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Premios Princesa de Asturias
Premios Princesa de Asturias: tacones rojos, directores de cine y ausencias
Los Reyes cumplieron con la tradicional audiencia donde reciben y saludan a los galardonados este año

Existe algo bekecttiano en la entrada del hotel Reconquista. La espera de esa multitud es la de Godot. Aguardan impacientes una llegada que en realidad nunca sucederá. Entre otros motivos, esenciales, cruciales o como se quiera puntualizar, porque los que aspiran a ver y reconocer, los galardonados, se encuentran desde hace horas en el interior. ¿Por qué, entonces, están ahí todas esas docenas de personas, arropados por el frío mañanero y detrás de una valla custodia? Una incógnita. O no. O a lo mejor es que simplemente a los días festivos nunca hay que exigirles demasiados razonamientos. Son mera emoción. Pulsión sin sentido común o con el único sentido común que pide llevar encima una rebequita para ahuyentar el primer temblor de un resfriado.
Así, mientras unos, en el exterior, tiran de paciencia y de ilusiones, otros, ya dentro, amortiguan impaciencias y nervios. El hall, más desangelado que en otras ediciones anteriores, era un avispero de periodistas más que de invitados. Muchas cámaras y reporteros con los brazos cruzados y pocas estrellas a destacar. Por ahí pasó, con paso fugaz, un Alejandro González Iñárritu, con toda su cinematográfica presencia y esas gafas de sol que solo emplean la gente del cine y que, en lugar de disimular su presencia, lo que hace es subrayarla. Atravesó el salón de la entrada, entre mucha expectación, una sonrisa ensayada y la cortesía y afabilidad que imponen los eventos sociales. A su alrededor no tardó en formarse un círculo de fans, de esos que impiden en sucesivos intentos que le retraten los fotógrafos. También se vio a Miguel Falomir, el director del Museo del Prado, que pasó con una sigilosa prudencia. Todo lo contrario que Serena Williams, que sumó a su alzada los alargados centímetros de un tacón de aguja. Unos zapatos rojos que la elevaban a los altares de la elegancia, sean cuales sean esos, y que añadían, a esta tenista de pisada fuerte, un punto de contraste a su vestido y abrigos blancos. Un contrapunto con Byung-Chul Han, que apareció con una vestimenta salpicada de descuidos, o a lo mejor se había dormido, y atravesó todas esa alfombras, con la corbata sin colocar, el cuello de la camisa descolocado y sin calcetines en los pies, y no era este un día para andar sin ellos. Sazonaba así su figura con una apariencia de pensador encapsulado en sus meditaciones y alejado de los temblores del mundo que encaja muy bien con su personaje.

La mañana era un protocolo de encuentros, que comenzó con un saludo de los Reyes a los Galardonados con los Premios Fin de Grado 2024 de la Universidad de Oviedo y a los que habían sido distinguidoscon las Medallas de Asturias, Hijo Predilecto e Hijos Adoptivos 2025. Un trámite de pasamanos que dio paso poco después a la audiencia, escenificada en el Salón Covadonga, que Don Felipe y Doña Letizia, acompañados por la Princesa de Asturias y la Infanta doña Sofía, a los galardonados de este año, además de los miembros de los jurados y los patronos. Una cita a la que faltó Mary-Claire King, reconocida con el premio de Investigación Científica y Técnica, que amaneció indispuesta y excusó su ausencia. Este encuentro dejó la estampa de una foto donde Antonio Saborit, Byung-Chul Han y Serena Williams rivalizaban con sus distintas alturas, y dio paso a una reunión posterior, más reservada y de índole privada.
Un almuerzo donde se pudo ver a un Eduardo Mendoza vagando por las salas buscando a sus invitados. «Los premios están bien», comentaba con un punto de agobio en la expresión mientras Adolfo Suárez Illana se entregaba con deleite a la gastronomía. Alrededor de ellos pasaban periodistas, como Vicente Vallés, políticos del Partido Popular (y ninguno del Partido Socialista), representantes de la CEOE y las fuerzas vivas de Asturias. Unos invitados entre los que sobresalía la presencia de la escritora María Dueñas y la del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga. Mientras, tanto, en el exterior, bandas de músicos entonaban sus gaitas y el público, siempre templada de aguante, continuaba esperando.
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