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“El peso de un cuerpo”: Enfermar sin recursos ★★★☆☆

Victoria Szpunberg dirige una obra, escrita por ella misma, que aborda el peliagudo asunto de la asistencia nuestros mayores
David Ruano
La Razón

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Autora y directora: Victoria Szpunberg. Intérpretes: David Marcé, Laia Marull, Carles Pedragosa y Sabina Witt. Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta mañana.
Inspirándose en su propia experiencia cuidando a su padre, pero sin ceñirse a los apocados parámetros de la autoficción, Victoria Szpunberg dirige una obra, escrita por ella misma, que aborda el peliagudo asunto de la asistencia nuestros mayores cuando pasan a ser dependientes por enfermedad o por simple deterioro de sus facultades.
El peso de un cuerpo tiene como protagonista a una mujer -posible trasunto de la propia autora, aunque no es importante que lo sea- que de manera inesperada tiene que hacerse cargo de su padre después de que este sufra un ictus. Las dificultades para compaginar esos cuidados con las obligaciones de su día a día, los conflictos que pueden surgir cuando no todos los familiares del enfermo están dispuestos a hacer los mismos sacrificios, la imposibilidad de asumir los costes de los tratamientos médicos y asistenciales que se requieren y, en definitiva, la incapacidad de cualquier persona de clase media para atender debidamente a un ser querido en una situación tan delicada constituyen el eje argumental de la obra.
Aunque el texto no es demasiado hondo ni exuberante desde el punto de vista literario, sí está construido con suficiente verdad y oficio para que, a partir de él, Szpunberg, más acertada en la puesta en escena que en la escritura, construya un interesante y original artefacto teatral que, curiosamente, se aleja del drama realista en el que a priori uno hubiese tendido, quién sabe por qué, a encuadrar una función de esta naturaleza.
Lo cierto es que la directora se acerca a la realidad social que quiere denunciar sin el menor atisbo de esa beligerancia –en ocasiones, populista y simple- que suele caracterizar este tipo de propuestas. Por el contrario, trata de ofrecer una visión sosegada, analítica e incluso humorística de los hechos que configuran la trama. Esta postura, tan plausiblemente humana, no solo no enmascara la preocupante situación social de la que quiere hablar, sino que le permite abordarla con mayor amplitud, mayor nobleza y mayor ingenio artístico.
En su atípica puesta en escena, repleta de imágenes ilusorias que resignifican lo que va aconteciendo, tienen un papel fundamental la música y todo el diseño del espacio sonoro, de los cuales se ocupan Carles Pedragosa, Sabina Witt -ambos presentes en el escenario, compaginando el trabajo musical y actoral-, Joan Solé y Guillem Rodríguez. Desde luego, Pedragosa está estupendo en esa multitarea que le ha sido encomendada. También David Marcé contribuye, en el plano interpretativo, a que todo resulte dinámico y potente. Sin embargo, en el papel protagonista, Laia Marull no llega esta vez a dar con el tono más apropiado a las distintas situaciones que va atravesando su personaje. Cierto es que quien escribe estas líneas vio la función cuando apenas había empezado la compañía a rodarla en castellano, y es posible que ese trasvase idiomático tenga que ver con algunas vacilaciones en el ritmo de los parlamentos y en la propia consistencia que debería tener la palabra en determinadas escenas; serían defectos, por tanto, que estarían presumiblemente corregidos cuando salga publicada esta crítica.

Lo mejor

Sin desvirtuar un ápice la gravedad de la historia, la directora la cuenta con un desenfado fuera de lo común.

Lo peor

La relación de la protagonista con el enfermero parece escrita por un guionista de Disney.