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Pablo Messiez cambia la palabra por los sentimientos

El autor y director da un giro a su teatro y presenta en los Teatros del Canal «Cuerpo de baile», una pieza donde el texto pierde peso
Festival de Otoño

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Ver a Pablo Messiez y a Alberto Conejero juntos es teletransportarse a aquel 2015 en el que «La piedra oscura» supuso un antes y un después en sus carreras. «Pero eso es mejor que solo suceda una vez en la vida», confiesa un «nervioso y emocionado» Conejero. Sin embargo, la relación laboral de ahora es bien distinta. Este último dirige el Festival de Otoño y Messiez llega a él convertido en preciado objeto de deseo para el público dentro de un cartel que comparte con los Castellucci, Liddell, Papaioannou y compañía. Las entradas volaron. Y ellos que lo celebran.
Messiez ha cambiado de registro en «Cuerpo de baile», pero eso no es impedimento para que las masas le quieran. Asegura el autor y director que la nueva pieza tiene algo de «Las canciones», su anterior trabajo, pero que, en esencia, es un paso más en su abanico de recursos. Si en aquel montaje la cuestión principal era «la escucha», dice, en este prima «el sentir»: «En la escena, la palabra elimina la ambigüedad y lo que me interesaba en este momento eran las sensaciones y las vibraciones de la música». Lo nuevo del hispanoargentino es un espectáculo en el que dejarse llevar y entregarse a los sentidos. Sin sinopsis, por favor. «Habría que prohibirlas. No las necesita nadie. Cada espectador debe tener la suya propia».
Lo que sí explica Messiez es el origen de la función, aunque no tanto el momento exacto. «Nunca se sabe el instante en el que nacen las obras, pero esta estuvo muy ligada a la pandemia, a cuando no nos podíamos encontrar ni sabíamos lo que iba a durar. Y yo, que soy medio fatalista, pensaba que no íbamos a poder hacer más teatro». El director enfermó durante este periodo. Lo pasó mal. Y eso le hizo ver el mundo con otros ojos. Se acercó a los «Cuartetos» de Eliot y comenzó a investigar. Beethoven había inspirado aquella obra y, para más inri, el compositor firmó su parte correspondiente después de una grave enfermedad. «Estuvo a punto de morir», apunta Messiez: «Yo tuve Covid y recuperar la salud es una cosa muy vivificante, seguramente como lo que sintió Beethoven en ese “Canto de agradecimiento”». Todo ese periplo acercaba al director a la austeridad, «a trabajar desde lo mínimo: el cuerpo, el espacio y nada más».
Pero en su cabeza cobraba un especial sentido la palabra «contagio»: «Es un término que ahora está intervenido por las mascarillas, pero, al teatro, uno también va a contagiarse. Por eso no me gusta el eslogan de “La cultura es segura”. Se va a ver una obra para asomarse al abismo y para ponerse en peligro. Y a partir de aquí, del contagio, se fueron organizando todos los materiales sobre los que habíamos trabajado». Un proceso en el que, explica, el equipo «paseó desnudo y se escupió en la boca, aunque nada de eso queda en la obra». Pero «fue necesario para destilar lo preciso y conseguir que no faltase ni sobrase nada».
Así, Messiez presenta un espacio que en algún tiempo perteneció a un cuerpo de baile y en el que apenas queda una barra y un cuadro. Allí se producirá una magia en la que la danza se fusiona con el teatro y la música. Pensando en no repetirse, el autor concibe una dramaturgia que busca, a través del cuerpo, justamente no repetir las convenciones teatrales o, como dice el propio director, «no hacer lo que ya hacíamos».
  • Dónde: Teatros del Canal. Madrid. Cuándo: 26, 27 y 28 de noviembre. Cuánto: entradas agotadas.

LARVAS DE MOSCA CONTRA LOS ERE

«Fairfly» es de esos montajes que en la capital se han escuchado a través de alguien que lo ha visitado en cualquier otro punto de la geografía, pero que nunca se han podido ver aquí... hasta ahora. El Festival de Otoño trae a La Mirador, en Madrid, y al Teatro Municipal de Coslada la pieza cumbre de La Calòrica: «Nuestro primer éxito de público y crítica», confirma Israel Solà, director de la pieza. Luego llegarían otras tres obras de la compañía que demostraron que lo suyo no era flor de un día, pero «Fairfly» ya ha quedado como hito dentro de la trayectoria de unos compañeros que se juntaron en plena crisis de la burbuja, en 2010. «Somos hijos de la crisis», apunta Solà.
Llegaron a los escenarios en mitad de «un panorama desolador», continúa: «El poco trabajo que había se lo llevaban los peces gordos». Y de aquellas penurias surgió la magia, nació la pieza. Siete años después de crear la compañía decidieron recopilar un periplo en el que todo el mundo les exponía las mil maravillas de la emprendeduría. «El Gobierno fomentaba la iniciativa individual y confiaba en que fueran estos los que salvasen el país porque la responsabilidad no era global», dice el director con sorna.
Y en esas nació «Fairfly» para poner alrededor de una mesa a cuatro trabajadores (Queralt Casasayas, Xavi Francès, Aitor Galisteo-Rocher y Esther López) víctimas de un ERE que se debaten entre reclamar los derechos que les corresponden como colectivo o tomar el camino del emprendedor. «Una opción que se comienza con amigos y que se termina junto a socios...», apunta de un grupo que tiene en mente formar una empresa que se dedique a comercializar papillas para niños creadas con larvas de mosca. «Una idea que es una locura –comenta Solà–, pero que nos sirve para meter en mitad de una situación realista un elemento distorsionador para conseguir la sorpresa del público». Y no solo del público, pues en 2018 La Calòrica ganaba el Premio Max Revelación por esta misma pieza.
  • Dónde: Sala Mirador (Madrid) y Teatro Municipal (Coslada). Cuándo: del 24 al 27 de noviembre. Cuánto: 14 euros.