Una biografía honesta

La familia de Jardiel Poncela deja el legado del dramaturgo en manos de Pepe Viyuela

Escrita y dirigida por Ramón Paso, bisnieto del protagonista, la pieza "no da una imagen dulcificada" del dramaturgo, afirma el intérprete que le da vida en el Infanta Isabel

Pepe Viyuela asegura que no se detiene en el personaje de Jardiel Poncela, "sino en la persona", apunta el actor
Pepe Viyuela asegura que no se detiene en el personaje de Jardiel Poncela, "sino en la persona", apunta el actorJuan Carlos Arévalo

Esto no es una función de Enrique Jardiel Poncela, sino “sobre Jardiel”, avisa Pepe Viyuela, encargado en esta ocasión de introducirse en la piel del autor de Eloísa está debajo de un almendro. El intérprete toma la responsabilidad de subir a las tablas “a la persona” −que “no al personaje”− en una función (Jardiel enamorado, en el Teatro Infanta Isabel) escrita y dirigida por Ramón Paso, bisnieto del protagonista de esta historia.

“Al ser una obra escrita por alguien de la familia confío mucho en ella. Ramón ha dialogado con otros miembros y cuando le han desmentido ha rectificado si era necesario porque no querían dar gato por liebre. Tenemos buen material”. Aun así, “no todo lo que se utiliza es cierto, aunque sí son cosas bien traídas para ilustrar momentos de su vida”, reconoce un Viyuela que asegura que es un montaje “honesto”. “No da una imagen dulcificada de Jardiel”. Se muestra al escritor “divertido, extrovertido y positivo” de sus funciones, pero también se señalan sus partes contradictorias, “sus oscuridades y sus dolores”, apunta el intérprete. “Esto no es una comedia, sino más bien una tragicomedia, como la propia vida”.

Acusado de misógino en más de una ocasión, Pepe Viyuela rompe una lanza en favor del autor sin tratar de justificarle: “No sé si tanto, pero sí vemos tics machistas que parecen dejes de sentirse superior”. A pesar de ello, continúa, “idolatraba a las mujeres, las amó”. Aunque a ninguna la quiso tanto como a Josefina Peñalver (interpretada aquí por Ángela Peirat). Su ruptura lo mató en vida. Según su familia, “nunca lo superó”. “Siempre vivió pensando en ella. Enamoradísimo y esperando un reencuentro” que fue un imposible. La vida se le hizo cuesta arriba sin Josefina. Ni el amor de otras pudo ocultar esa falta. Murió solo, sin el apoyo de aquellos que fueron “amigos” en los tiempos de éxito. Los momentos de luz y alegría se dan la vuelta en sus últimos días.

Arruinado, el dolor se abrió paso. La medicación lo enajenó y es en esa nebulosa en la que se mueve el texto de Paso: la acción comienza en Madrid, en 1926, el prometedor escritor cómico Enrique Jardiel Poncela ha conocido a la brillante Josefina Peñalver, caricaturista, cantante, bailarina y un largo... y el amor de su vida. Hasta 1951, cuando ya consagrado, muere lamentando una única cosa en toda su vida: su ruptura con Josefina, a la que hasta el último momento, espera desesperadamente. Y entre uno y otro momento, “la vida singular de un hombre bajito y extraordinario”, presentan desde PasoAzorín Teatro.

Pero la pregunta entre tanto claroscuro es evidente: ¿quién fue don Enrique Jardiel Poncela? Viyuela, sintetiza: “¡Ese pequeño hombre!”. “Fue un genio caótico lleno de contradicciones –amplía Paso–, espectacularmente... humano. Humano. Muy humano. Demasiado humano. Un humano que despreciaba la humanidad. Fue un innovador, fascinado por la risa, enamorado de la vida y de las mujeres, con un vuelo muy alto que se cortó cuando empezaba a coger altura real”.

En esas, como explica el actor, Jardiel enamorado no trata de buscar cuáles eran los mecanismos que el dramaturgo empleaba para desarrollar su capacidad humorística, “sino entrar dentro de su personalidad, historia, de lo que vivió, sufrió o le encantó”. Para Viyuela, el sabor del montaje puede ser “agridulce”, pero, sobre todo, “impera la ternura”.

También se aborda el flirteo del madrileño con Hollywood. Un mundo que “en sí, no me interesa gran cosa”, confesó en alguna ocasión. Jardiel fue un hombre de teatro, como también apoya Pepe Viyuela: “Probó en la meca del cine, pero decidió optar por algo más artesanal, lo que le fascinaba, que era el teatro. No le gustaba estar tan pendiente de los avatares económicos. En el cine se sentía un eslabón más, en el teatro era un factótum. Escribía, pensaba... Era más dios, más director, más jefe. Se sentía más dueño”.

Lidió Jardiel con le eterna “crisis” teatral. Nunca creyó en ella. “Si existe”, decía, “debe ser tan vieja que ya se ha convertido en un tópico”. Desde pequeño oyó esos lamentos y nunca les hizo demasiado caso. Se alinea Viyuela con su personaje: “No sé si llamarlo 'crisis'. Sí existe si miramos desde el punto de vista de los actores y actrices, donde hay una precariedad grande, pero no veo la crisis esencial del teatro; tiene una capacidad de supervivencia infinita. Nos lleva acompañando miles de años y han surgido nuevas formas de expresión que no han podido con él. Lejos de que la televisión, el cine, las redes sociales o las pantallas por doquier acabaran con el teatro, lo han reafirmado. La presencialidad es fundamental”.

Suspira el actor pensando en esa hora y media “sin la pantalla que llevamos en el bolsillo” que proporciona cada función. “Con el paso del tiempo, el teatro se convertirá todavía más en un lugar refugio. Una vía de escape a la persecución de lo digital. Apagar el móvil y dedicarnos a nosotros mismos; a un momento de goce en una sala a oscuras viendo a personas que están viviendo y latiendo. Precisamente por eso el teatro no ha muerto”.

Se revuelve Viyuela ante la velocidad de los tiempos del mismo modo que Jardiel lo hizo en la primera mitad del siglo XX. “La vida moderna es prisa”, firmó el dramaturgo, en consonancia con aquella denuncia del Poeta en Nueva York de Lorca; y el intérprete les da la razón en que “necesitamos ese espacio de calma y de reflexión. Tener tiempo para pensar y no que piensen por nosotros ni que nos invadan las publicidades”.

El escritor, igual que el actor que ahora le da vida, era de ir a su ritmo: alejado de modas frenéticas. Jardiel Poncela disfrutaba escribiendo en cafés, pero no participando en sus tertulias literarias. Eran “estériles”, aseguraba, y, además, si no daba el do de pecho, “la gente se marcha defraudada”. Una imposición del ruido que también encuentra su reflejo en nuestros días, por ejemplo, en los parlamentos: “Llama la atención que diciendo la mayor barbaridad o siendo el más grosero es como te hacen caso”, se sorprende un Viyuela que no quiere “participar en esas sangrías y orgías de la palabra”; prefiere “sentarse a mirar una montaña que una pantalla de móvil”.

Hoy, es inevitable que la palabra “crispación” lleve la conversación al Congreso (y sus alrededores): “No hay nada que no sea política, en el mejor de los sentidos. Formamos parte de la polis y hacemos política desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Yo nunca he querido tener una participación activa en la política profesional. Soy de izquierdas y sí he simpatizado, y simpatizo, con determinados movimientos, pero no comulgo con todo. Hay mucha mitología negra en torno al tema de 'no hablo de política', pero la política es todo: necesidades, sanidad, racismo, logros sociales, defensa de los animales... Quizá la palabra 'política' se ha ido manchando por el mal uso de los políticos profesionales, que la han ido enturbiando. La política no es otra cosa que el arte de la convivencia. Y ahí todos queremos compartir y pensar lo que queramos hasta que nos convenzan de lo contrario, pero que nos convenzan, no que nos obliguen”.

En ese terreno, Viyuela asegura que no dejará de hacer política; otra cosa es en un despacho: “En ningún momento de mi vida, no tengo dotes ni, probablemente, estómago”.

  • Dónde: Teatro Infanta Isabel, Madrid. Cuándo: desde hoy. Cuánto: desde 15 euros.