Champions League

Lisboa

El ídolo al que se agarra el graderío

Diego Simeone durante la rueda de prensa en Lisboa
Diego Simeone durante la rueda de prensa en Lisboalarazon

Ariel Ibagaza descubrió pronto que en el Atlético no había más ídolo que Simeone. El «Caño» era el fichaje que había pedido Goyo Manzano a su llegada como entrenador al Atlético. Lo había entrenado en el Mallorca y sabía que era el futbolista que necesitaba para hacer jugar al Atleti. El argentino era también el fichaje que más ilusionaba a la afición. Pero el día de su presentación, cuando cumplía con el ritual de dar toques al balón sobre el césped del Calderón, Simeone asomó la cabeza por el túnel de vestuarios. Ibagaza desapareció del paisaje cuando el centenar de aficionados que visitaban el estadio aquella mañana de finales de agosto de 2003 empezó a gritar «Ole, ole, ole, Cholo Simeone».

El Cholo se había ido, pero el grito de los aficionados permaneció para siempre. Un grito que la grada emparenta con el nombre de Luis Aragonés. Son los dos ídolos a los que se agarra el graderío cuando las cosas van mal. O cuando van mal y quiere demostrar quiénes son sus referentes. Por algo Joaquín Sabina incluyó al Cholo en su himno del centenario del Atlético junto a nombres como el de Adelardo, Leivinha, Ufarte o Griffa. Pero el Cholo llegó en diciembre de 2011 para cambiar la historia que contaba ese himno, para acabar con esa «manera de palmar» tan gloriosa.

Simeone emparenta a este Atlético de Madrid con la última generación verdaderamente ganadora que tuvo el club, con aquel equipo del doblete de la temporada 95/96 que entrenaba Radomir Antic. La gloria se la llevó Milinko Pantic, al que dedicaron un busto por su gol de cabeza en la final de Copa contra el Barcelona. Un ramo de flores en uno de los córners del Calderón sirve para recordar su habilidad con la pelota parada. Pero el que queda en la memoria es Simeone. «Dentro de la cancha te mataba, te comía los talones», explica su hijo Giovanni, delantero de River Plate, en una entrevista concedida al portal ligabbva.com. «El Atlético de ahora es un reflejo de lo que él piensa», añade.

Simeone fue fundamental para aquellos éxitos del Atlético. Era la pasión del Calderón sobre el césped, el hincha hecho futbolista, porque él, «en el fondo, siempre se ha sentido jugador del Atlético de Madrid», como asegura su presidente, Enrique Cerezo. Simeone se hizo uno con la grada desde su primera época de futbolista en el Atlético y eso le sirvió para que su hinchada cambiara en menos de una semana el «jugadores, mercenarios» por el «Ole, ole, ole, Cholo Simeone» cuando firmó como entrenador del Atlético. Quizá por eso, él, que había pasado ya por cinco equipos como técnico sin permanecer más de año y medio en ninguno, ya lleva dos y medio dirigiendo al Atlético.

Llegó para cambiar el ritmo de un equipo que en el parón navideño caminaba décimo por la Liga, a cuatro puntos del descenso y eliminado de la Copa por el Albacete de Segunda B: el equipo terminó quinto, a punto de clasificarse para la previa de la Liga de Campeones. Llegó para sustituir a Manzano, el hombre que lo había entrenado en su segunda etapa como futbolista rojiblanco. Simeone era ya un veterano y el Atlético «celebraba» su segundo año en Primera después del amargo paso por la Segunda División. Era un equipo en construcción, que buscaba su identidad a partir del juego de Fernando Torres, que tuvo que asumir demasiado pronto responsabilidades demasiado grandes para su corta edad.

Manzano también supo ver la importancia del Cholo en aquel grupo. La plantilla había elegido a Aguilera, Santi y el Mono Burgos como capitanes. El técnico añadió a Simeone como el cuarto, aunque por antigüedad en el equipo el brazalete le correspondía a Torres. Sólo una vez ejerció Simeone como capitán y el revuelo que generó la decisión de Manzano hizo que el brazalete ya siempre fuera para Fernando. «Él me enseñó a ser capitán, me enseñó muchas cosas en el Atlético de Madrid», ha reconocido Torres alguna vez.

En aquella época, el Cholo ya estudiaba para ser entrenador. Había regresado al Atlético para despedirse y apenas duró año y medio en el equipo. En el parón invernal de la temporada 2004/2005 se marchó a Argentina para darse el gusto de jugar en Racing, el equipo del que siempre había sido hincha. Pero apenas un año después, los dirigentes del club albiazul le reclamaron para que salvara al equipo del descenso desde el banquillo.

Se acostó futbolista y se levantó entrenador, como le había sucedido a Luis Aragonés. Era el paso lógico para un tipo que reconoce que piensa 24 horas en el fútbol. «Es imposible tener una conversación con él y no terminar hablando de fútbol», reconocen algunos de sus compañeros en aquel equipo del Doblete. Compañeros a los que también escucha cuando se reúnen para cenar. Recuerdan los tiempos pasados y analizan al Atlético del Cholo. Y cada uno, según la posición que ocupaban en el campo, le va dando su opinión.

Partido a partido, Simeone ha cambiado el destino del equipo rojiblanco. «Lo único que no se negocia es el esfuerzo», fue lo primero que les dijo a sus futbolistas en el vestuario. Y todos lo siguieron. Ese «partido a partido» forma parte del discurso de todos ellos y así han llegado a ganar la Liga tras 18 años y a la final de la Liga de Campeones, 40 años después del primer intento fallido ante el Bayern. Simeone llegó sin tener que convencer a nadie, sin tener que dar explicaciones. Los jugadores lo respetan y los dirigentes también. «Es el carácter, la competitividad, la creencia», dice Kiko. «Ha moldeado un equipo de jugadores que han renunciado a su ego por un bien mayor», analiza Radomir Antic. El Cholo era el mejor escudo para los dirigentes cuando llegó y se ha convertido en el mejor portavoz del club. «Nos ha dado un salto de calidad», dice Diego Costa. Por eso, éste siempre será «el Atlético del Cholo».