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Real Madrid

Fútbol

¡Manos arriba!

Esto de que sea mano cuando se le pasa por el arco de triunfo al juez de la contienda es más que mosqueante

Zidane, en la banda de San Mamés Javier ZorrillaEFE

Hubo un tiempo, que creíamos superado, en el que los árbitros eran tremendamente obsequiosos con el Barcelona y compulsivamente prevaricadores con el Madrid. Intra y extramuros. En la Liga y en Europa. Aún recuerdo esa eliminatoria de Champions entre merengues y culés en 2011 en la que Pepe fue expulsado por una patada a Alves que sólo existió en la calenturienta o corrupta mente del trencilla alemán Wolfgang Stark. Uno de los fotogramas del lance demuestra que ni toca al, por otra parte, soberbio lateral brasileño. A la calle en el minuto 62 y a tomar viento la eliminatoria. Stark hizo el trabajo sucio porque el partido, que hasta entonces estaba igualadísimo con un no menos justo 0-0, quedó franco para el Barça que, lógicamente, no desaprovechó el obsequio. Messi metió en el 76 y en el 87. Eso sí: las simulaciones de agresión de los blaugrana, con Busquets dejando a Stanislavski a la altura de un aprendiz, no le costaron ni una mísera amarilla a los discípulos del engolado Guardiola. La corrupción arbitral se repitió en la vuelta con aquel gol del Pipa Higuaín anulado al señalar el trencilla una falta previa a Cristiano Ronaldo en un palmario desprecio a la ley de la ventaja. No me extraña que Mourinho montase los pollos que montaba. El desahogado favoritismo venía de atrás, concretamente de aquella eliminatoria en Stamford Bridge contra el Chelsea en 2009 en la que el noruego Ovrebo se hizo el sueco con, al menos, cuatro penaltis de manual a favor de los locales. Aquellos regalitos permitieron al Barça pasar a esa final que ganó al United. Luego llegaría lo de Aytekin, que sustrajo con alevosía, nocturnidad y premeditación al PSG el pase a cuartos que se habían merecido.

Y, entre tanto, el eterno rival del Barcelona ha tenido que padecer arbitrajes que harían palidecer a los gánsteres de La Casa de Papel. La era Platini se saldó con un odio cerval de este delincuente francés al Madrid e incluso al Atlético. El tan carismático como listísimo Laporta hacía sus deberes yendo cada dos por tres a la sede de la UEFA en Nyon a hacer la pelota al siniestro presidente. Y las cosas funcionaban, vaya si funcionaban. Un trabajo, el despachar en las instituciones que te pueden quitar o regalar un título, que el Madrid tiene desatendido desde los tiempos de Saporta.

En España los blancos padecieron de lo lindo la etapa de Victoriano Sánchez Arminio (que estuvo al frente del Comité de Árbitros un cuarto de siglo), un descarado culé que en caso de duda siempre resolvía por subordinado interpuesto a favor de su equipo. Todos pensábamos que con Luis Rubiales, que está resultando un gran presidente, se iban a acabar estos cantes jondos. Error. Debe ser que Velasco Carballo, el sucesor de Sánchez Arminio, es también un antimadridista furibundo o tal vez es que pasa de todo. Lo de la jornada anterior, con un penalti inventado señalado a Militao por una mano de rebote, fue la gota que colmó el vaso de una serie de decisiones que han privado a los merengues de la Liga. Nadie en su sano juicio puede entender cómo una jugada clónica, con el bético Miranda de protagonista, se resolvió de manera diametralmente opuesta y casualmente también con el equipo de Zizou desempeñando el rol de víctima. Y ayer la misma historia: mano de Morcillo que desvía la trayectoria del centro al área de Odriozola. Que ayer no influyera en el resultado es lo de menos, lo de más es que esto se antoja un ensañamiento. Y normalmente las cosas son lo que parecen. Llueve sobre mojado: lo mismo les ocurrió contra el Alavés, contra el Elche, contra el Valencia, contra Osasuna, contra el Getafe y contra el Atlético en la ida. La Casa Blanca no puede permanecer callada un segundo más. O sí, hasta el domingo que viene, no vaya a ser que vuelvan a hacernos de las suyas en la jornada decisiva. Esto de que sea mano cuando se le pasa por el arco del triunfo al juez de la contienda es más que mosqueante. Un fallo puede ser una casualidad, tantos y tan perogrullescos, no. La palabra que se le viene instantáneamente a la cabeza al madridismo es unánime: «¡Atraco!».

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