Marcelo Bielsa
Marcelo Bielsa. No le llaman “Loco” por casualidad
Acaba de ascender al Leeds a la Premier después de 16 años de penurias. Una hazaña más en una carrera llena de curiosidades
A Marcelo Bielsa no lo llaman el «Loco» por casualidad, aunque más que locura lo suyo es obsesión por el trabajo bien hecho, por tenerlo todo controlado. Cuando entrenaba a Newell’s en sus comienzos repartía los deberes entre los futbolistas. Les hacía estudiar las revistas de la época –«El Gráfico» o «Sólo Fútbol»–, a otros les tocaban los diarios. Después los sometía a una especie de examen: «¿Qué aprendieron del rival?». Y así, los jugadores ya sabían a lo que se iban a enfrentar antes de escuchar la interminable charla táctica del «Loco».
El mismo trabajo que encargaba a los jugadores lo hacía él multiplicado por mil. Cuando viajó a Francia para cubrir el Mundial 98 como columnista de un periódico español lo acompañaba una maleta con la colección de «El Gráfico». Cuatro años después, ya como seleccionador argentino, a las revistas se sumaron los vídeos. Más de 7.000 cintas de VHS cuentan que llevaba.
Internet ha cambiado los métodos, pero no la obsesión por el detalle, que también se traslada a los entrenamientos. «[Julio César] Zamora y yo tirábamos 100 pelotas paradas los viernes. Él te ponía una soga, un palo y la pelota tenía que pasar por ahí, si no, repetías. Hicimos el 60 por ciento de los goles de pelota parada. No era casualidad. Era un obsesivo del trabajo; lo que se practicaba tenía que salir», explica en Infobae Christian Ruffini, delantero de Newell’s en la época de Bielsa como técnico.
Han pasado casi 30 años de aquello, pero Bielsa sigue siendo igual de meticuloso e igual de respetado por sus jugadores. Después de lograr el ascenso con el Leeds fue recibido con sonrisas y gritos de «Marcelo Bielsa». Como el ídolo que es en la ciudad y en el club, un histórico de las décadas de los 60 y 70 que ha regresado a la máxima categoría después de 16 años de penurias por las categorías inferiores.
Sus futbolistas, en general, lo aprecian. Aunque a él le gusta mantener las distancias. Ya lo hacía cuando dirigía al equipo de la Universidad de Buenos Aires. Tenía 27 años, pero ya obligaba a los jugadores a tratarlo de usted, aunque sólo tuvieran cuatro o cinco años menos que él.
En el fútbol profesional ha sido algo parecido. «No es medio raro, es raro entero», cuenta Germán Burgos en el libro «Lo suficientemente loco», de Ariel Senosiain. «Cuando se enteró de que tenía cáncer me llamó. Me dijo que estaba contento de mi recuperación y me cortó. No me dejó decirle nada. Luego intenté ponerme en contacto con él y no me dio bola», añade el «Mono».
Más cariñoso es el recuerdo de Batistuta. El delantero no le convenció la primera vez que fue a observarlo a Reconquista. Fue la insistencia de Griffa en hacerle ver que cabían muchos goles en el cuerpo de aquel chaval gordito lo que hizo que lo llevaran a Newell’s. «Bielsa me hizo futbolista», reconoce. Batistuta estaba pasado de peso y no era capaz de renunciar a su pasión por los alfajores. Era un jugador amateur al que le costaba asumir las exigencias del profesionalismo. Bielsa lo puso a dieta y cuando alcanzó su peso ideal le regaló una caja de alfajores.
«Es fácil saber qué jugadores preferirá. Prefiere el temple al arranque. [...] La transpiración inspirada a la inspiración momentánea», escribe su hermano Rafael, ex ministro del Gobierno argentino, en el libro «Cien años de vida en rojo y negro», un repaso por la historia de Newell’s. Y añade: «Sus jugadores serán los que compartan este credo, por comprensión o por acto de fe. Una vez que Marcelo los ha hecho suyos no deja de mirarlos hasta que se retiran del fútbol. Si los ha descartado, ya no volverá a ocuparse de ellos». Un entrenador con una original medida del pecado: «Un ademán poco solidario en un momento crítico puede ser para él menos perdonable que un infanticidio».
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