Vuelta a España 25
Almeida escribe su nombre en el Angliru
El portugués entra por delante de Vingegaard, que hizo soldado a su rueda toda la subida
El Angliru, la cima que bautizó Chava Jiménez en la Vuelta, la misma que despidió entre aplausos a Alberto Contador, inscribe ahora el nombre de Joao Almeida.
Hay maneras y maneras de acercarse a la épica y el portugués decidió hacerlo a la suya, casi como si fuera un gregario, con Jonas Vingegaard colgado de su espalda durante los últimos kilómetros de ascensión. El danés no atacó, continuó enganchado a la rueda de Almeida hasta el final. Una llegada sin esprint ni pelea, con la duda de si era un reconocimiento de Vingegaard al trabajo del portugués o simplemente el reconocimiento de que las fuerzas no sobran.
No hubo ataques en el Angliru porque no puede haberlos. Las empinadas cuestas de la Cueña les cabres, que superan el 23 por ciento de desnivel, apenas permiten agarrarse a la bici y a la fe para seguir subiendo. La única manera de eliminar rivales es imponer un ritmo fuerte y esperar que los rivales vayan perdiendo pie. Y eso hizo el UAE.
Primero, en El Cordal, puso a trabajar a Jay Vine, el líder de la montaña. Después llegó el turno de Grossschartner, el encargado de devorar a los escapados. Primero a Tiberi, que sufrió un pinchazo y una caída sin consecuencias cuando bajaba El Cordal. Luego Cepeda, Vinokourov, el hijo, y para acabar, Bob Jungels. A los tres últimos los detuvo un grupo de manifestantes con banderas palestinas a doce kilómetros de meta, ya en la subida del Angliru. Los detuvieron unos segundos. El tiempo suficiente para cortarles un poco el ritmo. Insignificante para lo que sucedió en la etapa.
Antes o después hubieran sido atrapados de igual manera. Cuando Grossschartner acabó su trabajo, Almeida decidió asumirlo él mismo, sin intermediarios. Estaba solo ya a algo más de cinco kilómetros para la llegada. A su espalda, Vingegaard, Sepp Kuss y Jai Hindley. Pidcock ya se había descolgado antes.
Almeida continuó a su ritmo. Hindley y Kuss le perdieron de vista sin que al estadounidense le diera tiempo a hacer su trabajo de gregario para Vingegaard. Los últimos cuatro kilómetros fueron un mano a mano entre el segundo y el primero de la general. Una pareja que promete prolongarse en el tiempo hasta que llegue el final de la Vuelta en Cibeles.
Vingegaard está acostumbrado a llevar delante o detrás un maillot del UAE. En el Tour es el de Pogacar desde hace cuatro años. En la Vuelta, Almeida toma el relevo. Al portugués sólo le falta una gran vuelta para coronar su gran temporada. Este año ya ha ganado la Vuelta al País Vasco, el Tour de Romandía y la Vuelta a Suiza. En el Tour tuvo que trabajar para Pogacar hasta su caída y ahora en la Vuelta tiene su oportunidad.
El portugués lo ha demostrado en una de esas cimas donde viven más cómodas las vacas que los humanos. Una subida que emparenta a los ciclistas con los alpinistas, pero en la que no pudo recortar más diferencias con Vingegaard que los cuatro segundos de bonificación que separan al primero del segundo.
Al terminar, Vingegaard se fue a abrazar a Almeida para felicitarlo. «Joao iba muy fuerte, ha hecho una gran subida», reconocía el ganador de dos Tours. «Me siento un poco decepcionado por no haber podido ganar por mis compañeros», añadía después.
«En el último kilómetro iba al límite. Supongo que los dos íbamos al límite», dice Almeida. No hay otra manera de hacer cima en el Angliru, donde el ciclismo se convierte en un deporte de supervivencia.