Historia

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Roma conquista Britania

En el siglo I d.c, el Emperador Claudio se lanzó a conquistar Britania, empresa que resultó más sangrienta de lo previsto.

La reina icena Boadicea arenga a sus tropas antes de la batalla. Imagen: © Radu Oltean/ Desperta Ferro Ediciones
La reina icena Boadicea arenga a sus tropas antes de la batalla. Imagen: © Radu Oltean/ Desperta Ferro Edicioneslarazon

En el siglo I d.c, el Emperador Claudio se lanzó a conquistar Britania, empresa que resultó más sangrienta de lo previsto.

El cielo se ve oscurecido por continuas lluvias y nieblas [...] El suelo es rico, excepto en olivos, vid y demás productos que se dan habitualmente en tierras más templadas. Produce Britania oro, plata y otros metales, que constituyen un premio para las victorias. El océano da perlas». Podemos suponer que estas riquezas alimentaron la avaricia de los lobos romanos de hacerse con Britania pero, además, parece que jugaron otras consideraciones. En los años 55 y 54 a. C. Julio César había lanzado sendas campañas militares que lograron debelar a algunas tribus de la costa suroriental de la isla, pero quedó lejos de lograr tanto el sometimiento de toda la isla como incluso de conservar lo ganado. Garantizó con ello que estas tribus no auxiliasen a los pueblos de la Galia en su lucha contra Roma. Un siglo más tarde accedía al trono un descendiente suyo, en muchos aspectos su antítesis. El nuevo emperador, Claudio era consciente de que para promocionarse y consolidar su poder era preciso que proporcionara al Imperio un gran triunfo: Britania era, sobre el papel, la presa perfecta. Su primitivismo y desunión política garantizaban el éxito ya que, a decir de Tácito, «en otro tiempo obedecían a reyes; ahora se ven arrastrados por las ambiciones partidistas de cabecillas. Nada nos resulta más útil frente a naciones potentes que el que no velen por sus intereses comunes; es muy rara la unión de dos o tres tribus para rechazar un peligro común. Luchan cada cual por su cuenta y terminan por ser vencidos todos». Además, la posibilidad de triunfar allí donde fracasó el mismísimo Julio César, de superar al hombre más brillante de la historia reciente de Roma, era una oportunidad que el emperador Claudio no podía desaprovechar.

En consecuencia, en el año 43 d. C. Claudio lanzó a sus legiones a la conquista de Britania y, ciertamente, los avances militares fueron sorprendentes, de modo que, al año siguiente, el emperador pudo celebrar un pomposo desfile triunfal en Roma. Por cierto que uno de los generales que mayor protagonismo tuvo en estas luchas fue un tal Vespasiano quien, como sabemos, alcanzó él mismo la púrpura años más tarde. Pero lo que en un principio pareció ser una presa fácil, pronto se convirtió en una pesadilla. En Gales, la tribu de los silures opuso una enconada resistencia que puso en verdaderos aprietos a los sucesivos gobernadores de la provincia. Y, precisamente, cuando parecía que esa amenaza empezaba a disiparse, hizo su aparición otra mucho peor. Y es que el maltrato dado por las autoridades romanas a los indígenas se hizo tan insoportable que en el año 60 d. C. estalló una violentísima revuelta liderada por la reina Boadicea. La crisis fue de tal magnitud que a punto estuvo de acabar con el dominio romano en la isla.

La reina Boadicea

Así, en el año 60 d. C. la recientemente creada provincia de Britania se veía envuelta en una conflagración de proporciones bíblicas. La reina de los icenos, una mujer llamada Boadicea había tomado las armas para rebelarse contra la dominación romana y había logrado aglutinar a una alianza de pueblos que comprendían la práctica totalidad de la provincia. La amenaza era gravísima. En una de sus arengas justificaba sus actos con las palabras: «Habéis aprendido mediante la experiencia cuán distinta es la libertad de la esclavitud [...] ahora que habéis probado lo uno y lo otro, habéis aprendido qué gran error cometisteis al preferir una tiranía importada a vuestro modo de vida tradicional, y habéis llegado a daros cuenta cuán mejor es la pobreza sin amo a la riqueza en la esclavitud». Varias ciudades romanas fueron destruidas y arrasadas hasta sus cimientos, caso de Londinium, y con ellas las vidas de muchos habitantes de origen romano, tanto militares como civiles. Sin embargo, finalmente, la maestría militar de las legiones romanas pesaron más que la rabia incontrolada, y en la batalla de Watling Street (61 d. C.) los rebeldes fueron aplastados. Se abría entonces una nueva era para Britania, de dominio efectivo romano y mestizaje cultural: el mundo britanorromano.

El carro de guerra britano

Tanto en tiempos de la invasión de César de Britania como en la de Claudio los britanos empleaban un instrumento que antaño había sido muy popular en el continente pero cuyo uso se había ido abandonando: el carro de guerra. César hubo de enfrentarse a ellos en su incursión en la isla y nos ofrece una detalla explicación del modo en que se empleaban en combate: «Su modo de luchar desde los carros es este: primeramente avanzan por todas partes disparando dardos, y con el mismo terror que infunden sus caballos y con el estrépito de las ruedas suelen desordenar las filas, y, una vez que se introducen entre los escuadrones de los jinetes, saltan de los carros y combaten a pie. Mientras tanto los aurigas van retirándose poco a poco de la batalla y sitúan los carros de tal modo que, si aquéllos se ven apremiados por la multitud de los enemigos, tienen libre la retirada hacia los suyos. De esta manera unen en la batalla la rapidez de los jinetes con la firmeza de los infantes, y es tal la destreza que les da el continuo ejercicio que, aun en los parajes pendientes y escabrosos, hacen parar a los caballos lanzados al galope, los refrenan en seguida y les hacen dar la vuelta, estando ellos acostumbrados a correr por el timón, a mantenerse en pie sobre el yugo y a volver de allí rapidísimamente a los carros».

Para saber más

«Roma conquista Britania»

Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 55

68 páginas

7€

Un 15 de septiembre de...

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