Amarcord

Neville Chamberlain o cuando sólo un inglés podía inventarse un deporte como el snooker

El aburrimiento de un oficial del ejército colonial en India motivó la creación del snooker, una complicada versión del billar, el 17 de abril de 1875

Jugadores de snooker en 1897
Jugadores de snooker en 1897Otto Normalverbraucher

El billar clásico es el juego de carambolas conocido como «francés» que se popularizó en la década de los ochenta, cuando Radiotelevisión Española retransmitía los duelos legendarios entre el belga Raymond Ceulemans y el japonés Nobuaki Kobayashi, los mejores jugadores del momento, con comentarios de José Luis Coll, gran aficionado y maestro del humor surrealista: «En este torneo hay dos posibilidades: que gane un español o que triunfe un extranjero». En los bares de todo el mundo, luego, hay mesas de chapolín o billar americano, de seis agujeros para bolas rayadas o lisas. Y, para terminar, existe otra modalidad que sólo es apta para el cerebro alambicado de los ingleses: el snooker.

El momento exacto del nacimiento del snooker por el rigor militar de su inventor, el teniente del Undécimo Regimiento de fusileros e infantería de marina de Devonshire Neville Chamberlain –nada que ver con su homónimo, el Primer Ministro del oprobioso Acuerdo de Múnich que entregó a Hitler los Sudetes checos–, que recogió en un memorándum fechado en Jabalpur (India) el reglamento que todavía se emplea en las competiciones profesionales. Con fecha 17 de abril de 1875 e intención de paliar el aburrimiento de la guarnición, el oficial hizo un batiburrillo entre el Black Pool y el Piramid Pool, los dos juegos de moda, y se empezó a practicar en la mesa de cantina.

Sobre el origen del nombre también existe unanimidad entre los historiadores, ya que "snooker" era el término despectivo con el que los soldados veteranos se referían a los cadetes recién salidos de la academia. Ante la escasa pericia de los jugadores en las primeras partidas, Chamberlain bromeó con que todos parecían "snookers", es decir, novatos… y así quedó. La cartelería que se conserva de un campeonato disputado en 1882 en el campamento militar de Ootacamund, en los montes Nilgiri, ya usa el término como un sustantivo común, tal era la velocidad con la que se había propagado por todo el subcontinente indio.

La revista Sporting Life se hizo eco de éste y otros torneos que se fueron organizando por las colonias del Raj hasta que el snooker, cabalgando sobre una sensacionalista polémica sobre su paternidad –el invento no le fue reconocido a Chamberlain hasta finales de los años treinta–, se introdujo en la metrópoli; concretamente, en los clubes de caballeros, de ahí que todavía hoy sea obligatorio jugar en multitud de eventos ataviado con chaleco y pajarita. En 1927, Joe Davis ganó el primer Campeonato del Mundo… y luego ganó los catorce siguientes de forma consecutiva, lo que le reportó ingresos como para convertirse en el primer jugador profesional de la historia.

El snooker declinó después de la II Guerra Mundial hasta que, a finales de los sesenta, la BBC lo reanimó con una idea luminosa: el primer reality show de la historia, es decir, un documental sobre la vida de los jugadores que culminase con la retransmisión del Campeonato del Mundo. La introducción del color era básica, ya que el juego consiste en embocar bolas de diversos colores de forma alternativa, así que era imposible seguirlo en los viejos aparatos en blanco y negro.

En el último medio siglo, el invento de un puñado de militares aburridos en una colonia remota no ha cesado de crecer hasta convertirse en un deporte global. El World Snooker Tour es un circuito profesional que se juega en cuatro continentes y reparte decenas de millones de libras en premios a jugadores mayoritariamente británicos, sí, aunque cada vez hay más chinos, australianos, belgas, brasileños o tailandeses entre los primeros espadas. Si echan de menos explicaciones sobre las reglas del snooker, busquen en Internet. Demasiado complejas para un mediterráneo.