Crítica de teatro

"Misericordia": Más allá de la autoficción ★★★☆☆

La dramaturga y directora Denise Despeyroux ha dinamitado los límites de este género con un disparatado juego teatral

Pablo Messiez ha vuelto a subirse a los escenarios con esta obra
Pablo Messiez ha vuelto a subirse a los escenarios con esta obraGeraldine Leloutre

Autora y directora: Denise Despeyroux. Intérpretes: Natalia Hernández, Pablo Messiez, Cristóbal Suárez, Marta Velilla y Denise Despeyroux. Teatro Valle-Inclán (Sala Francisco Nieva). Hasta el 25 de febrero.

La dramaturga y directora Denise Despeyroux ha dinamitado los límites de la autoficción con este disparatado juego teatral que parte de un episodio real que vivió en su niñez: el viaje que organizó en 1983 el gobierno socialista de Felipe González para que los hijos de exiliados y presos políticos uruguayos que vivían en España pudieran pasar la Nochevieja en su país con sus familias.

El argumento de Misericordia se articula a partir de la relación de cuatro extravagantes personajes. Darío Duarte es un autor teatral de origen uruguayo que afronta su primer gran estreno en el Centro Dramático Nacional; siguiendo los consejos del dramaturgo Sergio Blanco, intenta escribir una obra sobre el viaje -anteriormente referido- que hizo en la infancia para reencontrarse en su país con su familia. El problema es que no recuerda nada de aquello. Darío vive en Madrid con sus dos hermanas: Delmira, obsesionada con la cábala judía, y Dunia, obsesionada a su vez con los videojuegos; y tiene una estrecha relación de amistad con Dante, un exitoso compañero de profesión que, sin embargo, ha abandonado la escritura, por la presión a la que se encontraba sometido, y se ha refugiado en la psiconeuroinmunología.

Ahí es nada. Por si fuera poco, la propia Despeyroux aparece en escena haciendo de ella misma, como personaje secundario, para poner a Darío sobre la pista de su propio pasado.

Dentro de una divertida trama que tiene la idea del exilio como núcleo, Despeyroux proyecta en todos los personajes sus propios rasgos, experiencias, frustraciones y anhelos vitales. Esa interesante descomposición de su yo en varios yoes puede advertirse, por ejemplo, en que los nombres de los cuatro protagonistas tienen las mismas iniciales que el de su creadora: D. D. Se agradece el ejercicio de distanciamiento emocional –poco habitual en el género de la autoficción– que hace la directora para dotar de verdad y humildad poética el desenlace. Despeyroux demuestra que sabe reírse de sí misma y sabe provocar la risa en el patio de butacas, a pesar de estar abordando un tema que no deja de ser serio en ningún momento. Y esto lo consigue, en buena medida, gracias al trabajo interpretativo de un elenco que no podía estar mejor configurado.

El único problema que presenta la función es que la acción se desvía más de la cuenta a lo accesorio, y algunas escenas –eso sí, bien resueltas desde el punto de vista formal– se alargan demasiado teniendo en cuenta que no aportan mucho al asunto central. Un ejemplo paradigmático puede ser la delirante conversación científico-amorosa que mantienen Dante (Cristóbal Suárez) y Delmira (Natalia Hernández), tan ingeniosa en su escritura y en la manera en que está interpretada como dilatada en su desarrollo.

  • Lo mejor: La obra, que cuenta con un gran equipo artístico, lleva el género de la autoficción, de manera muy original, más allá de sus propios límites.
  • Lo peor: Probablemente el público más ajeno a la profesión teatral se pierda muchos guiños y referencias.