Sólo cuando me exilié en Italia, entre el 63 y el 70, me empecé a caer del burro», rememora el escritor. Junto a Caterina Barilli, su pareja de entonces, emprende la traducción de los diarios del Che para Feltrinelli. «Descubrimos que sus discursos estaban copiados al pie de la letra de los de Mussolini, lo que evidenciaba que lo de Cuba era un régimen fascista. Me di cuenta de que el Che sólo era un psicópata, un asesino sediento de sangre, un monstruo comparable a Jack el Destripador». Aquella revelación lo pone en jaque ante sus antiguas amistades y hace cada vez más complicada la relación con Rafael Alberti en Roma: «Era imposible hablar con él de todo esto. Fue un buen poeta, pero políticamente muy sectario». Tras mayo del 68, en Vietnam cae la última venda, la de la pureza inmaculada de la izquierda. «Yo fui el primero que fue hasta allí. Me di cuenta de la gran mentira de la izquierda mientras los periodistas escribían desde la capital de Laos. Era una guerra inventada por ellos». Asqueado, manda una carta a 100 personalidades del comunismo español e italiano: «Cayó como una bomba, porque yo era uno de los fundadores del Partido Comunista y había estado 5 y 17 meses en la cárcel». Nunca más volvería a partir peras con la revolución. Gonzalo Núñez

ANTONIO PÉREZ HENARES, «CHANI»

«Fuimos más del Che que de Fidel porque Castro era el organigrama»

El periodista era un hijo de obrero en la Universidad. Una rareza en los 70. «Estábamos Marcelino Camacho y yo». Se afilió al Partido Comunista y acabó siendo redactor jefe de «Mundo Obrero». El Che era, para ellos, «un icono absoluto, el revolucionario romántico por excelencia». Y Cuba otra cosa. Nada que ver con la Rusia estalinista. «La revolución cubana tenía una imagen distinta, era muy próxima para nosotros. Todo era maravilloso, romántico, y encima hablaban español y cantaban muy bien. Éramos más del Che que de Fidel, porque a este último se le veía más dentro del organigrama. El otro gran mito, además del Che, era Vietnam. Y encima al Che lo capturaron y asesinaron. Estaba también su estética: la barba, la boina, las canciones...». «Chani» visitó frecuentemente Cuba mientras militó en el Partido Comunista: «Recuerdo estar escuchando a la Vieja Trova con su canción sobre el Che (‘‘Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Che Guevara’’) junto a Gabriel García Márquez en La Habana». Aquello, comenta, le sigue emocionando, porque, más allá de su desencanto con la Revolución cubana, «yo tengo un tremendo cariño por el pueblo de la isla». Poco a poco, a medida que sus visitas a Cuba estaban menos programadas desde el aparato, Chani fue descubriendo disonancias, grietas... La caída en desgracia del general Ochoa, todo un héroe de la revolución y con quien el autor tenía muy buena relación, le dejó a las claras los usos totalitarios de Fidel. «Pasé del fervor al rechazo por la revolución cubana. Nosotros habíamos luchado contra la dictadura en España y había que estar muy ciego para no ver que lo de Cuba era eso mismo y que la gente lo estaba pasando mal». Considera que la imagen del Che se ha salvado un poco de la quema, «porque se fue de Cuba y se dice que le traicionó Fidel». Ahora, señala, ve con preocupación el uso que partidos como Podemos o Izquierda Unida hacen de falsos mitos como el guerrillero, Castro o Stalin. «La izquierda de antes ha sido más crítica que la de ahora», concluye. G. Núñez

RAMÓN TAMAMES

«No era ningún líder de las libertades, lo supimos todos luego»

Fue en Ginebra, a la salida de unas conferencias de la ONU sobre Comercio y Desarrollo, cuando Alberto Ullastres –ministro de Comercio de entonces– hizo coincidir al Che con Ramón Tamames. Corría el año 64 y «estaba allí como una labor más de mi condición de técnico comercial del Estado y, casualidades de la vida, tuve la oportunidad de estrecharle la mano, primero, y reunirnos en un restaurante después», cuenta. De la intervención del revolucionario en el congreso recuerda cómo éste se enfrentó a EE UU por su dominio del comercio internacional: «Mientras los norteamericanos abandonaban la sala en medio del discurso, les recriminó: ‘‘Se marchan como cuando, tras perder Granada, la madre de Boabdil el Chico le dijo a su hijo que llorase como una mujer lo que no supo defender como hombre’’. Una frase terriblemente machista hoy, pero que quedó para la historia. Como cuando les dijo que eran ‘‘zorros libres entre gallinas’’». Son las imágenes que guarda de un hombre «parco en palabras y tímido en las distancias cercanas. No hablaba demasiado y, cuando lo hacía, era muy prudente. No se manifestaba como un revolucionario aunque fuese vestido de militar, como si hubiera bajado de Sierra Maestra», explica Tamames de unos episodios que ya recogió en «Más que unas memorias» (RBA). Como otro de los puntos que se le quedó en la retina, la pasión del argentino por el senderismo: «Aprovechó aquellos días en los Alpes para triscar por el monte». Son los recuerdos que le surgen de una figura a la que «se le notaba que quería a España» y que entonces representaba un ideal romántico de la Revolución de los Barbudos y de la reivindicación del Tercer Mundo, «hablaba de crear mil Vietnam cuando Fidel ya se estaba aburguesando». «Ahora le veo como una mitología de la izquierda, con sus luces y sombras. Porque luego hemos sabido todos que tuvo mucha culpa en una represión muy dura y que no era ningún líder de las libertades. Era el adalid del marxismo, que puede ser interesante, y el leninismo, que es la dictadura total». J. Herrero

LUIS ALBERTO DE CUENCA, NI EN PINTURA

Luis Alberto de Cuenca, que nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950, lo tiene muy claro y dispara sin rechistar nada más hacerle la primera pregunta sobre el célebre guerrillero. «Siempre me cayó mal el Che. Sólo recuerdo un poema de Joan Brossa titulado “Elegía al Che’’, que consistía en un alfabeto en el que faltaban tres letras, la C, la H y la E, fechado en 1967, precisamente el año de la muerte de Ernesto Guevara». ¿Tuvo alguna vez en su juventud un póster del guerrillero en su habitación o una camiseta? «Jamás. La verdad es que nunca, ni en mi cuarto ni en ningún sitio. Desde siempre lo único que llenaba las paredes eran libros» (en su casa de Madrid no guarda menos de 30.000 volúmenes). El escritor deja para el final una perla: claro que tiene un Guevara preferido: «Es Fray Antonio de Guevara, el maravilloso prosista del siglo XVI».