Dopaje

Ben Johnson, la inevitable caída del supervillano

El velocista canadiense y sus dudosas prácticas médicas pagaron cara su insolencia ante Lewis, el gran héroe americano

Ben Johnson, en la final de los 100 de los Juegos de Seúl
Ben Johnson, en la final de los 100 de los Juegos de SeúlfotoLa Razón

Los años ochenta, los últimos de la Guerra Fría, fue una época de buenos y malos. También en el deporte: Rocky contra Iván Drago, verbigracia. La realidad, que es un guionista imbatible, deparó una de esas lides novelescas en las pistas de tartán. En una esquina, el chico guapo, glamuroso, formado en el exclusivo Santa Mónica Track Club, de elegante zancada y templado bajo el sol californiano. En el otro rincón, el emigrante casi apátrida, feo, pendenciero, tartamudo, criado en la calle que maltrataba el tartán con patadones de búfalo. El mundo se dividió en dos y el antagonismo Lewis-Johnson, Carl versus Ben, tuvo un final hollywoodiense en un laboratorio de Corea.

La dimensión de un superhéroe, lo que era Carl Lewis mediada la década de los ochenta, la mide su némesis, el enemigo que quiere destruirlo, el supervillano que recurre a las más sucias artimañas para destronarlo. Y justo eso fue lo que pasó con Ben Johnson, o lo que el poderoso aparato mediático estadounidense quiso que pasase. El Hijo del Viento fue la primera estrella global del atletismo, el hombre que emuló en Los Ángeles los cuatro oros olímpicos de Jessie Owens en 1936. Pero el Purasangre de Alabama había derrotado en Berlín al prodigio ario Luz Long ante la mirada enfurecida de, nada menos, Adolf Hitler. De los rivales de Lewis no quedaría ni sombra en la historia. Hasta que apareció él.

Ben Johnson era de la misma quinta que Carl Lewis (1961), pero era estrictamente nadie hasta 1986. Había sido bronce en Los Ángeles, de acuerdo, y ostentaba el récord canadiense con un modesto 10.12. Amparado en el descomunal brinco que daba en las salidas, batió la plusmarca mundial de 60 metros bajo techo (6.50), lo que los especialistas interpretaron como un primer aviso. Su eclosión se produjo después de contratar al médico George Astaphan, un caribeño (de San Cristóbal) inmigrado a Canadá como él (de Jamaica) que lo iba a convertir en una bola de músculos. La receta para la metamorfosis del velocista tenía un ingrediente secreto: los esteroides.

Entre 1986 y 1987, Johnson le ganó cinco veces a Lewis en el hectómetro. 1) El 31-5-86, en San José, California, la guarida de su enemigo: 10.01 de Ben y 10.18 de Carl. 2) En los Goodwill Games de Moscú (Johnson, 9.95; Lewis,10.06). 3) En la Weltklasse de Zúrich (10.03, Johnson; 10.25, Lewis). 4) En Sevilla, el 28-5-87 sobre el agrietado tartán del desaparecido estadio de Chapina (Johnson, 10.06; Lewis, 10.07 y protestando la foto-finish). Pero la humillación (5) llegaría en la final del Mundial de 1987 en Roma: oro para el canadiense en 9.83, récord del mundo pulverizado, y plata para el estadounidense en 9.93, igualando la plusmarca que ostentó Calvin Smith hasta ese día. Aún sobre la pista del Olímpico romano y escocido por las cinco derrotas en serie, Carl Lewis ya no se pudo contener y soltó: «Aquí hay tipos que se drogan».

Los catorce meses siguientes, los que quedaban para los Juegos de Seúl, fueron un permanente asedio de los medios estadounidenses contra Ben Johnson, al que acusaban abiertamente de dopaje. Con razón, sí, porque eran años en los que TODO el deporte mundial estaba contaminado por la misma lacra. ¿Los velocistas USA también? Carl Lewis siempre lo ha negado y jamás dio positivo en un control. El resto, son teorías de la conspiración apoyadas en elementos muy sólidos como las marcas extraterrestres de Florence Griffith o la ortodoncia que el Hijo del Viento lucía bien talludito para disimular la separación de los dientes... efecto secundario archiconocido de los anabolizantes.

El 9.79 «boltiano» de la final de Seúl, entrada en meta dedo en alto ante la cara desencajada de Lewis, segundo en 9.92, fue la última hazaña de Big Ben, desposeído de todos sus galardones y plusmarcas de forma sumaria dos días después, el 27 de septiembre, después de dar positivo en estanozolol. King Carl podía reinar sin discusión tras el destronamiento del demonio hipertrofiado.