Crítica de clásica
Visión externa del drama
Hacía años que el 'Don Giovanni' de Mozart no se representaba en Sevilla
'Don Giovanni', de Mozart. Alessio Arduini, Ekaterina Bakanova, Julie Boulianne, David Menéndez, Marco Ciaponi, Marina Monzó, George Anguladze, Ricardo Seguel. Dirección Musical: Iván López Reinoso. Dirección de escena: Cecilia Ligorio. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 4-X-2025.
Ha comenzado con este título la temporada operística del teatro sevillano, que anuncia cosas de interés. Como la que ha iniciado el recorrido, esta ópera de óperas en definición de Kierkegaard; este fruto maduro de un treintañero, cuya música y complejidad argumental no nos cansamos nunca de escuchar y analizar. Un análisis que sin duda ha querido hacer la directora de escena, Cecilia Ligorio, aunque leyendo su nota preliminar incluida en el programa de mano, no acabamos de entender. No columbramos el porqué o la razón de ser de algunas de las decisiones escénicas adoptadas.
Las cosas que dice son generalidades en las que estamos de acuerdo, pero lo que hemos visto, según nuestro entender, no penetra en la verdad, en el significado auténtico y profundo de tan compleja partitura. Hay demasiadas escenas aparentemente gratuitas, que no aportan realmente nada, o muy poco, al meollo de lo que se narra. Subrayados innecesarios. Por ejemplo, el cuadro de figurantes, algunos ataviados como demonios, que se nos muestra nada más empezar y que retornan de vez en cuando, así en el banquete de Don Giovanni (donde lo que se quiere mostrar es una modesta bacanal), con piruetas balletísticas que poco aportan; el innecesario entierro del padre de Doña Ana, cuyo féretro retorna más adelante; las múltiples idas y venidas, de aquí para allá, a través de un decorado pétreo y grisáceo permanentemente giratorio.
Todo eso aligera la anécdota y la hace en parte trivial. Cansa tanta ida y venida, agudizada en el cuadro de la fiesta de Don Giovanni, en la que no cesa de haber paseos y continuos correteos. La iluminación, mal planteada y mal resuelta, es contradictoria: poca luz en escenas intrascendentes y mucha en momentos muy dramáticos y en teoría sobrecogedores, como el de la aparición de la estatua del comendador para llevarse a Don Juan si no se arrepiente. El Don no lo hace pero no desciende a los infiernos sino que se queda acostado en la teórica mesa del convite. Hay que imaginárselo. No son nada convincentes los paseos de la estatua por el intrincado laberinto del decorado. Ni el hecho de que no haya estatua en un inexistente cementerio, lleno de luz diáfana y donde volvemos a ver el féretro. Hay otros detalles curiosos, como el de que Leporello, disfrazado de su amo, ni se ponga un sombrero para no ser reconocido.
Una puesta en escena por tanto irrelevante y bastante aparatosa y a la postre poco significativa pese a las curiosas originalidades. Entre otras esa cabeza de toro que va de aquí para allá (¿alusión al poderío sexual?). Y que fue a la par de la labor del foso. La obertura sonó confusa y, sobre todo en las escenas iniciales, hubo poco encaje y precisión a lo largo de una interpretación orquestal bastante monótona, poco animada, nada estimulante y falta de grandeza en los momentos solemnes. Aunque paulatinamente la batuta fue cobrando más vida y otorgando al conjunto la coloración adecuada. Al servicio de unas voces de diversa prestación. Faltó dimensión sin duda en la del protagonista, Alessio Arduini, un joven y apuesto barítono lírico, de timbre atractivamente metálico, pero a falta de un fraseo más ceñido y de mayor amplitud. Actor limitado.
A su lado actuó con soltura y tablas David Menéndez, que se las sabe todas en la parte de Leporello. Buena línea y gracejo, aunque le falta una mayor densidad y oscuridad vocales. Dijo con pericia el aria del catálogo. Bueno y espejeante, aunque emitido con dureza, el instrumento de la soprano Ekaterina Bakanova, que hizo una vibrante Doña Ana, salvando con aplomo las dificultades de su tremenda aria "Or sai chi l'onore", emitiendo con arrojo los 14 La bemoles agudos. A menor nivel Julia Boulianne, Doña Elvira, que se define como "mezzo", aunque nos parece más bien una soprano lírico-"spinto". La voz es agreste y anda falta de graves, como se pudo apreciar ya en su aria de salida. Muy por encima de ellas la Zerlina de Marina Monzó afinada, homogénea, aterciopelada y garbosa. Lo mejor de la noche.
Marco Ciaponi es un tenor lírico-ligero, más lo segundo que lo primero, que canta con gusto y aplomo, aunque su timbre sea en exceso apagado. No abordó la difícil aria "Il mio tesoro", quizá por consejo de la regista. No tiene mucho sentido, bien que en el estreno vienés (después del praguense), no se cantara: el tenor era flojito, de ahí que se amputara y que Mozart escribiera "Dalla sua pace", que Ciaponi defendió con decoro. Opaco, nasal, potente y falto de buenos graves el Comendador peripatético de Andguladze. Aceptable Ricardo Seguel como Masetto.
Pese a las deficiencias apuntadas por este crítico la verdad es que el público, que llenaba la sala, aplaudió bastante. Y en todo caso una felicitación a la organización por recuperar esta ópera inmortal. Que no se representaba en Sevilla desde hacía unos cuantos años.