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¿Tienes fuego?

Sebastián Castella: «Torear es un baile, una danza con el toro, es armonía»

El torero, uno de los principales nombres de la tauromaquia actual, afirma que «no estoy aquí para morir, pero sí para entregar mi vida y conseguir salir vivo de la plaza emocionándome y emocionando a todo el mundo»

El torero Sebastián Castella Luis DíazLa Razón

En todas las respuestas de este hombre palpita una sabiduría impropia de su edad, 42 años. Pero cuando tu trabajo consiste en bailar lentísimo con una bestia que en una décima de segundo te puede arrancar la vida, cada año cumplido equivale a diez. Figura capital de la tauromaquia moderna y el matador francés más importante de todos los tiempos, lo adornan seis puertas grandes en Las Ventas, en el Olimpo. Concibe su profesión como un arte, y eso, arte químicamente puro, es lo que ha derramado como sangre en su cuarto de siglo de trayectoria.

¿En Francia es una figura exótica? Lo normal allí es salir tenista, no torero.

¿Una figura exótica? No sé, no lo había escuchado nunca.

Singular: no debe de haber mucho matador de toros en Francia.

Eso es cierto. En la historia de Francia no ha habido muchos toreros, no. Y aunque hay mucha afición, esa cultura y esa tradición no se da en todo el país. Y respecto a que soy una figura, tengo la suerte de llenar todavía la plaza, 25 años después de mi alternativa, así que algo dirá eso, sí.

Está considerado, de hecho, el torero francés más grande de todos los tiempos. Ha acercado la fiesta taurina a su país: gracias a usted, más franceses se interesan por ella.

Creo que la afición de cada país siempre desea un torero. Aunque en nuestra historia, en Francia, ha habido algunos. Por ejemplo, Christian Montcouquiol, «Nimeño»: ayer mismo hablaba de él, del maestro. Por desgracia, un toro lo dejó parapléjico y cortó su carrera justo cuando estaba despegando [se suicidó el 25 de noviembre de 1991, a los 37 años]. Aunque estaba en una línea de torero de corridas denominadas «duras», no en carteles de figura, sí que fue el torero que a nosotros, los franceses, nos abrió un poco el camino y partió las fronteras hacia otros países. Porque la realidad era que los toreros franceses no toreábamos fuera de Francia, aunque tampoco había muchos. Yo tuve la suerte de llegar en una época que esos toreros anteriores comenzaron a construir. Hice mi camino y empezaron a seguirme, y he tenido, y tengo, una carrera bonita. Cuando el público francés, como cualquier otro público, tiene un torero hace que la fiesta crezca, y en estos 25 años ha crecido mucho. Hoy no solo hay muchos chavales en Francia que quieren ser toreros, sino que existe una afición joven que llena las plazas. Y eso es muy bonito.

¿Cuando era niño qué matador de toros lo dejó sin aliento y le iluminó el camino de la tauromaquia?

Cuando uno es niño tiene referentes. Quizá porque, sin saberlo, llevas dentro tu línea de torero, lo que te llena. Los toreros y los niños tienen muchas intuiciones, aunque al principio no saben cómo definirlas ni explicarlas. Siento que mi torero, y no tengo miedo a decirlo, al contrario, porque creo que fue un torero que le gustó a todo el mundo, fue José Miguel Arroyo, Joselito. Por su seriedad, por su misticismo, por su forma de torear erguido, derecho, con mucha clase. Luego, a medida que fui conociendo e indagando en el toreo, descubrí a Manolete y a José Tomás. Porque es la misma línea de torero, la que a mí me gusta: la de torear derecho, con calma. El baile del toreo. Para mí, torear es un baile, una danza con el toro, es armonía. Pero por mucho que te hayan marcado algunos toreros, lo más importante de todo es querer crecer. Y creo que la gente que quiere evolucionar se fija en todos los toreros, porque cada uno de ellos tiene algo bueno.

Es de esos toreros que se acercan al toro hasta casi rozarlo. ¿La gloria está a un centímetro de la muerte?

Antes de responderte, no es que yo me acerque, es que intento quedarme quieto y es el toro el que pasa cerca. Es diferente buscar el acercamiento a quedarse quieto. ¿La gloria a un paso de la muerte? Bueno, la eternidad, diría yo. La eternidad está a un paso de la muerte. Creo que lo importante de la gloria es conseguirla en vida. Y la muerte es el final, claramente. A otro maestro, Curro Romero, le hicieron una estatua en vida y en Sevilla es El Faraón de Camas. A mí, un aficionado muy amigo me ha hecho un homenaje grandísimo: una estatua de tamaño natural en Béziers. Está en el museo de allí y tenían todo planeado para ponerla en algún lugar de mi ciudad, pero todavía no la he querido inaugurar. ¿Por qué? Por lo que te decía antes, que la gloria está en el momento presente y después, con la muerte, vienen el reconocimiento y lo que es la eternidad. Esa es mi forma de verlo.

¿Entiende otro modo de torear distinto al que usted practica, el del valor a pesar del miedo?

No, y no es una contradicción con lo que te he dicho antes. Ante todo, el toreo, no lo olvidemos, es emoción. Por mucho que maticemos lo que puedan ser el arte, la pasión, la clase, la técnica, en el mundo del toro la emoción es lo más grande. La emoción que puede transmitir un ser vivo como es el humano y otro ser vivo como es el animal. Que sea de belleza, de miedo, con la sangre o con el polvo, con la nube y el sol… Pero la emoción es lo más importante. Cuando te emocionas y consigues transmitir esa emoción, eso es lo que le llega a la gente, y por eso decimos que nos hemos emocionado. Eso lo más grande, ya sea en una faena mínima, de dos muletazos, o con veinte. O en un par de banderillas o en un quite, o un picador que le pega un puyazo y un toro sea bravísimo. Creo que vamos a la plaza a emocionarnos, o así lo concibo yo. Jugarte la vida te emociona. Torear bonito te emociona. Y jugarte la vida es parte de mi concepto de lo que creo que debe ser el toreo. El toro viene sin pedirle nada, porque es un toro bravo y está hecho para matar, para pelear. Porque si a los toros bravos los dejáramos solos en un corral, al cabo de un tiempo estarían todos muertos o heridos de muerte. El toro llega a la plaza para combatir y para entregar su vida con las máximas virtudes y defectos, y el torero tiene que salir a la arena igual. Esa es mi forma de ver el toreo. No estoy aquí para morir, pero sí para entregar mi vida y conseguir salir vivo de la plaza emocionándome y emocionando a todo el mundo.

«Mi rivalidad con Perera fue por falta de comunicación, pero a día de hoy, sin ser grandes amigos, tenemos una buena relación»

Sebastián Castella

Las emociones más fuertes las transmiten la tragedia y el arte. ¿Se puede entender la tauromaquia si no se analiza desde un punto de vista artístico?

El arte son momentos de inspiración. Y la inspiración te la pueden dar, en efecto, la tragedia y el arte, pero también el amor. ¿Cuántos artistas, por un desamor o por un enamoramiento, escriben letras maravillosas que pasan a la historia? O por la muerte de alguien. Pero en el toreo, el arte es el momento en el que tú te encuentras y en el que eres capaz de expresarte. Creo que cualquier torero puede desprender arte, sinceramente. Cualquiera que sea capaz de sentir de verdad lo que hace.

En 2006 culminó 90 corridas y cortó 152 orejas y ocho rabos. ¿Aquel año se olvidó de vivir, como la canción de Julio Iglesias?

Yo me olvido de vivir cada vez que me visto de torero. Aquel año pude torear ciento y pico corridas, pero por causa de cogidas no llegué a las cien corridas y me quedé en las 90.

Pero ¿dónde dejó su vida personal ese año? Apenas tuvo tiempo para usted. Todo era el toro, el toro, el toro.

Por eso me retiré años después. Porque en mi concepto del toreo tengo que estar metido al cien por cien las 24 horas de los siete días de la semana durante todo el año, esa es la única forma de estar conectado con esta profesión. Los toreros nunca tenemos vacaciones; nos vamos dos o tres días para desconectar, pero no puedes desconectar más porque ni tu cuerpo ni tu mente te dejan, por la pasión y el amor que sientes hacia esta profesión. Y porque tampoco nos podemos dar ese lujo, porque si no pierdes el hilo y lo pierdes todo con el toro. Es algo tan perfecto, tan justo, tan al milímetro… No te puedes olvidar en ningún momento de esta profesión, aunque estés con tus hijos, tu mujer, tu familia, tus amigos. Aunque torees una vez o cien, los toreros se preparan y viven de la misma manera. Y el que no vive así no es torero. Y esto que lo lean todos los toreros. Porque lo saben, además.

«Soy francés ante todo, pero cada vez que llego a Madrid siento felicidad»

Sebastián Castella

Acaba de citar cuando se retiró por un tiempo, a principios de esta década. Perdió la ilusión, dijo. ¿Cómo la recuperó?

Porque nací torero y moriré torero. Salí de mi casa con 14 años y, quizá, no viví. Todas las personas, en algún momento, tienen que vivir, y por eso son los aprendizajes. Cuando uno sale de estudiar, de su casa, tiene un tiempo de adaptación con el mundo real, ya sea trabajando o tomándose un año sabático, pero necesita un tiempo. Yo salí de mi casa para ser torero y hasta el año que me retiré no tuve vida, como tú dices, no tuve ese tiempo para mí. Un tiempo para estar relajado y no pensar en otra cosa que no fuera el toro. A veces lo intentaba compaginar y no funcionaba, entonces necesité ese tiempo para mí. ¿Y cómo recuperé la ilusión? Cuando quise ser torero, de niño, fue por la curiosidad. Empecé a torear algunas capeas en algunos pueblitos y, sobre todo, en algunas ganaderías en las que había fiesta: yo iba y me ponía delante. Fue, ya te digo, por la curiosidad de conocer a ese animal, por el amor hacia él, al toro bravo. Aunque entonces eran vaquillas, pero me transmitían algo tan apasionante que necesitaba saber más y más. Cuando me retiré, hubo un momento en el que necesité volver a tener contacto con ellos, con los animales. Ahora estoy en plena temporada y, por fortuna, toreo bastante. Normalmente, en agosto uno no torea, pero tuve que venir aquí a Francia un par de días y en cuanto tuve la oportunidad me fui a tentar unas becerras. Pero es por tener ese contacto, por poder hablar de toros y vivir con el toro y las vacas. Porque son tan apasionantes, tan grandes, que uno aprende cada día de ellos. Y eso es muy importante para los toreros.

En 2010 indultó al toro «Guadalupano». ¿Ahí se podría decir que el toro hizo una gran faena?

Hombre. El toro mostró todas sus cualidades para vivir. Para ser padre, el progenitor de la ganadería.

¿Guarda un vínculo emocional con ese toro? ¿Se ha creado una suerte de hermandad?

Con ese toro y con todos los que indulté. En Vinaroz tampoco quise matar un toro. Ahí está el vínculo, claramente. No lo quise matar porque me transmitió ciertas emociones. Estaba allí el maestro Soro y la plaza entera pedía el indulto. Estábamos en la Comunidad Valenciana y, supuestamente, en las plazas de tercera no se puede indultar. Ese toro, de la ganadería de Buenavista, que no quise matar, fue extraordinario. Más allá de la bravura, la faena que me dejó hacerle, que me dio la oportunidad de hacerle, fue tan especial, con un vínculo tan grande, que me negué a matarlo. Se merecía el indulto por lo que había dado. Y aunque me multaron, no quise matarlo. Con los toros indultados se crean vínculos especiales, sí, porque te han dado la oportunidad de expresarte como torero. Y si eres capaz de sacarles lo mejor, los indultas y les devuelves la vida. Y eso va a ser una mejora para la cabaña brava y es un bien, también, para la tauromaquia.

De lo que dice se desprende que hay toros que merecen morir y otros no.

Sí, por supuesto. El toro bravo está hecho para eso. Es un toro de combate y tiene sus cualidades y sus defectos. Y el toro bravo que tiene clase y todas las cualidades adecuadas para ser un progenitor de ganadería, merece vivir. Y el que no, pues no. Porque es un animal que criamos y hay muchísimos.

La rivalidad entre matadores es inherente al mundo del toro: Joselito el Gallo y Juan Belmonte; Dominguín y Ordóñez; Joselito y Ponce... La suya fue con Miguel Ángel Perera. ¿Se exageró o fue real?

La rivalidad la tienes con todos los toreros con quienes haces el paseíllo cada tarde. Nosotros quizá tuvimos una época que fue un poquito más morbosa, como la tienen todos los toreros. Pero a día de hoy, y creo que Miguel Ángel podrá corroborarlo, sin ser grandes amigos, de vernos todos los días, tenemos una buena relación. Mi rivalidad con Perera fue, quizá, por falta de comunicación. Esa miradas, con cuchillo en los ojos, cuando llegábamos al patio de cuadrillas, que es un sitio muy peculiar... Sí hubo ese morbo entre nosotros, pero también con otros toreros que no has nombrado. No muchos, pero algunos. El de Perera fue quizá el caso más sonado y mediático, pero con el Juli también, sobre todo en Francia. Pero fue bonito llenar las plazas y el ambientazo que había cada vez que nos juntábamos. Y con Perera fue eso también, pero es bonito, ya te digo. Y aunque esa palabra, morbo, no es muy allá, no es muy bonita, es lo que se creó entre nosotros entonces. Pero a raíz de la pandemia hubo un tema cultural, político, de que la cultura no se censura, y hubo ciertas reuniones y nos juntamos y empezamos a tratarnos y a conocernos, y a partir de ahí todos esos malentendidos se diluyeron. Porque la admiración y el respeto están por encima de todo. Y en una ocasión lo llamé para que viniera a torear en un festival en Béziers y fue el primero en decir que sí. Con eso te lo digo todo.

¿En manos de quién pondría su vida? ¿Qué persona le inspira tal confianza como para decir: sé que si mi vida dependiera de él, o de ella, me salvaría?

Hombre. Si hablamos de toros, claramente mi cuadrilla. Los dos hombres que tengo vestidos de plata, que para mí están vestidos de oro y de gloria y de vida y de todo, que son José Chacón y Rafael Viotti, o Rafael Viotti y José Chacón, aquí no hay orden. Porque tengo la suerte de que, además de ser profesionales, también son mis amigos, y eso es difícil. Yo entrego mi vida ante el toro y sé que ellos van a ser los primeros en llegar ahí.

Son su familia, de hecho. Aunque no compartan sangre.

Claro, por supuesto que sí. Y fuera del toro, la pondría en las manos de la familia.

Usted reside en Sevilla. ¿Reparte su vida entre España y Francia?

Vivo en Sevilla y estoy dividido, sí. Pero, ante todo, soy francés, de pura cepa, y donde puedo levanto la bandera francesa. Pero, obviamente, mi vida está en España, que es donde me fui a vivir para ser torero y donde he creado gran parte de mi vida, casi toda, y allí vivo felizmente, la verdad. Y en Andalucía, además, qué te voy a contar. Pero he nacido en Francia y mi corazón está aquí. Cada vez que piso una plaza o la tierra francesa, se despierta algo especial en mí. Tengo casa en Francia y aquí está mi hermana, en una finca que tenemos con caballos. Pero te voy a decir algo: por encima de todo eso, con Madrid tengo un vínculo que no sé cómo explicar. Cada vez que llego a esa ciudad siento felicidad. Aunque llegue para torear en pleno San Isidro, sabiendo que la responsabilidad está ahí y que me lo juego todo. Madrid me despierta ese amor, esa vida, esa alegría, todo. Es igual que cuando piso mi tierra, Francia. Porque Madrid es una ciudad que no mira de dónde vienes, y te lo digo como extranjero. Yo soy francés y conozco a muchos extranjeros que llegan a Madrid y, si de verdad valen, si de verdad trabajan y si de verdad lo merecen, les dan la misma oportunidad que si fueran de allí. Esa es una de las cosas importantes que tiene Madrid, que es internacional y no mira de dónde viene la gente. Esa verdad que tienen, y esa claridad, los hace especiales. Yo no soy cosmopolita, pero si tengo que elegir una ciudad del mundo, diría Madrid. Y mira que hay ciudades bellas en el mundo, pero Madrid lo reúne todo. No solo como ciudad sino, ya te digo, por la forma de ser las personas. Eso es lo importante, al fin y al cabo.

Esta sección lleva por título «¿Tienes fuego?». ¿Usted lo tiene?

Por supuesto. Claro, hombre. Claro, claro, claro. Yo soy fuego, ja, ja, ja. A veces la llama está bajita y otras con una candela grandísima. Pero uno nunca puede dejarse apagar ni dejar de ser fuego.