Kobe Bryant
Kobe Bryant, España y las dos finales olímpicas
Juan Antonio Orenga, exseleccionador y exentrenador ayudante del equipo nacional, revela detalles del escolta fallecido en los partidos de Pekín y Londres
Horas previas a la final de Pekín 2008 en la Villa Olímpica: volvíamos 24 años después a una final olímpica y enfrente volvía a estar Estados Unidos. Lo que antes de cualquier otro partido hubiesen sido horas de «scouting» exhaustivo con la figura del equipo rival, ante los USA y con Kobe Bryant enfrente cambiaba de forma drástica. Ante Kobe ningún «scouting» servía. Ninguno. El comentario era «vamos a tratar de defender a otros, porque a este...». Con las estrellas de otros rivales, pongamos por ejemplo al alemán Dirk Nowitzki, sabías que manejabas una serie de opciones, que tenía unas jugadas favoritas. Con Kobe eso era imposible. Otros eran sota, caballo y rey. Éste te podía sorprender con cualquier cosa. Y así sucedió en la final. Fue el que nos mató. Su repertorio era infinito: triples, penetraciones, tiros de media distancia que ahora están en desuso, «alley hoops», forzaba faltas... hacía lo que le daba la gana. Pero es que no sólo era eso. Percibir que estabas ante un jugador extraordinario era fácil, y además generaba un buen rollo y una buena dinámica que no veías en otros. Era especial, era cercano, transmitía que era buena persona, no como otros que iban de prepotentes y con cierto aire chulesco. Además veías que él nos respetaba. Se notaba la química que tenía sobre todo con Pau y con Marc. La amistad con el mayor de los hermanos, la cercanía con Marc y que, además, conocía al resto del equipo. Todo eso le hacía un competidor extraordinario.
En la selección siempre decíamos que en Pekín ganamos la plata y en Londres perdimos el oro. Aquel respeto que nos tenía Kobe en la primera final olímpica se lo trasladó a todos sus compañeros de selección en la segunda. Ahí no fue él el ejecutor, fue un triple de LeBron lo que nos dejó sin opciones. Las miradas de pánico que percibimos en la final de Pekín, y que a Kobe era al único que no se le adivinaba, ya no existieron en Londres. En 2012 hubo más respeto, cuatro años antes para algunos, no para Kobe, era una sorpresa que estuviéramos ahí en el último cuarto. Él sabía los rivales que tenía enfrente. En mi etapa de jugador me he medido a los más grandes. En Barcelona’92 jugué contra el Dream Team. Eran un mundo aparte, pero a Kobe Bryant le situaría a la altura de Michael Jordan. Aquel equipo era único, pero Kobe también lo ha sido como jugador. Miras el currículum de sus sucesores en la NBA y en la selección estadounidense y no hay ninguno que esté a su altura. Nadie, ni siquiera LeBron James.
Lo que le hace realmente grande, al margen de todos sus récords anotadores, de presencias en el All-Star, de MVP’s, de presencias en el mejor equipo de la Liga, de todos los premios individuales... es que el tío después de ganar, volvió a ganar con un equipo completamente diferente. Es lo mismo que hizo Michael Jordan: ganar después de ganar y hacerlo con un equipo distinto.
Entre los pívots a los que me enfrenté como jugador, el más determinante fue precisamente un compañero de Kobe, Shaquille O’Neal. Era tan grande, tan rápido, tan decisivo que no había manera de frenarle. Entre los «bajitos», los dos más grandes han sido Jordan y Kobe Bryant. Descanse en paz.
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