Boxeo

“Maravilla” Martínez: “Me preparé para ser campeón del mundo de boxeo limpiando baños en garitos”

Representa la obra «Bengala» en el teatro, da charlas motivacionales, su vida estaba fuera del boxeo, pero a punto de cumplir 47 años quiere volver a ganar un Mundial. Este jueves pelea en el Wizink Center contra el británico McGowan

Sergio "Maravilla" Martinez
Sergio "Maravilla" MartinezAlberto R. RoldánLa Razón

Para Sergio «Maravilla» Martínez (21 de febrero de 1975, Avellaneda) no existen los imposibles. Retirado en 2014, una infección provocada por una bacteria estuvo a punto de provocarle la muerte. Tardó cuatro años en recuperarse y fue entonces cuando se planteó el regreso a los cuadriláteros para volver a ser campeón del mundo. Para ello se prepara en un gimnasio pequeño, el Detroit, en Vallecas y ahora, a punto de cumplir los 47 años, está más cerca de conseguirlo. El combate de este jueves en el Wizink Center contra el británico McGowan es el penúltimo paso.

¿Tiene mucho que ver esa bacteria que casi le cuesta la vida en que decidiera volver para intentar ser el mismo?

Lo bueno es que volví sin intentar ser el mismo, porque si quiero ser el mismo estoy en un error, voy a volver a lesionarme. Tengo que ser distinto. Quiero ser campeón del mundo pero otra versión distinta. Yo estaba en una silla de ruedas con la pierna extendida habiendo bajado en cinco días como diez o doce kilos por la cantidad de fiebre que tenía entre el 31 de diciembre y el 2 de enero de 2014. En una clínica aquí en Madrid, flaco, desgarbado, con mucha temperatura en mi cuerpo, la rodilla roja, volando en fiebre y el médico, un amor de persona, diciéndome: «Martínez, necesito que me firme este papel porque necesito operarle. Son las 12 del mediodía, si no lo opero antes de las 5 de la tarde hay que amputarle la pierna. Y si no le amputo la pierna antes de las 5 de la tarde entre las diez-once de la noche y las diez-once de la mañana usted se muere». Si no hubiera atravesado eso yo no hubiese hoy atravesado la puerta del gimnasio, después de unos seis o siete meses de morfina. La morfina provoca adicción. Dejé la morfina porque me estaba destruyendo por dentro y empecé con corticoides. Pero los corticoides, peor que la morfina porque me estaban destruyendo los órganos, se estaban inflamando. Yo tenía una presión, no sabía lo que me pasaba, no podía respirar, sentía como ardor interno y el médico cuando me vio me dijo: «déjalo ya porque te vas a morir». Y dejé los corticoides. Conocí unas aguas termales en Argentina haciendo una gira. Yo no creo en los milagros, pero entré a las aguas termales a las diez de la mañana y a las 6 de la tarde salí como si tuviera 14 años con ganas de correr una maratón. Me quitó el dolor completamente. A partir de ahí empecé, primero con bromas, a decir «vuelvo, vuelvo, vuelvo».

Pero fuera del boxeo hace ya muchas cosas: teatro, da charlas motivacionales.

El día 28 hago mi última función de la tercera temporada en el teatro, al otro día del combate. Fui un campeón del mundo que estuvo bien, estuve en el número tres en el libra por libra, entre los tres mejores del planeta, por lo menos de este planeta, boxeando. ¿Cómo se logra eso? Simplemente porque me obligo a salir de la inercia. Ponerme en situaciones realmente complejas hace que mi foco se agudice un poco más. La gente vive en inercia y yo estoy en inercia a veces pero busco la salida. Por ejemplo, el boxeo, que es bastante picante. Me meto en la actuación y aparezco en un escenario completamente desnudo y tengo que representar un papel ante 300 o 500 personas. Después salgo y me voy a dar una charla y se la doy a cien, a mil, a tres mil o a cinco mil personas como me tocó. Salgo de la zona de confort, de la inercia del día a día y me meto en unos berenjenales que son tremendos. Y ahí es donde me veo obligado a sacar lo mejor de mí y a veces, sacando lo mejor de mí, hasta acierto y logro ser campeón del mundo.

¿Le da más vértigo enfrentarse a 500 personas en el teatro o a cien en una charla que pelear el Madison o en Las Vegas?

A veces me dicen ¿no tienes nervios en el teatro? Y la verdad es que no. Después de haber estado en un estadio con 55.000 personas en Argentina, de estar en Las Vegas con 18.883 espectadores, con un montón de argentinos alentando de una manera brutal, maravillosa, actuar o dar charlas no me significa una gran presión. Sí que hay presión cuando no sé para quién voy a dar la charla, si para niños pequeñitos, adolescentes, para trabajadores o para directivos. Pero es como en el ring. A veces el rival te sale con una sorpresa y tienes que adaptarte, tener versatilidad, y eso me gusta porque me obliga a perfeccionarme. La incertidumbre siempre nos da miedo, siempre nos genera incomodidad, pero hay que agradecer la incertidumbre, está genial, yo aprendí a querer a la incertidumbre.

Para salir de esa inercia, ¿ha trabajado con psicólogos?

No. Mi psicólogo de niño era mi madre con una zapatilla. No uso psicólogo. Estuve en terapia una vez porque yo no quiero tener hijos y una ex me decía que yo era mala persona. Me lo dijo tantas veces que hasta me lo creí. Y lo entendí después de hacer terapia un año y tres meses, dos y hasta tres veces por semana, porque me estaba volviendo loco. La psicóloga me dijo: “A los quince minutos de entrar diciendo que eras mala persona y no querías tener hijos estabas hablando de la raíz de todo y de todo ser humano, los padres”. Yo a mis padres los adoro, pero es verdad que los padres te dan la vida y después te la machacan. Por mi madre no hubiera salido jamás de Quilmes. Literal. Le dije “me voy a vivir afuera, a España”. Me dijo “vos no te vas a ningún lado”. Y le dije “me voy por las buenas o por las malas” y aquí estoy. Y hoy sostengo a mi madre, sostengo a unas cuantas familias más, hoy tengo unas cuantas empresas, tengo una buena situación socioecónómica y una evolución personal brutal. Siento que no me hizo falta un psicólogo deportivo.

¿Ha cambiado mucho desde aquel Maravilla que entrenaba en el gimnasio del Rayo a este que entrena en el Detroit?

En algunos aspectos, muchísimo. Estoy en constante cambio y lo bueno es que el cambio lo veo como evolución existencial interna. Estuve ocho años sin papeles con todos los inconvenientes que puede tener un indocumentado. No haber tenido para comer, no haber tenido ropa para vestirme en invierno, me recontramoría de frío, todo eso me construyó, todo eso me hizo lo que soy hoy.

En esos ocho años, ¿qué le decía a su madre?

«Estoy de puta madre, vieja. No sabes lo que es la vida acá en España, es fantástica, maravillosa». La ayudaba con lo que podía, tengo dos amigos que me ayudaron muchísimo, Koke y Alfredo. Koke hoy es uno de mis grandísimos amigos, era mi jefe en un garito y además de mi sueldo me prestaba 50 euros él y Alfredo, que era mi compañero de puerta, era portero. Esos 100 euros se los mandaba a mi madre para que tuviesen para comer allá en Argentina y cada semana se los iba devolviendo a poquito.

¿Tuvo algún trabajo más antes de dedicarse al boxeo?

Sí. Trabajos curiosos. Lindos ninguno. Daba clases de boxeo en diferentes gimnasios como particular, fui portero en varias discotecas, trabajé como gogó en una discoteca cerca de Atocha. Un trabajo duro, pero por lo menos cobraba 80 euros por noche. En esa época era joven, tenía pelo. Además de eso lavaba copas en un bar donde se servían comidas, fui ayudante de cocina, lavaba los vómitos en un bar, los vómitos y los no vómitos. Cuando había algo feo me llamaban y lo limpiaba. Hacía trabajos ásperos. Y alguno más habré hecho.

Eso ayuda a hacerse fuerte.

Sí. Esa fue la preparación para ser campeón del mundo. El entrenamiento es otro, yo lo tengo que hacer diariamente, hacer abdominales, correr equis kilómetros, equis cantidad de golpes que tengo que sacar por día. Lo que te prepara es estar acá, que no tengas papeles y estar mirando para los lados que no venga la Policía, tener que sacar gente porque hay diez personas armando lío en una discoteca y tú eres el portero. Tienes que sacar a los diez y no tiene que haber ninguna denuncia, no tienes que lastimar a nadie y tienes que evitar que te machaquen los diez. Todo eso me preparó a mí como ser humano para ser campeón del mundo.

¿Cuánto tiempo pasa desde que le dicen que le tienen que operar hasta esas aguas termales?

Desde enero de 2014 hasta 2018, cuatro años. Y en esos cuatro años arrastrando un dolor realmente inaguantable. Brutal. Me sentía totalmente indefenso y en algún momento llegué a pensar “que me corten la pierna. No puedo más. Necesito que la corten porque no aguanto más este dolor”. Tenía dos bacterias. Un estafilococo que estaba dormido, se despertaba cada quince o veinte días, te infecta la sangre y, como quien dice, te la pudre. Y un estreptococo, que es una especie de “pacman”, un comecocos, me comió huesos, me comió cartílagos, ligamentos, tendones. Sí o sí sé que me van a tener que poner una prótesis en la rodilla, dentro de no mucho tiempo. Lo que no hay es dolor, las bacterias murieron, quedó la lesión pero ya no duele. Puede desacomodarse la rodilla, se sale de su sitio, después la vuelvo a colocar yo solo y listo.