Curro Vázquez: «Todavía me pongo nervioso en Madrid, me tiemblan las piernas»
El apoderado de Cayetano y torero actuó 82 tardes en la Monumental de Las Ventas y a los 10 años dio los primeros pases a una becerra
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Curro toreaba en el patio de casa en Linares. A su aire, sin nadie que le dijera por aquí o por allá. Se inspiraba en las fotos que veía y en ese fuego que tenía dentro y que nadie pudo calmar. Tenía 10 años cuando un amigo de la familia se enteró de que había una fiesta campera en una localidad cercana. Tuvieron que localizar a Sixto, su padre, que estaba en Jerez trabajando y de quien había heredado esa enorme afición, para que les diera permiso para irse. Al llegar no todo fue tan bonito y a Curro no lo dejaron salir. «Tú, para arriba». Y al tendido se fue. Salió Antonio. Su hermano. Y al hermano le pegó una voltereta. Curro saltó para hacerle el quite. Y ya que estaba... Le pegó dos naturales. Extraordinarios. Lo llevaba dentro. Así fue su primera vez. La plaza en la finca de Santa Elena estaba llena y después lo reconocían por la calle, «el rubilllo que toreó el otro día» y «yo me sentía torero».
Antonio y Curro tenían la firme convicción, silenciosa, de que su padre había sido torero. Todo comenzó por una publicación de periódico que ponía que «Sixto había dado una vuelta al ruedo en Las Ventas» y que encontraron en un cajón. Nada menos que en la plaza de Madrid. Eso eran palabras mayores. Respeto máximo. Con el tiempo, los años, Curro conocería al verdadero Sixto, un picador mexicano, que en verdad dio esa vuelta en la Monumental, pero la afición de su padre, que se dedicaba a hacer muebles a mano, ya le había calado hasta los huesos.
Fue cuando Fuentes salió de novillero y triunfó cuando Curro conoció a El Pipo, el que fuera apoderado de El Cordobés, el eterno Benítez. Se lo llevó a un tentadero. «Si un día vas a Madrid, me llamas», le dijo. Y el destino quiso que a los 13 años la familia se mudara de Linares a la capital. Y la llamada fue inevitable, como la visita a Islas Filipinas, 42. «`Tú estás dispuesto a jugarte la vida`, me preguntó El Pipo, lo recuerdo como si fuera ayer», cuenta Curro, «con su whisky en la mano y así empezó a llevarme al campo», dice el maestro.
Fue también en esa época cuando visitaba la Venta de Vargas y coincidía con Camarón. «Él estaba empezando, como yo. Iba a desayunar y él salía de cantar. Era Caracol el que hacía llamar a Camaroncito. «´¿Tú quieres ser torero`?, me preguntó un día. Yo también quise serlo, me contó. Después se vino a Madrid y arrolló. En ese momento no se le conocía, pero los que entendían ya decían que era un fenómeno, y lo fue», recuerda. Estos encuentros fueron dos años antes del despegue de Camarón y también de Curro Vázquez, porque lo suyo fue un visto y no visto. En un año pasó de todo. Curro fue un soplo de aire fresco, la gratitud del bien torear, aunque después vinieran los altibajos e infinidad de aventuras y desventuras. Y las cornadas.
Nos encontramos con Curro Vázquez en Las Ventas. Su plaza por excelencia. Lo fue Vistalegre, la antigua, la de la Oportunidad, y en la Monumental cimentó su carrera. Hablamos, sin perder de vista la plaza, como quien pase el tiempo que pase nunca pierde el temple, los buenos andares ni las coordenadas de donde transitan las cosas importantes.
¿Viene a los toros a Madrid?
Poco, sufro mucho. Lo paso fatal. Cuando torea algún torero que apodero y si no... Me cuesta. Veo ese toro tan grande, escucho alguna cosa... Me sudan las manos, me tiemblan las piernas... ¡Qué cosas!
¿Y si la cosa sale bien?
Lo disfruto una barbaridad, porque ¡cómo ruge esta plaza!
¿Ha pasado mucho miedo en Madrid?
Mucho. 82 corridas de toros son muchos días sin dormir.
En su caso negociaba directamente su contratación en San Isidro...
Me gustaba negociar con Chopera. La primera vez que lo hicimos fue comiendo, me emborrachó e hizo lo que quiso conmigo. Ya cuando me llamaba le decía, ¡a desayunar!, que con el vino me ganas. Le hacía gracia y nos reuníamos y hacía 4, 5 o 6 corridas. Y salía tan contento. Ya daba igual que yo empezara mal el año que se respetaba lo que habíamos hablado.
¿Era habitual que el torero negociara?
No, no lo era, pero a mí me apoderaba Bojilla y después mi hermano y había confianza para decir que Chopera lo negociaba yo. La primera vez que le tocó a Bojilla se me había dado muy bien la Feria de Otoño y Enrique, que tenía mucha gracia, se tiró todo el invierno presumiendo de la contratación porque tenía la baza del triunfo y cuando llegó la hora se puso firme y me dijo hay que hacer lo que dice don Manuel. Y le dije de eso nada, déjame que hable yo... Tenía mucha gracia. A Chopera le gustaba el toro grande, pero respetaba siempre su palabra.
¿Cuánto duraba esa ilusión de la contratación?
Me iba a buscar a mi hermano o a mi amigo Macareno para tomarnos un vino y celebrarlo. Luego pasaban los días y me pesaban las cinco o la seis que había firmado. Y según pasaban las corridas igual porque no me salían las cosas y la gente se me echaba encima, aunque tenía la gran suerte que cuando salía bien todo recuperaba el sitio y el público de Madrid era muy respetuoso conmigo.
Vistalegre fue clave.
Vistalegre se me dio muy bien el debut y toreé siete novilladas con lleno todos los días y con el callejón lleno de toreros de varias generaciones. Eso me lanzó e ilusionó para intentar hacer las cosas bien.
¿Qué torero le ilusionó?
Mi padre me llevaba a los toros desde pequeño, tengo fotos preciosas porque estaba muy pendiente de lo que pasaba, e íbamos a ver a Ordóñez.
Se aficionó por su padre...
Mi hermano y yo pensábamos que había sido torero, andaba y se movía como un torero. Luego pudo vivir los comienzos de mi carrera y me gustó mucho que así pudiera ser.
Lo disfrutaría...
Seguro y también sufriría, como mi madre, porque antes las cosas eran diferentes. Por ejemplo, conseguíamos llamar desde América a las cinco o seis horas de que acabara el festejo.
¿Quién fue su mayor rival?
A mí me gustaba competir con los toreros buenos, los que tenían fama. Me crecía al entrar en quites con Camino, Antoñete, Romero, Paula... Con los que se arrimaban mucho y eran muy valientes, los admiraba, pero yo no sabía hacer eso.
¿Cuáles fueron las tardes clave?
Esas en las que venía a Madrid con una situación muy complicada y de pronto las cosas salían y sabía que eso me iba a dar oxígeno. Esas tardes eran muy emocionantes.
¿Tuvo que volver a empezar varias veces?
Sí, tuve varios altibajos, entre las cornadas, las malas rachas, yo tenía familia, la falta de contratos, la situación económica... Eso me hacía sufrir y también la alegría del triunfo era gorda.
La suya fue una carrera larga.
Antes los toreros de carreras largas éramos los que no toreábamos mucho. Un torero que toreaba mucho no era normal que estuviera mucho como máxima figura, estaba ocho o diez años, se situaba económicamente y ya los aficionados querían ver a otro. Toreros como Antoñete o yo toreábamos poco.
¿Cuánto solía torear?
Alrededor de las treinta corridas con América. Allí me apoyaron mucho y en Francia también.
¿Cuándo se acercó más al torero que quiso ser?
De mitad de carrera para adelante. Al principio sorprendí porque era un torero con muy buenas condiciones siendo tan joven y hacía un toreo que en ese momento no se estaba haciendo. Yo no lo había visto más que en fotos y en las historias que me contaban. Luego tuve baches, las cosas no salieron, me pegaron cornadas fuertes, me vine abajo hasta el punto de que perdí hasta la forma de torear, el gusto, la estética...
¿Pero eso no es innato?
Lo perdí y lo tuve que recuperar con mucha afición. Tuve que volver a encontrarme como al principio, pero con más oficio y cuando se torea bien es cuando ya tienes más poso.
En un año vivió todo.
En febrero estaba sin caballos, en Altea, en abril debuté, en octubre tomé la alternativa y en noviembre estaba con las figuras en América.
¿Y cuándo se desmoronó todo?
Entre la cornada de la alternativa y la vuelta de América. Ya no mataba bien a los toros. Al año siguiente me cogieron mucho los animales. Entre las cornadas y mi forma de ser un poco bohemia...
¿Qué le perdía?
Las cosas de la juventud y la responsabilidad. Que no me salieran las cosas bien me hacía venirme abajo.
¿Las broncas son de torero?
Son de torero, pero se pasa muy mal. Ahora me río y cuento anécdotas, pero en el momento... El torero tiene una vanidad por estar bien tremenda y cuando no lo estás es porque no puedes.
¿Alguna vez tuvo que salirse de su estilo por intentar triunfar?
Si alguna vez lo intentaba me salía muy mal, así que abandonaba pronto esa idea.
¿Ahora que es usted apoderado, quién fue su mejor mentor?
Me gustaba mucho que me acompañaran toreros. Me acuerdo de la época de Domingo, Ángel Luis Bienvenida o Bojilla. Hablabámos mucho de toros y eso me interesaba o con mi hermano. Irte de aquí a Nimes con alguien que no sepa hablar de toros es desesperante.
¿La peor bronca?
En Madrid en un mano a mano. Esplá se rompió una pierna y me quedé con mis tres toros y los suyos. Fue una bronca detrás de otra. Esplá se rompió una pierna, al sobresaliente le dieron una cornada y a mí me llovieron almohadillas.
Sin embargo, en el 82 fue la primera Puerta Grande, el gran giro.
Ahí cambié mi carrera en 24 horas. Venía con necesidad.
Un año después un toro de Moreno Silva le pega una cornada muy fuerte. ¿La gran prueba?
Me demostré a mí y a muchos aficionados, que pensaban que era débil, que era muy fuerte. Los primeros días en la enfermería y en la UVI después pensaba que era la cornada que me quitaba de esto. No solo por la gravedad de la cornada, sino porque no la iba a resistir.
¿Qué ocurrió?
Cambió mi mente y tiré para adelante. Ya había tenido otras cornadas fuertes, pero esa lo fue más y me di cuenta de la gran afición que tenía. Las cornadas duelen en el momento y en la cabeza, pero con ilusión se recuperan. Camino y Antoñete vinieron al hospital y me aconsejaron que tuviera paciencia y que toreara al año siguiente. Estaban más asustados que yo.
¿Se pierde el miedo a una cornada?
El miedo a una cornada casi nunca se tiene en la cabeza. Yo tenía el miedo al fracaso, al ridículo, a que se me pusiera la vida más dura y no pudiera solucionarlo, pero al físico no. Te lo da cuando tienes al toro delante con las dificultades.
¿Se normalizan demasiado ahora las cornadas?
Se presume de que no duele y va todo el mundo andando a la enfermería y se quiere volver muy rápido. Es muy respetable, pero ¿por qué ir arrastrando tu cuerpo sangrando si se va muy bien en brazos? El gesto de seguir toreando se ha hecho siempre. Recuerdo hacerlo yo con 18 años en Tijuana, pero hay cosas hoy en día que me parecen muy fuertes, aunque tengan un mérito tremendo, pero hay que dar importancia al hecho y respetar al cuerpo.
En el 94 se despide en Madrid.
Fue una tarde bonita, aunque no redonda y llevaba 25 años ya y pesaban. Luego te provocan para volver y caes, pero las reapariciones son complicadísimas.
¿Cómo eran esos patios de cuadrillas en Las Ventas?
Pasábamos siempre a la enfermería porque necesitábamos que nos firmaran el parte para usar la ayuda y me gustaba estar allí y echarme un cigarro. Había menos tensión que en el patio. Y si estaba Curro (Romero) entraba hasta dentro, donde están las camas, a él no le daba mal fario y a mí por estar con él no me importaba. Él siempre estaba tranquilo. Charlábamos de otras cosas, aunque tuviéramos la tarde en la cabeza. Verlo tranquilo y hablar despacio me gustaba.
¿Uno llega a pasar página de todo esto vivido?
Sueño más ahora que cuando estaba en activo. Es una locura. Es rara la noche que no tengo un sueño de toros, pero no con cosas actuales, sino de mi época. Tengo conversaciones, me tomo copas, discuto, me pico en quites con los que torean bien... A Morante más de una vez le he dicho cómo era una cosa o la otra. He tenido una bronca tremenda, pero luego me da un abrazo. De locos, de locos. Sueño con Camino, con Romero, con Antoñete...
¿Se despidió con El Juli?
Me hizo mucha ilusión aquella tarde en Vistalegre y también su despedida el año pasado en Madrid. Fue muy emocionante.
¿Qué pasó con Sevilla?
Estuve una vez bien en San Miguel cuando no tenía tanto eco, pero luego no se me dieron las cosas. Fue una espina en su momento, pero la tuve que asumir. El día que murió Paquirri me llamaron para sustituir y dije que no. Estaba en casa de Carmen con los niños viviendo esa tragedia y no tenía cuerpo. No sentó bien.
¿Cómo se llevan los vacíos?
Mi vida iba por otro lado y fue Cayetano el que me metió en el jaleo del apoderamiento.
¿Sufre?
Sí. Cuando le echa mano a un torero es horrible. Llegar a la enfermería y no saber qué tiene o un toro con problemas estoy deseando que se lo quite del medio.
¿Qué le pide?
Yo hago las cosas como me hubiera gustado que me las hicieran a mí. Soy incapaz de decirle a un torero que se arrime o que se la juegue, pero sí que estén preparados. Luego ya una vez que sale el toro ya no hay consejos, me parece una grosería.