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Cataluña

Un gran empresario, valiente y profundamente humanista

A la puerta de la basílica, tras el funeral –de derecha a izquierda–, la delegada del Gobierno en Cataluña, Llanos de Luna; el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz; el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo; la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría; la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas
A la puerta de la basílica, tras el funeral –de derecha a izquierda–, la delegada del Gobierno en Cataluña, Llanos de Luna; el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz; el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo; la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría; la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, y el presidente de la Generalitat, Artur Maslarazon

Sinceridad, respeto y complicidad. Estos son los principales rasgos que marcaron la amistad que me unió a José Manuel Lara durante gran parte de nuestras vidas. Una amistad a la que contribuyó, sin duda, la sencillez que rodeaba su vida. Su sencillez y su vida interior se reflejaban en los momentos más públicos de su profesión, algo que en muchas ocasiones sorprendía a quienes no le conocían. Cada noche, al finalizar el día, se preguntaba qué había hecho bien y qué había hecho mal. Eso lo dice todo.

Pocas veces la desaparición de un empresario suscita tantas y tan variadas muestras de condolencia como las que se han producido tras el fallecimiento de mi buen amigo José Manuel. Una muerte temprana, aunque anunciada, por una enfermedad contra la que luchó, con valentía, alegría y fe, durante estos últimos años.

La unanimidad en su recuerdo como hombre independiente, de carácter directo y sincero, así como en el reconocimiento de una labor empresarial, que le permitió construir en torno a Planeta el primer grupo editorial en español y uno de los primeros del mundo, podría resumir, a grandes trazos, la figura de un emprendedor de raza y de éxito.

Su historia empresarial, la de una segunda generación que ensancha y proyecta hacia el futuro la herencia recibida, dotándola también de nuevos ángulos y perspectivas, merece ser revisada y estudiada.

La prematura muerte de su hermano Fernando, y la posterior desaparición de su padre, le habían dejado solo frente a un desafío enorme que él aceptó con el brío que caracterizaría toda su vida, y que pudo saldar con éxito gracias a una visión estratégica excepcional. Transformó la gran empresa que había creado su padre en un auténtico imperio de la industria cultural.

De esa forma, el Grupo Planeta se consolidó al otro lado del Atlántico, emprendió nuevos negocios en Europa, se modernizó y entró en la era digital y audiovisual adquiriendo un volumen y una rentabilidad difícilmente imaginable.

Y pudo llevar a cabo esta gran transformación porque supo moverse desde el olfato como editor y la inspiración para los negocios –era un lince, como su padre– hacia la utilización de la tecnología como elemento clave en la gestión de una gran empresa.

En paralelo, concibió operaciones sostenidas en el tiempo sin finalidad económica, guiado por el deseo de proteger la cultura –la española, la catalana, la andaluza–, una labor altruista de mecenazgo de la que jamás se vanaglorió. Simplemente lo hacía porque consideraba que esa también debía ser parte de su contribución a la sociedad.

A la vez, siempre tuvo la voluntad y la capacidad de participar en numerosos proyectos, dentro y fuera del mundo editorial, en los que siempre dejó su acreditada impronta personal, marcada por la firmeza de sus ideas y sus valores. Le caracterizaba su desapego a morderse la lengua, su inclinación a decir lo que pensaba; pero siempre de una forma directa y clara, trabajando a favor del entendimiento.

Era un hombre muy humano, culto y afable. Aunque su carácter no le permitiera esconderse, no fue nunca amigo de los protagonismos. Su manera de ser se reflejaba en los pequeños detalles del día a día, en la forma de relacionarse con los demás y, cómo no, en los autores a quienes publicaba, una relación de dificilísimo equilibrio que él siempre quiso cuidar. La prueba la tenemos hoy, cuando a su muerte, muchos de ellos destacan sus aspectos más humanos. Su claridad, por ejemplo, en los debates sobre los derechos de autor y en otras cuestiones vitales para los escritores, como la piratería, le valieron siempre su reconocimiento.

La amistad que nos unió a lo largo de tanto tiempo, pero, sobre todo, haberle podido acompañar en esta larga recta final, ha sido para mí una experiencia vital inolvidable.

José Manuel ha sido un ejemplo de lealtad, discreción y trabajo. Lealtad que mantuvo consigo mismo, con su forma de ver el mundo, con su familia y con sus amigos. Discreción en la manera de afrontar este periodo de su vida, que supo transmitir, con éxito, a todos aquellos que le han rodeado, especialmente a sus cuatro hijos. Y, como buen empresario, trabajador infatigable. Su trabajo era aquello que más le gustaba, le divertía y le satisfacía.

Deberíamos aprender mucho de él, de su humanidad y de su visión empresarial, y de cómo, preguntándonos todos los días qué hemos hecho bien y mal –como hacía José Manuel– poder ser capaces de construir una sociedad mejor, en la que cada uno contribuya con lo mejor de sí mismo. José Manuel Lara lo tuvo muy claro. Y así lo hizo durante toda su vida.