Teatro

Teatro

"¿Quién es el señor Schmitt?": Alienación en clave de absurdo

"¿Quién es el señor Schmitt?": Alienación en clave de absurdo
"¿Quién es el señor Schmitt?": Alienación en clave de absurdolarazon

Autoría: Sebastien Thiéry. Versión y dirección: Sergio Peris-Mencheta. Intérpretes: Javier Gutiérrez, Cristina Castaño, Xabi Murua, Quique Fernández, Armando Buika. Teatro Español, Madrid. Hasta el 10 de noviembre de 2019.

El tema del doble sostiene argumentalmente esta extrañísima obra de Sebastien Thiéry que discurre fundamentalmente por los senderos de la comedia hasta llegar a su desconcertante y dramático desenlace. Un matrimonio descubre, de pronto, que en su casa hay cambios tan significativos como incomprensibles: un teléfono que no han instalado, ropa y mobiliario que no son los suyos, cerraduras cambiadas, cuadros sustituidos... Pero lo más increíble es que todo el mundo que empieza a entrar en escena se dirige al marido, que asegura llamarse Juan Andrés Carnero, como si su identidad fuera en realidad la de un tal señor Schmitt. Con muchísimas influencias del teatro del absurdo –probablemente el señor Schmitt al que alude el título sea un guiño al señor Smith de «La cantante calva», de Eugène Ionesco–, la obra se nutre además de otras formas muy variadas de humor surrealista. Así, la comicidad no solo se apoya en la fractura recurrente de toda lógica; a veces, puede emanar también de la propia situación, como ocurre en la escena en la que la mujer estropea repetidamente la treta de su marido, que intenta no tener que entregar su documentación a un policía (recuerda mucho en su construcción a la escena de los puros que protagonizan Groucho y Chico Marx en «Una tarde en el circo»); otras veces, ese humor brota del puro ingenio verbal e hiperbólico, algo que se aprecia en las disquisiciones en torno a los carneros o en la descripción de la relación de un oftalmólogo con su paciente; y otras tantas, por último, reside en la deformación del razonamiento a la hora de elaborar una reflexión, como queda patente en la brillante y divertidísima comparación entre los granos que cura un dermatólogo y los ancianos a los que trata un geriatra. La obra, por tanto, es ya compleja, variada y ambiciosa en su propia estructura y en su estilo; y eso es lo que, a la postre, le pasa factura. Porque uno la ve con agrado, pero termina dispersándose en su butaca del verdadero fondo, que presumiblemente esté relacionado –tal vez se pueda intuir, pero lo cierto es que nunca se llega a palpar– con la despersonalización del ser humano y con su imposibilidad para detener a una masa alienada que avanza irracionalmente devorando cualquier atisbo de individualidad.