Entrevista

Teresa Perales: "Estar en silla de ruedas no te convierte en mejor persona, el que es idiota es idiota, de pie y sentado, pero te hace relativizar más”

Con 15 años perdió a su padre. "Eso me hizo ver que nada podía ser peor, que ir en silla de ruedas (desde los 19) es sólo una forma distinta de andar". Está orgullosa de ser madre y de haber cambiado la mirada de pena de la gente

Teresa Perales (Zaragoza, 47 años) afronta la vida con una sonrisa. Claro que a menudo ocurren injusticias y llegan obstáculos, lo que puede marcar la diferencia es cómo afrontarlos. Ella perdió a su padre con 15 años. Con 19, se quedó en una silla de ruedas, lo que no le ha impedido hacer nada de lo que se ha propuesto. Ha sido una de las ponentes del World Business Forum (#WOBI) de Madrid, donde habló de "propósito". Otro de los conferenciantes era Michael Phelps, con el que Teresa quedó ligada en los titulares cuando en Londres igualó sus 22 medallas en Juegos. Ahora están 28-27 a favor del estadounidense, ya retirado, pero Perales le quiere volver a atrapar el verano que viene en París, en sus séptimos Juegos Paralímpicos.

¿Le molestaba la comparación con Phelps? Porque lo que lograba Teresa Perales ya tenía muchísimo mérito por sí mismo...

Al revés, lo viví con muchísima ilusión, era la primera vez que en España ponían el nombre de un deportista paralímpico junto al de un deportista olímpico, en este caso además con el máximo de la historia por número de medallas, y me hizo una ilusión... Yo ese título que leí, que la verdad es que ojalá alguien sepa decirme quién fue el que lo ideó y en qué medio de comunicación salió, pero salió en un periódico, que era: “Michael Phelps, tiburón de Baltimore, 22 medallas olímpicas; Teresa Perales, sirenita del Ebro, 22 medallas paralímpicas”. Me hizo tanta ilusión y tanta gracia... La verdad es que mi objetivo desde aquel momento fue mantenerme siempre con las mismas medallas que él, o superarlas. El otro día lo conocí en Bogotá, en el WOBI de Bogotá, en aquella ocasión él intervenía primero y después yo, al revés que en Madrid. Y cuando él salía estaba esperándole, la verdad es que sin esperanza de que supiera quién soy aunque estamos los dos anunciados en el cartel, pero enseguida, muy majo, me preguntó: “Así que vas a por los séptimos Juegos...”. Y yo le contesté: “Sí, la verdad es que has sido mi motivación, en Londres te igualé, en Río te me escapaste por dos medallas y ahora estoy a una, así que gracias”.

Tiene 27 medallas en Juegos. ¿Se acuerda de la primera?

Me acuerdo perfectamente, como si fuera ayer, totalmente inesperada. Me acuerdo también de la primera de un campeonato de España. Hace semanas Tim Cook, el CEO de Apple, vino a España y se la regalé a él. Simbólicamente quería decirle que a veces los sueños empiezan sin que sepamos que sean ni siquiera un sueño, sin saber que son posibles, y Apple ya ha demostrado por historia que es una empresa que es capaz de desarrollar dispositivos, y en el caso de personas con discapacidad como soy yo, que son tremendamente accesibles y que nos facilitan mucho la vida. A veces lo que para alguno puede ser una idea absurda, pues puede convertirse en una realidad que te facilita la vida hasta puntos insospechados. Y la primera en Juegos fue inesperada porque fue una plata y no tenía intención más que de meterme en la final. Me metí, y salí a la bestia.

"De pequeña odiaba la piscina, me daba miedo, mentía a mis padres y les decía que me dolía la tripa para no ir"

¿Se acuerda de la primera vez que se tiró a una piscina?

Me acuerdo de cuando me tiré de pequeñita porque lo odiaba con toda mi alma. Me descartaron para nadar y empecé a hacer kárate. A los cuatro años empecé y a los cinco lo dejé, porque no, yo no sabía coordinar brazos, piernas, respiración... Estaba todo el día mintiéndoles a mis padres diciéndoles que me dolía la cabeza y la tripa para no meterme a la piscina, me escondía en los vestuarios y se pasaban todo el rato buscándome. Me daba mucho palo la piscina, y era una piscina muy chiquitita, pero es que me tiraban ahí a lo bestia y me decían, “venga, a llegar al bordillo”. Y a mí el bordillo siempre se me escapaba. Me daba mucho miedo, y fíjate, quién me iba a decir que después de tantos años me iba a convertir en nadadora e iba a conseguir tantas medallas. Entre medias fui karateca porque siempre me ha gustado hacer deporte.

¿La neuropatía llegó de un día para otro?

Cuando era más joven tuve algún pequeño episodio pero nunca pensamos que sería nada porque luego me puse bien, y cuando tenía 19 años me dio más fuerte y me quedé en silla de ruedas. Fue como en tres meses, que pasé de estar dando patadas como karateca y corriendo y celebrando que el Zaragoza había ganado la Recopa...

Con el gol de Nayim...

Efectivamente, que hemos tenido oportunidad de hablarlo y fue encantador, se emocionó cuando nos conocimos. Y después de aquel momento fue la última vez que yo salí corriendo, a partir de ahí empezaron los síntomas y en tres meses aproximadamente me quedé en silla de ruedas y empezó otra etapa de mi vida completamente distinta porque tienes que aprender a hacer muchas cosas de manera distinta, muy incómoda, la gente te mira muy raro, odias que te miren así con tanta lástima, pero poco a poco fui cambiando esa mirada, y aparte de mi hijo, lo más bonito que me ha regalado el deporte es eso: que la gente no me mira con pena, lo hace con admiración, pero hasta el punto de llorar a veces por darme un abrazo o cuando me oyen en charlas; y mi hijo, porque conocí a mi marido haciéndome una entrevista.

Lo de mirar con lástima es un error que cometemos casi siempre sin maldad.

Al revés, yo estudié en un colegio de monjitas, a mí me enseñaron que había que tener de alguna manera lástima del prójimo cuando no tenía lo mismo que tú. Cuando tú veías que tenía más dificultades, tenías que intentar ayudarle y efectivamente sentías pena. A mí me costó asimilar esto porque lo que peor he llevado siempre es cuando me miraban con pena, sobre todo en ese proceso en el que tú estás empezando a darte cuenta de que la discapacidad te va a acompañar pero no tiene por qué limitar tu destino, el que todos los días te estén diciendo “pobrecita, pobrecita”, hay que ser muy fuerte para no creérselo, hay que pelear mucho mentalmente para salir de ese bache, y a mí el deporte me ayudó mucho. Aunque fuera un deporte distinto, ya no eran patadas sino brazadas, pero me metí con un montón de gente con discapacidad que se lo tomaba todo con mucho cachondeo, siempre con humor, me lo pasaba genial en el agua, descubrí que me encantaba flotar, las relaciones personales con gente con la que nunca me había imaginado con la que podía tener amistad, porque yo no conocía a nadie con discapacidad. Había una vecina que iba en silla de ruedas, pero ya está, la ayudaba a entrar y salir por la puerta del garaje; había otro que le faltaba una pierna y le ayudaba a subir y bajar las escaleras sujetándole una muleta mientras él se agarraba a la barandilla. Y luego, mira, fui yo la que tuvo que entrar y salir por la rampa del garaje.

Su hijo sí lo habrá vivido siempre con naturalidad.

Pues mira, era muy chiquitito, apenas tendría dos añitos, nos estábamos pegando una ducha, fue un momento muy bonito. La verdad es que fue una de estas lecciones... A pesar de que tú piensas que la discapacidad no es tan importante, te viene bien también que un niño tan chiquitito le quite importancia. Yo lo estaba bañando en su bañerita y al ir a coger la toalla, sin querer le di un golpe a la silla y se me fue, y entonces me tenía que echar al suelo e iba a por la silla, pero en aquel momento se me ocurrió: “Oye, Nano, cariño, acércame la silla por favor”. Lo sequé, salió a por la silla, me miró a los ojos y me dijo: “Claro, mamá, tú no puedes andar, te la acerco”. Ejemplo más claro de normalidad... Para él era su vida, mamá iba en silla de ruedas, no veía diferencia con otras mamás, es más, su mamá era muy guay... Y lo sigo siendo, eh, ja, ja, ja... Su mamá era muy guay porque encima cogía a todos los niños de la clase y siempre me los montaba encima, les iba a dar paseos con la silla, les hacía el caballito... Entonces era la mami más divertida que jugaba con todo el mundo y a la que todos los niños querían venir a ver. Cuando eres una persona un poco conocida, e imagínate en Zaragoza que es de donde soy, donde vivo y donde mi hijo va al colegio, al principio todo el mundo se empeñaba en que Nano (mi hijo se llama Mariano y le llamamos Nano) era “el hijo de” Teresa Perales; claro que lo es, pero lo más importante y lo que yo quería era que “Teresa Perales es la madre de Mariano”, yo quería ser "la mamá de", y creo que al final lo he logrado, tiene identidad propia. Es un niño extraordinario que me vuelve loca.

"En España hay mucha calidad de vida, pero me gustaría que todo el mundo tuviera acceso, por ejemplo, a una silla como la mía"

¿La vida en general ha cambiado mucho para las personas con una discapacidad?

Ha cambiado mucho la forma en la que la sociedad está más dispuesta a hacer un entorno más favorable. A nivel institucional, con leyes que se han ido modificando, por ejemplo de eliminación de barreras arquitectónicas en los edificios; edificios públicos, edificios particulares... Antes con que un solo vecino dijera que no, pues no se arreglaba un portal. Luego, la tecnología ha ayudado mucho. Mi casa, por ejemplo, la tengo totalmente domotizada, yo entro a casa y le pido a Alexa o sobre todo a Siri que me encienda las luces, me ponga la lavadora, sube y baje las persianas, las cortinas, el aire acondicionado... Eso me ayuda mucho a tener una vida más sencilla. Es cierto que no todo el mundo tiene acceso y me gustaría que todos tuviéramos más acceso a todos los medios necesarios. Por ejemplo, no todo el mundo puede permitirse una silla eléctrica como la que llevo yo, que es de última generación, que no es que me ponga de pie, pero me eleva a 1,70, me reclina, tiene tracción central... Es mucho más cómoda, y no todo el mundo tiene acceso. Pero aún así, vivimos en un país que nos facilita... Yo que viajo mucho y doy la vuelta al mundo viendo muchas realidades, por distintas razones, por trabajo, por ocio y por razones humanitarias, puedo comparar y puedo decir que vivimos en un país con mucha calidad de vida, donde a poco que tengas tienes acceso, ya para empezar porque tienes acceso a la salud.

Habla con conocimiento de causa...

Mira, ahora mismo yo estoy en una habitación de hotel aquí en Madrid, y he visto pues a lo mejor en una habitación como esta fácilmente estar 20 personas tiradas en el suelo porque no tenían sillas para moverse porque no tenían forma de tener vida ni de tener dignidad, y estaban locos de contentos porque les estábamos llevando una cocinilla de gas para que pudieran cocinar el poquito de comida que tenían. Recuerdo la primera vez que fui a Argelia porque iba al Sahara y bajando del avión, a la salida del aeropuerto, me encontré a un crío, tendría 16 años, con una silla que tenía las ruedas de madera, y el pobre me miró y me sonrió y me dijo. “Change” (cambiar, en inglés). A mí se me partió el alma, y le dije que no, que lo sentía mucho. Me volví destrozada a mi casa y pensé: “Tengo que hacer algo en esta vida, no sólo para mí, sino también para los demás”. Fue una de las primeras veces que pensé que, si podía, algún día tenía que tener mi propia fundación, y ahora que he podido, porque me faltaba el dinero y me dieron el Princesa de Asturias, que viene con dotación económica, lo metí en la fundación y estoy ayudando a otras personas, que era lo que más ilusión me hacía en el mundo después de ser madre.

¿Hay algo que haya querido hacer y no haya podido por ir en silla de ruedas?

Te puedo decir que no, con mucha alegría. A lo mejor es porque no se me ha ocurrido, no lo sé, pero he nadado con tiburones, he montado en globo, he ido al desierto, he subido a una pirámide... Dejé la silla abajo, subí a culo, en México, no sé cuántos escalones eran, la gente no la sube ni a pie y yo la subí a culo y me costó igual un par de horas; he corrido en rally. No, no.. He sido madre, que es lo que más quería... Supongo que el gen mañico este de cabezota puede mucho.

Antes de la neuropatía, con 15 años, una edad difícil, falleció su padre...

Fueron cuatro años que madre mía. Complicadísimo, porque al final parece que no terminas de salir del hoyo, la muerte de mi padre es lo peor que me ha pasado en mi vida, pero fíjate que aquello me hizo darme cuenta de que todo lo que pudiera venir después no era tan grave, que ir en silla de ruedas sólo es una forma diferente de andar, una forma diferente de vivir, a veces también de ver las cosas, de apreciarlas, de asumirlas... No tiene por qué cambiarte, estar en silla de ruedas no te convierte en la mejor persona del mundo, el que es idiota es idiota, de pie y sentado, esto no te da un escudo protector o como en los videojuegos que adquieres un superpoder, pero es verdad que a veces te hace relativizar mucho más y aprendes a tomar perspectiva de otra manera.