Sección patrocinada por sección patrocinada

Historia

Vietnam, una herida sin cerrar: «Todavía sufro los efectos del agente naranja»

Los veteranos sienten entre sus conciudadanos la compasión pero denuncian el silencio que aún existe sobre las secuelas que les dejaron los químicos que se emplearon como armas

In this March 1965 file photo shot by Associated Press photographer Horst Faas, hovering U.S. Army helicopters pour machine gun fire into the tree line to cover the advance of South Vietnamese ground troops in an attack on a Viet Cong camp 18 miles north of Tay Ninh, Vietnam, northwest of Saigon near the Cambodian border.
Tropas americanas en Vietnam en 1965 HORST FAASAgencia AP

"Hacía mucho calor, mucha humedad y había mucho barro. Tuve suerte, no me tocó ir a la selva en busca del enemigo como a los de infantería de combate. Era ingeniero y tenía un puesto un poco más seguro", explica Sam Calabri sobre su experiencia en la guerra del Vietnam. "Serví desde octubre del 68 hasta junio del 70 con el I Cuerpo del Ejército en la base de Phu Bai. Como operador logístico estaba asignado a los ingenieros de combate para construir puentes, búnkeres y trasladar suministros entre bases de operaciones”, añade el veterano que hoy emplea su jubilación como voluntario en el monumento que conmemora las 58.281 víctimas estadounidenses, situado en el National Mall de Washington DC.

¿Sigue la guerra, librada entre 1961 y 1975, en la mente y los corazones de los americanos? ¿Su recuerdo traumático ha sido sustituido por el sufrido en largos conflictos recientes como los de Afganistán e Iraq, que dejaron una huella con el mismo regusto que la lucha en el sudeste asiático: un esfuerzo inmenso en vidas que terminó en fiasco y decepción? ¿Se ha desplazado su recuerdo después de cinco décadas? "No lo creo; la guerra sigue muy presente en la mente de la gente. Y ahora hay mucha compasión por los veteranos de Vietnam, sobre todo por cómo nos trataron a nuestro regreso", explica Sam.

"La gente estaba muy disgustada con la guerra. No les gustaba. Estaba durando demasiado y muchos no creían en la causa. En aquella época era intentar detener el comunismo al otro lado del mundo", dice encogiéndose de hombros. A sus espaldas reluce el monumento inaugurado en 1982 y diseñado en granito negro por Maya Lin. «Busca el reflejo del que lo observa. Así, cuando miras los nombres te ves y tu imagen se funde con la de los fallecidos«, indica Sam.

El emplazamiento no es fortuito. Los dos extremos del memorial apuntan al monumento a George Washington, por un lado, y en el otro hacia el de Abraham Lincoln, donde el presidente que ganó la guerra civil se sienta en su descomunal trono blanco. Visto desde el cielo, la gran roca negra parece una cicatriz entre ambos personajes clave de la historia del país. «Una o dos veces por semana ayudo a los que buscan en el muro a sus seres queridos. Te encuentras historias espeluznantes. Ecos de aquella locura.

En Vietnam se puso fin a la invencibilidad del ejército norteamericano y al sueño de EE. UU.

“Recuerdo a un grupo de veteranos de la 101.ª División Aerotransportada. Uno de ellos contó que, durante un tiroteo en la selva le dispararon cuatro veces; un enfermero lo declaró muerto, así que lo metieron en una bolsa para cadáveres y lo enviaron a la morgue. Cuando llegó allí, el médico, que tenía la costumbre de abrir la bolsa y pinchar el pie del fallecido, lo hizo y él se despertó de un salto. Menuda experiencia. Lo más curioso es que venía de un pueblo que se llama Hell (Infierno), en Michigan. Resucité de entre los muertos para volver al Infierno, me dijo entre risas”.

Afectó a tres millones de vietnamitas y 500 000 niños nacieron con malformaciones congénitas

“Este es otro caso que me rompió el corazón”, añade señalando con el dedo un nombre grabado en el granito: Robert M. Dowling. “Conocí a su hija. Era piloto de helicóptero. Fue derribado y aterrizó en el océano. Sobrevivió con otros dos, pero para cuando llegó el rescate los tiburones lo habían matado. Una muerte horrible. Vietnam”, dice Sam moviendo la cabeza y con la voz entrecortada.

Las bajas de esa guerra no han terminado. Una muerte lenta y cruel estaba en el aire. Lo llamaron Agente Naranja y este herbicida y defoliante altamente contaminante fue usado para deforestar la selva donde se escondía el Vietcong. Afectó a tres millones de vietnamitas; 500 000 niños nacieron con malformaciones congénitas, según la Cruz Roja. También cayó sobre sus propios soldados. “Llevo años viviendo con los efectos. Da miedo. A mí me dejó una enfermedad coronaria por la que me tengo que medicar de por vida. Muchos han muerto de cáncer”. Ese es uno de los temas de los que menos se habla. Washington nunca ha aceptado del todo la culpa.

"Luchábamos contra un enemigo en nuestro interior"

En 1982, ese sería el tema de partida de una película: Acorralado. El personaje de John Rambo de Sylvester Stallone sería uno de los primeros en traer al gran público, el de las palomitas y la Coca-Cola en el centro comercial, las consecuencias de una guerra que, en aquella época, se guardaba bajo la alfombra, a pesar de éxitos cinematográficos como "El Cazador" (1979) de Michael Cimino, un clásico del cine de guerra que ganó cinco Oscar. La huella cultural que dejó el conflicto es profunda. Forma parte del inconsciente colectivo con películas como "Apocalypse Now".

“Saigón, mierda”, así es como empieza la obra dirigida por Francis Ford Coppola, quizás la más famosa sobre la guerra. La queja la pronunciaba el actor Martin Sheen (quien interpretó al capitán Willard) antes de bailar al son de "This is the end", de The Doors, y cortarse la mano al darle un puñetazo a un espejo, como se puede ver en el documental sobre la filmación, "Hearts of Darkness", que dirigió la entonces mujer del director, Eleanor Jessie Coppola. Ambas obras son testimonio de la experiencia de un conflicto que cambió Estados Unidos para siempre.

Los veteranos tienen tasas de suicidio más altas que los civiles

La invencibilidad de su ejército llegó a su fin y el mismísimo sueño americano se puso a prueba. “Luchábamos contra un enemigo en nuestro interior”, dice el personaje principal de "Platoon", otro de los granes filmes sobre Vietnam que narra las experiencias de su director, Oliver Stone. Luego, con "Nacido el 4 de julio" y "El cielo y la tierra", completaría su trilogía sobre la experiencia del conflicto vista desde ambos bandos. Aunque, sobre todo, son tres películas a cerca de los estragos y las heridas mentales causadas por la contienda.

Ese dolor todavía persiste. Los datos sobre suicidios de los supervivientes siguen siendo alarmantes. Un estudio elaborado por el Departamento de Asuntos de los Veteranos (VA) documentó “94.497 suicidios entre 1979 y 2019. En general, los veteranos tienen tasas de suicidio más altas que los civiles. El volumen merece nuestra atención constante”, indica un informe de US Medicine. Según cifras del VA, solo en “2022 hubo 6.407 suicidios entre excombatientes de los diversos conflictos, en los que Estados Unidos ha participado. Es decir, un promedio de 17.6 suicidios al día”.

El estrés postraumático también es una constante. El cine y la literatura dan buena cuenta de ello. Especialmente dolorosa es "Birdy", la novela homónima de William Wharton, luego convertida en película por Alan Parker, en la que Nicolas Cage y Mathew Modine son dos amigos a los que la guerra deja trastornados: uno roto para siempre y el otro perdiendo la cabeza hasta creerse un pájaro.

Modine también es el protagonista de una de las películas más conocidas del género, "La chaqueta metálica". Esta obra maestra de Stanley Kubrick fue basada en los libros "The Short-Timers", de Gustav Hasford’s, y los diarios del periodista de guerra Michael Herr, Despachos, considerados por algunos como el mejor libro de periodismo narrativo de guerra de la historia. Aunque esa etiqueta es difícil de sostener cuando se lo compara con la obra de Stephen Crane, el padre de ese subgénero periodístico, según Ernest Hemingway. No obstante, sus memorias como corresponsal de Esquire son uno de los relatos más influyentes que capturan el caos, la locura y la adrenalina del combate con una prosa eléctrica. Parte del texto también influenció el guión de "Apocalypse Now".

También es de justicia mencionar largometrajes como "Los chicos de la compañía C" o "La colina de la hamburguesa". Y obras literarias como "Hue" de Mark Bowden, sobre la victoria en la batalla que, en 1969, marcó el camino hacia la derrota estadounidense. O "A Bright Shining Lie", de Neil Sheehan, la biografía del oficial John Paul Vann como metáfora del fracaso estadounidense en Vietnam; ganó el Pulitzer y el National Book Award. Y, por supuesto, la genial trilogía de memorias y ficción, un género casi inventado por su autor, de Tim O’Brien: "Si muero en una zona de combate", "Las cosas que llevaban los hombres que lucharon" y "Persiguiendo a Cacciato". Esta última es una obra maestra sobre la memoria del conflicto.

El recuerdo de aquella sinrazón también corre a cargo de miembros del VA como Richard, que pasa parte del día en el monumento persiguiendo nombres con un lápiz y un papel blanco con una tira negra en la que se lee: “Memorial de los Veteranos del Vietnam”. Ejerce una labor “honorable y muy específica”, según la describe mientras coloca el folio sobre un nombre y empieza a calcarlo con suma delicadeza, tal que si estuviera tocando la tumba del muerto. “Los familiares y compañeros de los fallecidos nos los piden. Es una forma de sentirse cerca de las personas a las que perdieron”, explica al terminar de calcar el horror de la guerra en un papel. Dulce decorum est, pro patria mori, como ironizó el poeta de guerra Wilfred Owen.